Hay momentos en que incluso a los más bregados de entre nosotros dejan estupefactos las cosas que dicen o hacen algunos. Por ejemplo quienes, contra la abrumadora evidencia, insisten en que Hitler y los nazis eran buena gente y que el Führer jamás pretendió matar a los judíos. O quienes, contra la abrumadora evidencia, niegan que el coronavirus surgió donde surgió. O quienes niegan igualmente el porcentaje de musulmanes que, según parece –y aunque el número es relativamente pequeño– siguen apoyando al Estado Islámico (ISIS).
Uno de los peores ejemplos de distorsión deliberada de la realidad lo tenemos en la manera en que el Consejo de Derechos Humanos de la ONU (CDH), en su informe quinquenal sobre la República Islámica de Irán publicado en febrero-marzo de este mismo año, se deshace en elogios de ese régimen despótico. Una mayoría (85%) de los países que contribuyeron a esa farsa escarnecieron los derechos humanos al considerar a la República Islámica un ejemplo rutilante de la materialización de los mismos. Según UN Watch,
49 países (…) ensalzaron al régimen teocrático, y otros 26 expresaron algún elogio por los pretendidos logros de Irán.
La misma fuente recoge (en vídeo) las manifestaciones de algunos de esos países. Rusia, por ejemplo, manifiesta: “Calificamos con una nota muy elevada la cooperación de Irán con los tratados sobre derechos humanos y su apertura al diálogo en el marco del EPU [Examen Periódico Universal]”.
También China expresó su entusiasmo:
Encomiamos los esfuerzos de Irán por erradicar la pobreza, reforzar la seguridad social, proteger los derechos de los grupos vulnerables, y confiamos en que siga adelante con el desarrollo económico y social para procurar una base sólida al disfrute de todos los derechos humanos.
El comentario de Venezuela es más sucinto pero no distinto, haciendo suyas las proclamas del régimen iraní:
Saludamos las respuestas aportadas por el Gobierno de [Irán] durante la revisión, en la que confirmó su firme compromiso con la protección de los derechos humanos.
Dichas manifestaciones serían justas si tuvieran por destinatarias a las democracias occidentales que cotidianamente dan muestras de su compromiso con los derechos humanos. Pero sucede que las masivas violaciones a los derechos humanos por parte de la teocracia iraní llevan produciéndose más de 40 años, con pocos respiros.
Uno no sabe ni por dónde empezar.
Irán es desde hace muchos años el segundo país en número de ejecuciones, sólo por detrás de la muchísimo más poblada China. Ambos países llevan décadas condenando a muerte a disidentes políticos y a miembros de minorías religiosas o étnicas.
El maltrato del régimen de Teherán a las mujeres está ampliamente documentado, y comprende desde restricciones al matrimonio, el divorcio y la custodia de menores a la imposición del hiyab, los encarcelamientos prolongados, los flagelamientos y hasta las ejecuciones.
En Irán, los disidentes políticos son tratados con crudeza en las prisiones. El régimen restringe severamente la libertad de expresión y crítica. A menudo se ejecuta a opositores políticos no violentos. Lo mismo cabe decir de los homosexuales. Durante 40 años, el Gobierno iraní ha recurrido a sistemáticamente a la tortura en sus prisiones. Otra formas de castigo extremo empleadas en la República Islámica son igualmente sobrecogedoras:
– Ejecución por lapidamiento.
– Ejecución por ahorcamiento.
– Ejecución por fusilamiento.
– Ejecución por decapitación.
– Ejecución por defenestración.
– Amputación.
– Privación de la vista.
– Flagelación.
El año pasado Irán ejecutó a siete menores, y otros 90 permanecen en el corredor de la muerte. Curiosamente, el relator especial de la ONU para los derechos humanos en Irán, Jevaid Rehman, informó de las ejecuciones de 2019. No deberían ser, pues, un secreto para el CDH y sus miembros. En Irán, la pena de muerte puede aplicarse a niñas de sólo 9 años y a niños de 15. Lo más sangrante es que el régimen iraní ha ratificado la Convención de los Derechos de la Infancia, que prohíbe tales castigos.
Teherán también persigue a las minorías étnicas y religiosas. En Irán hay azeríes (16% de la población), kurdos (10%), luros (6%), baluchis (2%), árabes (2%), turcomanos y otras tribus túrquicas (2%) y otras tribus nómadas (1%). También hay armenios y asirios, así como afro-iraníes.
Aún más penoso que el maltrato a las minorías étnicas es la persecución que sufren las distintas minorías religiosas. La Comisión Norteamericana sobre la Libertad Religiosa en el Mundo (Uscirf, por sus siglas en inglés) refirió en su informe de 2017:
Desde 1999, el Departamento de Estado ha designado a Irán “país de especial preocupación”, o PEP, al amparo de la Ley sobre Libertad Religiosa en el Mundo [IRFA, por sus siglas en inglés]; la última vez, en octubre de 2016. En 2017, la Uscirf recomienda nuevamente que Irán sea designado PEP.
Y añadía:
A lo largo del año pasado, el Gobierno de Irán incurrió en indignantes violaciones sistemáticas de la libertad religiosa, con detenciones prolongadas, torturas y ejecuciones basadas principal o completamente en el credo de los acusados. No han cesado las graves violaciones contra las minorías religiosas, especialmente contra los bahaís, los conversos al cristianismo y los musulmanes suníes. También han sido objeto de acosos, detenciones y encarcelamientos musulmanes sufíes y musulmanes chiíes disidentes. Tras la elección del presidente Hasán Ruhaní, en 2013, se ha incrementado el número de miembros de minorías religiosas presos por sus creencias.
La feroz persecución de las minorías religiosas, especialmente de la bahaí, originaria del propio Irán y la más importante del país, empezó con la instauración del Gobierno clerical del ayatolá Jomeini, en 1979. Los bahaís han sido ejecutados incluso por impartir lecciones de moral (dars-e akhlaq) a los niños. En los años 80 fueron ahorcados o fusilados más de 200. Además, sus lugares sacros han sido demolidos, así como las viviendas de muchos fieles. Se han arrasado cementerios bahaís –y exhumado los cadáveres–, incluido el gran camposanto de Shiraz. Bahaís que han sido electos para desempeñar cargos nacionales o locales han sido condenados a largas penas de cárcel. Los niños bahaís son vigilados en las escuelas, y a los jóvenes se les niega el acceso a la universidad. El odio a lo bahaí es desaforado, pero el CDH no ve problemas con los derechos humanos en Irán.
Lo que hace de todo esto algo especialmente alucinante es que, desde su fundación en 2006, el CDH ha condenado a Israel más que a todos los otros países del mundo juntos, pese a que Israel tiene uno de los mejores registros de derechos humanos del planeta. Israel no recurre a la ejecución salvo por traición y crímenes contra la Humanidad, y de hecho sólo lo ha hecho una vez. Israel, de hecho, protege los derechos de las mujeres y de todas sus minorías religiosas (incluida la bahaí, que tiene en Haifa su templo más sagrado), y es el único país de Oriente Medio que da completa libertad a los homosexuales. Aun así, son muchos los boicoteadores de Israel que se niegan a boicotear a Irán. La paradoja es brutal.
© Versión original (en inglés): Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio
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