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| viernes marzo 29, 2024

La forma en que la conferencia de San Remo dio luz a la patria judía


El 25 de abril se celebró el centenario de la conferencia de San Remo, la cual le confirió el Mandato de Palestina a la Gran Bretaña, una decisión que fue confirmada dos años después por la Liga de Naciones en una resolución que reconoce la promesa hecha por Gran Bretaña a la Declaración Balfour de 1917 de establecer una patria judía en Palestina. Para la conmemoración de este aniversario, Middle East Quarterly publica por adelantado el siguiente artículo de su próxima edición Verano 2020.

Imagen de la portada: Los líderes del Reino Unido, Francia, Italia y Japón en San Remo, abril de 1920. La importancia de la resolución de San Remo no puede ser exagerada como punto de inflexión en la historia del conflicto árabe-israelí. Este significó un reconocimiento incondicional del derecho que poseen los judíos a un renacimiento nacional en su tierra ancestral.

Probablemente no exista un evento que se halla subestimado más en la historia del conflicto árabe-israelí que la conferencia de San Remo realizada en abril, 1920. Esta conferencia fue convocada durante toda una semana como parte de las conferencias de paz posteriores a la Primera Guerra Mundial, que crearon un nuevo orden internacional sobre la base de un gobierno propio y autóctono y una auto-determinación nacional, los participantes designaron a la Gran Bretaña como el ente mandatorio para Palestina con la tarea específica de poner en práctica la declaración hecha originalmente el 2 de noviembre, 1917 por el Gobierno británico [es decir, la Declaración Balfour] y adoptada por las otras potencias aliadas, en favor de la creación en Palestina de una patria para el pueblo judío, entendiéndose claramente que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no-judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político que disfrutan los judíos en cualquier otro país.

Este mandato fue ratificado el 24 de julio, 1922 por el Consejo de la Liga de Naciones, la organización mundial de la posguerra y predecesor de las Naciones Unidas.

La importancia de esta resolución no puede ser exagerada. Aunque esta no alcanzó la fórmula propuesta por los sionistas de que “Palestina debería ser reconstituida como el hogar nacional del pueblo judío”, significó un reconocimiento incondicional de los judíos como grupo nación, – en lugar de una comunidad netamente religiosa – por el representante oficial de la voluntad de la comunidad internacional. Esta resolución también reconoció “la conexión histórica del pueblo judío a Palestina” como “los cimientos para reconstituir su patria en el país”.

De la Declaración Balfour a la Conferencia de Paz de París

Aunque relegada desde la época romana a una pequeña minoría en la Tierra de Israel (re-bautizada como Siria Palaestina por los romanos) bajo una larga sucesión de ocupantes imperiales, la presencia judía allí no solo nunca fue eliminada, sino que el anhelo por la patria ancestral ha ocupado un lugar central en la memoria colectiva judía y en el ritual religioso durante milenios, donde los judíos regresaron a Palestina desde comienzos de la dispersión, principalmente de manera individual pero también a una escala comunitaria mucho mayor.

La presencia judía en la tierra de Israel nunca fue eliminada. Los judíos regresaron a Palestina desde los primeros días de comenzar la dispersión.

 

Sin embargo, en la década de los años de 1880, comenzó a llegar un tipo muy diferente de gente que retornaban: jóvenes nacionalistas que rechazaron la vida en la diáspora y trataron de restablecer la existencia nacional judía en la patria histórica. En agosto de 1897 se celebró el Primer Congreso Sionista en la ciudad suiza de Basilea, definiendo el objetivo del sionismo como “la creación de un hogar para que el pueblo judío en Palestina el cual estará asegurado por las leyes públicas” y creará las instituciones pertinentes para su realización.

Este objetivo fue logrado el 2 de noviembre de 1917, cuando el gobierno británico emitió una declaración formal en una carta escrita por el Secretario de Relaciones Exteriores Arthur Balfour y dirigida a Lord Rothschild comprometiéndose a “utilizar sus mejores esfuerzos para facilitar la… creación en Palestina de una patria para el pueblo judío “siempre que” no se haga nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no-judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político que disfrutan los judíos en cualquier otro país en el que habiten”.

Logrado después de meses de negociaciones con el movimiento sionista, varias deliberaciones del gabinete británico y consultas con el entonces presidente estadounidense Woodrow Wilson junto a destacados líderes anglo-judíos, este reconocimiento al derecho judío de un renacimiento nacional por parte de la potencia mundial más importante para ese momento no solo fue respaldado por los aliados de Gran Bretaña en la guerra, sino también por prominentes nacionalistas pan-árabes, incluyendo al Emir Faisal ibn Hussein de la familia Hachemita, el famoso héroe de la “Gran Revuelta Árabe” contra el Imperio Otomano y el muy efectivo líder del naciente movimiento pan-árabe. El 3 de enero, 1919 este firmó un acuerdo con Chaim Weizmann, próximo líder del movimiento sionista, que aprobó la creación de una patria judía en Palestina en concordancia con la Declaración Balfour e instó a realizar “todas las medidas necesarias… para alentar y estimular la inmigración a gran escala de judíos hacia Palestina”.

Equipados con este acuerdo, el 27 de febrero los sionistas le pidieron a la conferencia de paz de la posguerra, la cual comenzó sus deliberaciones el mes anterior en París, que reconociera “el título histórico del pueblo judío a Palestina y el derecho de los judíos a reconstruir su Patria Natal en Palestina “y nombrar a Gran Bretaña como “el ente Mandatorio de la Liga [de Naciones]”, encargado de crear” las condiciones políticas, administrativas y económicas que aseguren el establecimiento allí de la Patria Natal judía y en última instancia, hacer posible la creación de un sistema autónomo Commonwealth, se entiende claramente que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no-judías existentes en Palestina o los derechos y el estatus político que disfrutan los judíos en cualquier otro país.

El sistema mandatorio al que se referían los sionistas estaba consagrado en el artículo 22 del pacto de la Liga de Naciones, que buscaba dirigir dichas “colonias y territorios” de los difuntos imperios otomano y alemán “habitados por pueblos que aún no podían mantenerse por sí mismos bajo las extenuantes condiciones del mundo moderno “en busca de su independencia ante el término “la sagrada confianza de la civilización (intereses espirituales y religiosos únicos en Jerusalén entre las tres grandes religiones monoteístas del mundo)”. Al hacerlo, cada colonia o territorio debía ser administrado por una Liga mandatorio que debía guiarla hacia la búsqueda del auto-gobierno de acuerdo a la “etapa de desarrollo de la población, la situación geográfica del territorio, su condición económica y otras circunstancias mucho más similares”. Específicamente, este estipuló que “Armenia, Siria, Mesopotamia, Palestina y Arabia deben estar totalmente separados del Imperio turco” y que ciertas comunidades en estos territorios han alcanzado una etapa de desarrollo donde su existencia como naciones independientes puede ser reconocida provisionalmente y esté sujeto a la prestación de asesoramiento y asistencia administrativa por parte de un poder mandatorio hasta el momento en que puedan mantenerse por sí mismos.

Gran Bretaña y Francia se encontraron en desacuerdo sobre el futuro de la región.

Sin embargo, la implementación del Artículo 22 fue más fácil decirlo que hacerlo, ya que las rivalidades históricas de gran poderío junto a las diferencias políticas, que habían sido suprimidas por las necesidades de ganar la guerra a cualquier costo, resurgieron en la conferencia de paz. Gran Bretaña y Francia buscaron la designación inmediata de mandatos – el primero como medio para reducir la carga financiera de mantener un ejército de un millón de personas en el Medio Oriente y deshacer el acuerdo Sykes-Picot de 1916 al hacer que Palestina y la región rica en petróleo de Mosul queden bajo sus auspicios; este último con la esperanza de colocar a la “Gran Siria” bajo su manto. Sin embargo, el entonces presidente Wilson, aunque arquitecto del sistema de mandatos (o de hecho de la Liga de Naciones, a la que Estados Unidos finalmente no se unió), insistió en enviar una comisión inter-aliada a Siria para evaluar las opiniones en el lugar. Aunque opuestos a la idea, ni el primer ministro británico David Lloyd George ni su homólogo francés Georges Clemenceau se sintieron capaces de descartar de inmediato el plan. En cambio, se embarcaron en un intrincado juego dilatorio que llevó al exasperado Wilson a enviar una comisión netamente estadounidense a Siria, codirigida por Henry King, presidente del Oberlin College y Charles Crane, fabricante de válvulas en Chicago e influyente donante del Partido Demócrata, a quien Wilson consideró “particularmente calificado para ir a Siria debido a que no sabían nada al respecto”. Para el momento en que la comisión estadounidense le telegrafió la esencia de sus recomendaciones, hecho que aconteció el 10 de julio, 1919 (presentando el informe completo a finales de agosto), el Tratado de Versalles entre los Aliados y Alemania fue firmado. Además, Wilson se había ido a los Estados Unidos sin molestarse en enviar el informe para que fuese deliberado sobre el tratado de paz turco que si continuó a buen ritmo y el contenido del informe fue hecho público solo en 1922, mucho después de decidirse el tema del mandato.

Así las cosas, se dejó a Gran Bretaña y Francia (junto a alguna ayuda de Italia) el completar la disolución final del Imperio Otomano y la creación de un nuevo orden regional sobre sus ruinas. Esto no resultó ninguna tarea fácil ya que los dos aliados de guerra se vieron rápidamente en desacuerdo sobre el futuro de la región. El Teniente General Edmund Allenby, comandante de la Fuerza Expedicionaria Egipcia (FEE) quien expulsó a los ejércitos otomanos del Levant, despreciaba abiertamente la escasa contribución francesa a la lucha. Este alentó a los líderes árabes locales a resistirse a todos los intentos franceses de hacer cumplir su autoridad en las áreas designadas por el Acuerdo Sykes-Picot. Este también cultivó su relación con Faisal como la “autoridad suprema en Siria en todos los temas y asuntos árabes, fuesen estos administrativos o militares”, dándole al emir rienda suelta para intimidar a sus opositores políticos y prometiéndole participar en el proceso de toma de decisiones sobre el futuro del Levant. No menos irritante para los franceses fue la negativa británica de retirar a las FEE del Levant antes de que la conferencia de paz llegara a tomar su decisión. Las solicitudes para incrementar el número de tropas francesas en Siria fueron rechazadas apremiantemente; Gran Bretaña se mantuvo firmemente en control, dejando a los franceses con una sensación de impotencia.

El sueño imperial de Faisal

Para complicar aún más las cosas, Faisal aprovecho muy hábilmente las diferencias anglo-francesas para promover sus grandes ambiciones. Incluso durante la revuelta anti-otomana, el emir comenzó a jugar con la idea de tener su propia “Gran Siria” de imperio, llegando incluso a negociar esta opción con miembros clave del liderazgo otomano a espaldas de sus aliados británicos en la guerra. Cuando esta táctica quedó en el limbo, Faisal trató de insertar su sueño imperial en los acuerdos de paz de la posguerra diciéndole al Consejo de los Diez, el supremo organismo en la toma de decisiones de la conferencia de paz de París (febrero, 1919) de que “Siria afirmaba su unidad e independencia “y que era lo suficientemente avanzada políticamente como para manejar sus propios asuntos internos “si se le brindaba la asistencia técnica y extranjera adecuada para ello.

Sin mencionar su acuerdo con Weizmann, el emir se abstuvo de referirse ni mucho menos de respaldar la Declaración Balfour, proponiendo en cambio dejarle el futuro de Palestina “a la consideración mutua de todas las partes interesadas”. Esta frase no solo le dio poder de veto a la población no-judía del país por sobre la creación de una patria judía (en contraste con la Declaración Balfour que los convirtió en “derechos civiles y religiosos” pero nada dijo sobre el futuro de Palestina). También convirtió a Sharif Hussein de Meca, el padre de Faisal y líder nacional de la “Gran Revuelta Árabe” que buscó establecer un imperio regional unificado y presumiblemente el propio Faisal (como el futuro rey de Siria) contendientes serios a la inclusión de Palestina en sus futuros reinos. Tal como lo expresó el emir en una ocasión, dado que Siria era “mercancía sin dueño”, era natural que Gran Bretaña, Francia y él “trataran de apropiarse de ello antes que los demás”.

De hecho, en un momento en que Faisal le aseguró a sus interlocutores judíos que los “árabes, especialmente los educados entre nosotros, vean con la más profunda simpatía al movimiento sionista… Haremos todo lo posible, en lo que a nosotros respecta, para ayudarlos a lograr su objetivo: les deseamos a los judíos la más cordial bienvenida de vuelta a casa”, a este se le veía ocupado manipulando a la comisión King-Crane para que sabotee este objetivo y respalde su ambición de constituir un Gran Reino sirio que incluya a Palestina. Dentro de este marco, Faisal ensambló un “Congreso General sirio” muy poco representativo, que “dejaría muy en claro los deseos del pueblo sirio a la Comisión de investigación estadounidense” y que estaba compuesto en gran parte por miembros del pequeño círculo de nacionalistas (en su mayoría iraquíes) que combatieron a su lado durante la guerra y gestionaron su administración a su paso. Este también lanzó una extensa campaña de propaganda, organizó manifestaciones masivas e intimidó a opositores políticos y a ciudadanos comunes por igual. “Feisal ha tomado en sus manos toda la campaña política y ha enviado instrucciones a todas partes del país”, informó el jefe de política de las FEE Brigadier General Gilbert Clayton. “Al pueblo se le dijo que pida por la independencia total de Siria y al mismo tiempo, que exprese esperanzas de que se le otorgue a otros países árabes”.

La ambición de Faisal era por un gran reino sirio que integre a Palestina.

Aunque estando muy conscientes a las manipulaciones de Faisal, así como también la naturaleza poco representativa del congreso y la debilidad de gran parte de la evidencia presentada a la comisión, King y Crane decidieron respaldar el sueño imperial de Faisal sobre la objeción de algunos de sus asesores, recomendando, “Por el bien de los intereses mayores, tanto del Líbano como de Siria… debe instarse a la unidad de Siria” y que “el Emir Feisal se convierta en el líder del nuevo y unificado Estado sirio”. Sin embargo, en ese momento, según lo estimado por los británicos, solo el 15% de los libaneses estaban a favor del gobierno hachemita y los líderes religiosos cristianos del Líbano abogaron junto a la conferencia de paz de que el país “no debe ser colocado en lo absoluto bajo un gobierno árabe y musulmán”.

Similarmente, mientras simulaba “un profundo sentido de simpatía por la causa judía”, la comisión rechazó el milenario apego judío a Palestina como justificación válida para la creación de una patria judía allí. El tratar efectivamente a los judíos como una comunidad religiosa en lugar de una nación, la comisión recomendó que “la inmigración judía debería definitivamente ser limitada y que el proyecto para hacer de Palestina una comunidad indistintamente judía debía ser abandonado”, reduciendo así la comunidad judía del país a una minoría permanente en el futuro reino sirio de Faisal. “Entonces no habría razón para que Palestina no pudiese ser incluida en un Estado sirio unido, al igual que otras partes del país”, escribió la comisión:

  • Los lugares sagrados son atendidos por una Comisión Internacional e Interreligiosa, algo así como en tiempo presente, bajo la supervisión y aprobación del Mandatario y la Liga de Naciones. Los judíos por supuesto, tendrían su representación en esta Comisión.

Tampoco Faisal se desanimó a acompañar sus manipulaciones con intentos intimidatorios siempre que lo considerase necesario. Cuando la conferencia de paz se volvió a reunir en Londres los días 12 de febrero al 10 de abril de 1920, con la notable ausencia de Estados Unidos, para discutir el tratado de paz turco, Allenby les advirtió a los delegados que

  • cualquier decisión incompatible con las aspiraciones árabes sobre Siria, Palestina o Mesopotamia tomada sin la presencia de Faisal no será reconocida por los árabes y causará grandes dificultades a futuro por lo cual la nación [árabe] declina toda responsabilidad al respecto.

Un pogromo estalló en Jerusalén exigiendo la incorporación de Palestina al recién proclamado reino de Faisal.

Cuando esta amenaza no logro el efecto deseado, el 8 de marzo, el emir hizo que el Congreso sirio general lo proclamara como Rey Faisal I de Siria “dentro de sus límites naturales, incluyendo Palestina”, en unión política y económica con Irak. A Francia y Gran Bretaña se les pidió que abandonaran las partes occidental (es decir, el Líbano) y meridional (es decir, Palestina) del país. Y como para subrayar este requisito, entre los días 4 y 7 de abril, un pogromo estalló en Jerusalén exigiendo la incorporación de Palestina al recién proclamado reino de Faisal resultando en cinco judíos asesinados y otros 211 heridos.

La conferencia de Londres

La auto-investidura de Faisal no tuvo ningún impacto perceptible en la conferencia de Londres, a la que Gran Bretaña y Francia declararon de nula y sin efecto y procedieron a sentar las bases de la tan esperada adjudicación de los mandatos. Sin embargo, esto no se tradujo automáticamente en una victoria sionista, ya que el rechazo de Francia a las ambiciones imperiales del emir ni implicó la disposición correspondiente de reducir el alcance territorial de su mandato sirio ni tampoco aceptar la interpretación británica y sionista del mandato palestino.

Un acalorado debate giró en torno a la frontera norte de Palestina, en donde el primer ministro Lloyd George respaldó la propuesta sionista, la cual se ajustaba en gran medida a su propia percepción de que Palestina comprendía el territorio bíblico “desde Dan hasta Beersheva” en donde la frontera norte se extiende “hasta el Litani sobre la costa y hacia el otro lado de Banias, el antiguo Dan o Huleh en el interior”. Asimismo, Balfour sostuvo que Palestina” debería obtener prioridad a las fuentes de agua que naturalmente le pertenece, ya sea extendiendo sus fronteras hacia el norte, o a través de un tratado con el ente mandatorio de Siria, para quien las aguas que fluyen hacia el sur de Hermon no podían en ningún caso ser de gran valor”.

Dada que esta franja significo la frontera sur de Siria, la cual se convertiría en un mandato francés y que al ir más allá de la internacionalización de la parte media norte de Palestina concebida por el acuerdo Sykes-Picot, los sionistas habían tratado de ganarse el apoyo de Francia a su propuesta demarcación antes de que el tema fuese decidido por la conferencia de paz. El 11 de septiembre de 1919, Weizmann se reunió con el asesor jefe francés para tratar con los temas sirios, quien insinuó que “los franceses aceptarían la demarcación del río Litani sin ninguna dificultad”. Este quedó con una impresión similarmente optimista tras una reunión con el canciller Stephen Pichon. quien indico que si bien los franceses no estaban “muy interesados ​​en los detalles de esta o aquella demarcación de la frontera sirio-palestina, siempre que exista satisfacción general por parte de Francia por el tema sirio”, les “gustaría mostrar que también están haciendo algo por el sionismo”.

El primer ministro francés Alexandre Millerand no tenía afinidad alguna con el sionismo y los judíos.

Sin embargo, para el momento en que la conferencia de paz se reunió de nuevo en Londres, estos sentimientos positivos habían desaparecido casi por completo. A finales de enero de 1920, Clemenceau renunció a la presidencia francesa y su sucesor Alexandre Millerand no solo no compartió nada de la afinidad de su predecesor con el sionismo y los judíos, sino que trató de resucitar el difunto esquema de internacionalización del acuerdo Sykes-Picot en un intento por socavar la patria judía y el Mandato británico para facilitar su implementación. “Me he sentido satisfecho por la evidencia documental de que la propaganda francesa ha aumentado considerablemente en Palestina durante los últimos dos meses y ahora se encuentra muy activamente en contra del sionismo y por una Palestina francesa en una Siria unificada”, le informó el máximo funcionario político al secretario-canciller británico George Curzon, el 2 de marzo, mientras la conferencia deliberaba sobre el futuro de la región.

  •  Se dará cuenta usted de lo fácil que es hacer propaganda muy peligrosa en Palestina y lo fácil que será destruir desde un comienzo nuestra administración y política del Gobierno de Su Majestad. Soy de aquellos que piensan que los franceses no aspiran a nada menos.

Las cosas llegaron a un punto crítico cuando Lloyd George leyó un telegrama redactado por el juez de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos Louis Brandeis, líder de los sionistas estadounidenses y confidente del Presidente Wilson, advirtiendo que la aplicación del acuerdo Sykes-Picot a Palestina “derrotaría la plena realización de [la] promesa a una [patria] judía “dividiendo al país” sin tener en cuenta [sus] límites históricos” y que la única forma de implementar la Declaración Balfour, que fue” suscrita por Francia y otros Aliados y potencias asociadas”, debía reconocer los límites sionistas ya propuestos.

Esto envió a Philippe Berthelot, secretario general de la cancillería de Francia, quien dirigió la mayoría de las negociaciones en la Conferencia de Londres y quien era “muy irrespetuoso de carácter con la idea de una patria judía” (para utilizar las palabras de Lloyd George) en forma abusiva. Este despreciaba a Brandeis por tener “un sentido exagerado de su propio ego” (contradiciendo efectivamente su propia afirmación anterior de que “el Presidente Wilson estaba siendo guiado completamente por el Sr. Brandeis”). Además, rechazó la propuesta sionista por ser “demasiado extravagante para ser considerada así fuese un solo minuto” antes de proceder a lamentar el apoyo de los aliados al movimiento sionista “en gran medida místico”, que en su opinión se basaba en la errónea esperanza de “rescatar a un gran número de desdichados judíos en Rusia y Europa central “en un momento en que” la gran mayoría de estos supuestos judíos tenían [probablemente] muy poca sangre judía verdadera en sus venas”.

Para ese momento, las dos potencias acordaron mutuamente el texto de la cláusula Palestina en el tratado de paz turco, la cual ampliamente se basaba en la propia definición de Lloyd George: “Palestina: los límites que serán definidos de acuerdo a sus antiguos límites desde Dan hasta Beersheva y que estarán bajo mandato británico”. El primer ministro británico se alegró de dejar la demarcación precisa de las fronteras para una etapa posterior y le informó a Brandeis que su “geografía estaba errada y que este pudiera estarlo también si estudiase mapas más precisos y autorizados de los que aparentemente existen actualmente a su disposición”. Incluso Berthelot se calmó, pidiéndole a Lloyd George que le informara a Brandeis que, a pesar de que Francia rechazó sus “extravagantes afirmaciones”, París “no tenía intención de adoptar una actitud hostil, pero si estaba lo bastante preparado para hacer arreglos más liberales a los suministros de agua para la población sionista”.

San Remo

Esta simulada afinidad demostró ser muy corta. Cuando las Potencias Aliadas Supremas se reunieron nuevamente el 19 y 26 de abril de 1920, en la ciudad turística italiana de San Remo para finalizar el tratado de paz turco, los franceses volvieron a entablar su antiguo juego. El primer ministro Millerand, enfurecido por lo que consideró menos que un inequívoco rechazo británico a las ambiciones imperiales de Faisal, que temía reduciría el mandato francés en Siria a meras apariencias al efectivo mandato del emir, se aprovecho del mandato de Palestina como trampolín para mejorar la postura de Francia sobre la región. Como resultado, la delegación francesa en San Remo no se contentó con disputar la frontera norte de Palestina, sino que cuestionó la interpretación británica y sionista del mandato de Palestina – o de hecho la noción de una patria judía – en un intento por recuperar una de las propuestas del condominio anglo-francés previsto por el acuerdo Sykes-Picot.

Tan pronto como Curzon solicitó que la Declaración Balfour, “la cual fue aceptada por las Potencias Aliadas”, se escribiera dentro el mandato de Palestina “en la forma precisa en que había sido concebido originalmente”, Berthelot descartó la idea. Concediendo que “todo el mundo simpatizaba con la aspiración de los judíos de establecer una patria en Palestina” y expresando la voluntad de Francia de hacer todo lo posible “para satisfacer su legítimo deseo”, él sin embargo, propuso reconsiderar este proyecto en conjunto. En lugar de escribir la Declaración Balfour en el mandato, este argumentó, el tema de Palestina debería presentársele a la Liga de Naciones, en especial porque “este no podía recordar si la aceptación general [alguna vez] le fue dada a la declaración del Sr. Balfour por las Potencias Aliadas”.

Según el primer ministro italiano, hubo “un acuerdo sobre la conveniencia de instituir una patria para los judíos”.

El secretario de Asuntos Exteriores británico quedó sorprendido. “M. Berthelot posiblemente no estaba totalmente familiarizado con la historia del asunto”, este corrigió a su homólogo francés con un eufemismo en inglés. Los términos de la declaración habían sido comunicados en febrero de 1918 al canciller Pichon y aprobados por él tal como lo hicieron el Presidente Wilson y también por Italia, Grecia, China, Serbia y Siam. “Este pensó, por lo tanto, que tenía suficientes justificativos en decir que la declaración del Sr. Balfour había sido aceptada por una buena parte de las Potencias Aliadas”. Berthelot no iba a ceder. Dado que la declaración no había sido respaldada oficialmente por el gobierno francés, ni aceptada como base para una futura administración de Palestina, este argumentó, Francia se oponía categóricamente a “cualquier referencia en un instrumento oficial, tal como el tratado turco, a una declaración no-oficial hecha por un único Poder, que nunca había sido formalmente generalmente aceptado por los Aliados”.

El primer ministro italiano Francesco Nitti intercedió. “Fue inútil examinar la historia pasada”, dijo. “A él le pareció que, en principio, las potencias estaban generalmente de acuerdo en cuanto a la conveniencia de instituir una patria para los judíos”. Sin embargo, la discusión reveló las diferencias anglo-francesas respecto a los derechos de las comunidades no-judías de Palestina y además, planteó el tema de la situación de los católicos romanos en el Medio Oriente. Por lo tanto, sin necesidad de cuestionar la capacidad de Gran Bretaña para cumplir efectivamente sus obligaciones mandatorios, pudiera haber sido aconsejable establecer una comisión internacional que propondría nuevas regulaciones para los Lugares Santos en lugar de las existentes, así como también métodos para la resolución de las disputas interreligiosas.

Esto hizo que Millerand entrara en acción. Incluso en la conferencia de Londres, los franceses utilizaron el tema de los lugares santos del cristianismo como vehículo para reintroducir la internalización de Palestina prevista por el acuerdo Sykes-Picot, solo para encontrarse con una inquebrantable oposición británica. Ahora que su homólogo italiano había reabierto el tema, el primer ministro francés no perdería su oportunidad de hacer escuchar su voz en la administración de Palestina a expensas de Gran Bretaña. De la forma en que este lo ideo, el tema de Palestina involucraba tres motivos muy valederos: “El primero fue que debería existir una patria para los judíos. Sobre ese tema, todos estaban de acuerdo. El segundo punto era el proteger los derechos de las comunidades no-judías. Eso nuevamente, pensó, no ofrecía dificultades insuperables. El tercer punto era el tema de los derechos tradicionales existentes de los organismos no-judíos”. Y a pesar de su absoluta confianza en la capacidad de Gran Bretaña para “mostrar su conocido espíritu liberal en tratar con esta cuestión en particular”, a este le gustaría que la conferencia tuviera en cuenta sus decisiones “la situación moral en Francia creada por siglos de sacrificio” en la Tierra Santa

Lloyd George no obtendría nada de esto. Si bien tenía sentido que una potencia europea actuara como protectora de la comunidad católica romana mientras Palestina estuviese bajo dominio otomano dijo, este ya no era el caso. Gran Bretaña no era Turquía en lo que respecta al trato hacia las minorías religiosas y étnicas y era inconcebible someterla a las mismas condiciones “impuestas a los turcos por la fuerza luego de una serie de guerras muy sangrientas”. Hacer de Francia el protector de los católicos de Palestina en un momento en que Gran Bretaña era el ente a cargo de administrar el país no solo sería “insultante y humillante para la Gran Bretaña”, sino que “esto simplemente conduciría a una doble administración por parte de dos grandes potencias europeas”, que a manera de ver de Lloyd George “haría imposible que Gran Bretaña administrase el país, e incluso pudiera generar dificultades respecto a sus relaciones con Francia”.

Los diplomáticos más importantes franceses afirmaron que todos los judíos en Francia eran anti-sionistas y no deseaban ir a Palestina.

Este punto de vista fue el que prevaleció. Los franceses retrocedieron, solo para reanudar el ataque de querer insertar la Declaración Balfour en los términos del mandato. Berthelot rechazó la declaración como “letra muerta” y afirmó que “todos los judíos en Francia eran anti-sionistas y no tenían deseo alguno de ir a Palestina”, mientras que Millerand sugirió repetir la solidez de la declaración mientras omitía la disposición de que “el ente mandatorio será el responsable de poner en práctica la declaración hecha originalmente el 8 [2] de noviembre de 1917 por el gobierno británico y adoptada por las otras potencias aliadas”.

Curzon no parecía saber qué fue exactamente lo que los franceses objetaron. ¿Se oponían estos a crear primeramente una patria judía, o estaban ansiosos por proteger los derechos y privilegios de las comunidades no-judías de Palestina? Curzon entendió que Francia estaba de acuerdo en insertar la Declaración Balfour al tratado de paz, aunque no en su precisa redacción y sin señalar que había sido originalmente hecha por el gobierno británico en una fecha determinada; y este se había esforzado por cumplir con estas objeciones, por muy erróneas que pudieran ser. Pero ahora la delegación francesa pareciera que sustituyo su propio borrador para insertar la declaración en el tratado de paz, incluso de forma modificada que fue algo que Gran Bretaña, como el ente mandatorio designado para Palestina, no podía aceptar. Además, argumentó Curzon, “los judíos consideraron la totalidad de la declaración del Sr. Balfour como la carta magna de sus derechos y le concedieron gran importancia a la referencia hecha en la declaración original en el Tratado de Paz”. Y aunque los franceses pudieran creer que los judíos “no tenían ninguna razón para otorgarle importancia capital” a la inclusión de la declaración en el tratado, lo “cierto seguía siendo, sin embargo, que sí le atribuían demasiada importancia y después de todo, ellos eran los mejores jueces de sus propios intereses”. En estas circunstancias, ¿fue realmente necesario continuar discutiendo el tema sobre el cual el gobierno británico había tomado una postura de la cual era prácticamente imposible retractarse?

El que Millerand haya aceptado esta solicitud condicionado a que el renunciar a los privilegios religiosos franceses no fuese mencionado formalmente en el tratado y que el punto de Francia sobre los derechos políticos de la población no-judía de Palestina fuesen registrados en un proceso verbal, los términos del mandato fueron acordados rápidamente, para luego ser incorporados al tratado de paz turco, que fue firmado cuatro meses después en la ciudad francesa de Sèvres.

Conclusión

“Entre las noticias más satisfactorias de San Remo se encuentra la declaración de que Gran Bretaña recibirá un mandato para Palestina el cual será considerado, en términos de la Declaración del Sr. Balfour, una patria para los judíos”, léase un editorial del diario London Times. publicado el 27 de abril, 1920:

  • Nosotros recientemente llamamos a la atención los intentos hechos para invalidar la tal Declaración, que encarnaba sabiamente, aunque tardíamente, la única política sólida que los Aliados podían adoptar hacia el pueblo judío… Pero aunque dicha oposición fue finalmente superada y la promesa otorgada, los opositores a la promesa no han agotado sus esfuerzos por invalidarla. No les gusta la idea de que los judíos deberían tener una patria propia y con mucha alegría convencerán al mundo no-judío de que los judíos son simplemente un grupo religioso sin ninguna característica racial especial.

Es una tragedia histórica que esta crítica, dirigida principalmente contra “una parte de los judíos más británicos cuyo título para hablar en nombre de las masas judías es tan escaso como su conocimiento de ellos”, sigue siendo tan válida hoy como hace cien años. Solo ahora, son los líderes palestinos (y sus paladines internacionales) quienes permanecen atrincherados en el rechazo no solo del apego judío milenario a la Tierra de Israel sino a la existencia misma de un pueblo judío (e implicando, su derecho a la condición de Estado). En lugar de seguir tratando de retroceder el tiempo a costa de prolongar el sufrimiento del pueblo palestino y que este se encuentre sin un estado, es hora de que sus líderes abandonen su recalcitrante obstinación que ya cumple un siglo y opten por la paz y la reconciliación con sus vecinos israelíes. ¿Y cuál puede ser un momento más propicio para iniciar este cambio radical que el centenario de la conferencia de San Remo?

 

Efraim Karsh, editor del Middle East Quarterly, es profesor emérito de estudios del Medio Oriente Medio y el Mediterráneo en el King’s College de Londres y profesor de estudios políticos en la Universidad Bar-Ilan, donde también dirige el Centro de Estudios Estratégicos BESA. Este artículo es parte de un estudio más amplio preparado bajo auspicios del Centro BESA.

 

Traducido por Hatzad Hasheni

 
Comentarios

Pasadas ya varias semanas sin poder comunicar con este fóro, por mor del confinamiento al que estamos sometidos y de la ausencia de un ordenador habilitado a tal fin, reanudo (ignoro aún por cuanto tiempo) con la sana costumbre de aportar un comentario o reflexion a los temas aqui ofrecidos, todos ellos mas interesantes los unos que los otros …
Por ceñirme a esta informacion precisa, me cabe decir, que El Estado de Israel ha sido desde su misma fundacion, el depositáriio de los anhelos de retorno a Sion de una parte significativa de la diaspora judia, ademas de un lugar de refugio para todo judio que al él decida acogerse …
Simboliza asi mismo, la legitima revindicacion de un pueblo milenario y pèrseguido, y el cumplimiento de un derecho histórico y natural inherente al pueblo judio …
La historia pasada, la cultura en todos sus apartados, la lengua hebrea y la esperanza compartida de un futuro en comun, se ven en el reflejadas, por mas que para algunos esté aun lejos de colmar las espectivas mesianicas concebidas desde antiguo, las cuales se ven sin embargo esbozadas de alguna manera …
Israel representa pues todo aquello que amamos, todo en lo que creemos y por lo que luchamos, por mas que pueda no quedar exento de errores , de críticas o de defectos a pulir …

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