Resulta que no son sólo algunos judíos ultraortodoxos los que se resisten a las rigurosas regulaciones sobre distanciamiento social adoptadas en Israel por la pandemia del coronavirus. También se están registrando incidentes en comunidades árabes. Así, los esfuerzos policiales por hacer cumplir el distanciamiento social provocaron disturbios en un barrio árabe de Yafo, en los que protestatarios atacaron a agentes del orden y quemaron neumáticos y contenedores de basura, lo que dejó escenas evocativas de la Primera Intifada.
Los críticos de Israel están falsariamente presentando este episodio como evidencia del mal trato que da el país a los ciudadanos árabes. Se trata de una insensatez, pero en un momento en que el movimiento BDS ha ganado apoyo entre demócratas prominentes como el senador Bernie Sanders, que con frecuencia tachan al primer ministro Netanyahu de “racista”, no cabe ignorarla.
Los esfuerzos por promover esa narrativa mendaz han ganado terreno desde las elecciones legislativas israelíes del 2 de marzo, que llevaron a la Lista Conjunta Árabe (LCA) a conseguir 15 diputados, todo un récord para ella. Su éxito se cimentó en una elevada participación entre el electorado árabe. Pero mientras que el referido éxito de la LCA es muestra del carácter democrático de Israel, el hecho de que no vaya a formar parte del próximo Gobierno está siendo presentado como evidencia de racismo.
Parte del malestar expresado por la calle árabe tiene origen en la actitud del líder del partido Azul y Blanco, Benny Gantz. Aunque finalmente se decantó por Netanyahu para crear un Gobierno de unidad, Gantz se pasó semanas flirteando con la idea de conformar un Ejecutivo con la ayuda de la LCA. Al final la desechó, en parte por la resistencia que encontró entre los miembros de su propio partido pero también porque las encuestas revelaron que a los israelíes les estaba causando indignación. La Lista es una coalición de partidarios de un Estado comunista, islamista, nacionalista o panarabista, y no tiene cabida en Gobierno alguno del Estado que pretende destruir. Pues bien, la decisión de Gantz está siendo presentada en los medios izquierdistas israelíes como una afrenta a los votantes árabes, y por ahí están yendo los medios internacionales.
El problema aquí no es sólo la cobertura distorsionada que se da de las actitudes israelíes ante la Lista. Tan injusto como lanzar el escupitajo de “racista” a quien muestra su oposición a su entrada en cualquier Gobierno israelí es el hecho de que este debate haya polarizado la discusión sobre el lugar de los ciudadanos árabes en la sociedad israelí. Si el partido que votan los árabes está compuesto de terroristas y partidarios de acabar con el Estado judío, los esfuerzos por integrar a aquellos en la sociedad israelí se ven seriamente socavados.
Dejando de lado el encendido debate sobre la LCA y sus intenciones, lo cierto es que todos los amigos de Israel deberían aspirar a que en el sector árabe-israelí hubiera socios de plena confianza. Los padres fundadores del sionismo –tanto los de izquierdas, como David ben Gurión, como los de derechas, como Zeev Jabotinsky– concibieron en todo momento el Estado judío como un lugar en el que la minoría árabe tendría plenos derechos y participaría en la gobernanza del mismo. Pese a las mentiras del movimiento BDS sobre que es un Estado que practica el apartheid, lo cierto es que Israel garantiza plenos derechos a la minoría árabe. Los árabes son iguales ante la ley y ante las urnas. Hay árabes en la Knéset y en todos los niveles de la Administración.
Aun así, los árabes israelíes se sienten con frecuencia outsiders que viven en un Estado cuyo propósito fundamental es procurar un hogar nacional al pueblo judío. Lo cual se manifiesta no sólo en el desprecio hacia la Lista Conjunta, sino en los inadecuados servicios públicos de que disfrutan las localidades y ciudades árabes. Israel necesita mejorar en este punto; ahora bien, el problema no es sólo que los líderes del país no hayan considerado estro prioritario.
El gran problema es la Lista Conjunta.
Si los árabes israelíes quieren estar plenamente integrados en la sociedad, y que su voz no sólo se escuche sino que se acate, necesitan contar con representantes políticos que aboguen por ello. En cambio, eligen a gente cuyo propósito no es que Israel sea un lugar mejor para la minoría árabe, sino negar a la mayoría judía su derecho a la autodeterminación en un Estado judío.
No cabe esperar que los votantes árabes sean ardientes sionistas, pero tampoco pueden esperar ser considerados socios de entera confianza cuando quienes dicen hablar por ellos pretenden derribar el Estado y sustituirlo por otro en el que se despoje de derechos a los judíos.
Los palestinos residentes en la Margen Occidental y en Gaza viven bajo la férula de organizaciones como Fatah y Hamás, que en vez de dedicarse a crear un Estado independiente palestino se dedican a mantener a su pueblo en guerra contra el sionismo. Lo mismo cabe decir de los árabes israelíes que votan por la confrontación con el sionismo al decantarse por la LCA y no por un partido que se dedicara a defender su bienestar y sus intereses. Lamentablemente, tal alternativa no existe.
Por desgracia, la misma cultura política tóxica y destructiva que ha condenado a los árabes palestinos en los territorios a un conflicto permanente se ha manifestado también en la manera en que votan los ciudadanos árabes de Israel. Si, como sus contrapartes del otro lado de la Línea Verde, sus diputados se centran sólo en deshacer cien años de historia, se vedan cualquier oportunidad de disfrutar de todas las ventajas de ser ciudadanos de una democracia próspera. Igual de peligroso es el hecho de que eso convence a los israelíes judíos de que sus vecinos árabes pretenden destruir el Estado, no tener igualdad de derechos.
Así las cosas, el fracaso de la Lista Conjunta no se debe a que se le haya negado un lugar en el Gobierno israelí, como denuncian sus críticos. Sino a que se ha convertido en el mayor obstáculo para la coexistencia entre árabes y judíos. Lo cual no es evidencia de racismo por parte de Israel, pero no deja de ser una tragedia.
© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio
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