Este domingo, sabiendo que se viene un cierre total al parecer desde mañana, decidí que salgo al supermercado y la farmacia, a comprar algunas cosas “por las dudas”. Visitas no esperamos, claro está, pero si podemos quedarnos en casa dos o tres semanas sin salir para nada, más que a dar vueltas manzanas para airearnos un poco, mejor.
Pues emprendí la expedición.
Me llevé unos pares de guantes de los que tengo a mano todo el tiempo, trapos desinfectantes, una máscara y varios bolsos de esos reutilizables de supermercado…no sea cosa que justo ahora que por el Corona el medio ambiente está mejor, sea yo la que lo arruine con bolsas de nylon.
Entré al coche, preguntándome cuándo me parará la policía-como ha estado haciendo en varios lados en calles céntricas- para ver adónde voy y a qué distancia estoy de casa. Pero al supermercado aún se puede, así que salí.
Llegué a la sucursal de Super Pharm en el barrio Nayot de Jerusalem. Un hombre joven, alto y corpulento, cuidaba la puerta y medía la fiebre de quien deseaba entrar, con un original termómetro que ni toca la frente, antes de permitir el paso.
El hombre preguntaba si uno va a la farmacia, para lo cual se precisa número. Ahí entendí por qué varias personas, muchas de ellas con máscara –aunque no todas- esperaban afuera a bastante distancia una de otra. De adentro le avisaban a qué número le toca y él hacía pasar por orden, para que no haya filas apretadas.
Yo no necesitaba remedios, así que pasé sin espera, medición de fiebre de por medio.
Adentro, la mayoría de la gente estaba con máscaras. Una de las cajeras tenía una protección original y parece que efectiva. Se había hecho lo que a mí me parecía una especie de escafandra abierta, sólo tapando la cara, con un plástico duro transparente de esos que uno usa para hacer separaciones en un bibliorato o para entregar un trabajo en la clase. Y lo usaba sobre la máscara.
Yo procuraba ser consciente todo el tiempo de las superficies que tocaba. Cuando pasé la tarjeta de crédito y la cajera me la devolvió, pensé “después tengo que desinfectarla”.
Al volver al coche volví a respirar. La máscara molesta. Pero al menos ayuda no ser la única que se la pone.
Al supermercado ya llegué pronta para la batalla, preguntándome cómo hago para esquivar el virus que puede acechar en cada rinconcito, estimando que habría mucha gente, como siempre. Iba pensando en cada paso. Procuré, claro está, llamar el ascensor con el nódulo de un dedo y no con la yema. Vaya una a saber quién estuvo antes….
El ascensor, propio de tiempos de Corona. Un papelito colgado aclaraba que hay que mantener 2 metros de distancia de otros clientes. Obvio, pensé…
Otro informaba que había a disposición de los clientes trapitos desinfectantes para limpiar el asidero del carrito. Cuando llegué a la entrada principal, ya no había, pero por suerte, yo había ido armada y tenía los míos en la cartera.
Adentro no había ninguna multitud, pero tampoco estaba vacío. Lo más especial era las filas en las cajas. Nunca vi a los israelíes tan ordenados y disciplinados. Yo creo que había 3 metros entre uno y otro, no 2. Una funcionaria con tono de maestra, con máscara incluida, recordaba a todos que mantengan distancia. Por las dudas, cada tanto una voz también lo decía por el parlante.
En el supermercado ya hay muchos productos de Pesaj…pero imagino que todos los que compraban estarían pensando, como yo, que este Pesaj será más difícil, al no poder celebrar en familia. Pero cuidándonos todos, después tendremos mucho más para compartir con nuestros seres queridos.
La parte final de la travesía, fue al llegar de regreso a casa.
Me saqué los zapatos, desinfecté la suela con un spray de esos de moda estos días que promete matar el 99% de las bacterias (aunque no me lo crea, no está de más) y los coloqué sobre el diario que tengo junto a la puerta. Y ahí empezó lo más engorroso. Limpiar cada uno de los productos de los bolsos. La verdad, no ando con miedo, pero sí muy atenta y consciente. Y por lo tanto, entiendo que los guantes no sirven de nada si alguien con Corona tocó justo la botella de aceite que yo compré. Pues limpié todos y cada uno de los productos. También los bolsos y mi cartera. En el interín, claro, por las dudas me había cambiado de guantes.
Luego, me cambié totalmente de ropa . Cociné, con guantes (por mis uñas, no por el Corona), y aquí estoy nuevamente escribiendo. Cuidémonos mucho. Salud, a todos, de corazón.
#QuedateEnCasa
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