Sin ninguna tentación de interpretación teológica (¡dios me guarde!),
pero con inagotable curiosidad por los conceptos de trascendencia
religiosa, osaría decir que las dos grandes festividades de la Pascua,
la hebrea y la cristiana, envían un mismo y poderoso mensaje: el de la
esperanza. Es decir que, más allá de la renovación de la fe religiosa y
de la lógica glorificación a Dios, tanto la Pésaj judía como la Pascua
cristiana son un grito en favor de la humanidad, porque se basan en la
convicción de que, más allá del sufrimiento y la oscuridad, siempre hay
renovación de vida. El mensaje es religioso, pero, precisamente porque
se inscribe en la religiosidad, resulta un poderoso mensaje civil: creer
en Dios, que a la vez significa creer en el ser humano.
La Pésaj judía es un clamor en favor de estas grandes ideas de
renovación. Nacida hacia el 1300 años antes de Cristo, es la Pascua
primigenia y conmemora la huida de más de 600.000 familias judías que,
vivían esclavizadas en Egipto desde hacía 200 años. Empieza el 14 del
mes de Nisan –que acostumbra a coincidir con abril del calendario
gregoriano-, justo la noche de luna llena después del equinoccio vernal,
y dura siete días en Israel y ocho en la diáspora. “Tendrás que recordar
que fuiste un esclavo en Egipto, y observarás los preceptos”, dice el
Deuteronomio, y de la memoria de la esclavitud hacen una fiesta de
libertad. Con el añadido histórico que también fue en una Pesaj de 1943
cuando Mordejai Anielewicz empezó la rebelión del ghetto de Varsovia. La
libertad, pues, como aspiración abarcable. Y de la libertad al derecho,
porque la gran lección de la Pésaj es la convicción de que el hombre
está hecho a semejanza de Dios y, en consecuencia, tiene derechos como
persona. El pueblo judío, pues, celebra la libertad y la ley, otorgada
por Dios en el Sinaí, y así concilia tres grandes motores de la
civilización: el derecho individual, las reglas sociales y la
trascendencia espiritual. Es decir: incluso en la desolación, hay
esperanza.
La Pascua cristiana arraiga en la misma idea a través de la muerte y
resurrección de Jesús, el símbolo máximo de un nuevo nacimiento. Desde
la perspectiva religiosa, el mensaje es inequívoco: creer en Dios, es
creer en una vida, más allá de la vida. Pero también es fuerte el
mensaje civil: la vida siempre puede renovarse. Es decir, nuevamente, la
esperanza.
Resilencia, esperanza y libertad, no puedo imaginar conceptos más
necesarios en estos días de confinamiento, dolor y desconcierto. Es la
Pascua de la vida, que renueva la luz, más allá de la oscuridad
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