Netanyahu. Elecciones 2019
En el mundo hay países impecablemente democráticos que eligen para las más altas magistraturas a líderes patriotas, capaces de defender su nación y la identidad de la misma y que se atreven a anteponer la supervivencia de su país a otros muchos intereses. Tienen enfrente a las elites progresistas, a los funcionarios y en muchas ocasiones a los tribunales. Ejemplo de estos líderes es Benjamín Netanyahu, que en las últimas elecciones (2 de marzo), cuando parecía que los electores estaban aburridos después de tres elecciones seguidas, aumentó la representación de su partido en 4 diputados y consiguió 36 escaños.
La razón de este éxito se basa en la existencia de un consenso profundo y estable acerca de la seguridad de Israel. Incluso si hubiera sido posible una mayoría de otro signo ideológico, las políticas actuales de seguridad se habrían mantenido, porque algunos de aquellos que la podrían haber formado las comparten, como por ejemplo Moshé Yaalón, Zvi Hauser y Yoaz Hendel, de la coalición Azul y Blanco.
En contra de lo que ocurre en otros países que también respaldan a políticos con carácter y sin miedo a mantener sus propias posiciones, en el caso israelí este gran acuerdo cuenta con una mayoría de jóvenes. En Estados Unidos, los jóvenes siguen echando de menos a Obama, incluso a los Clinton, y en España les gusta votar por los progresistas que les condenan al paro. En Israel los jóvenes son conservadores. Según una encuesta de abril de 2019, un 63 por ciento de los jóvenes de entre 18 y 24 años querían que Netanyahu fuera primer ministro, frente a un 17 por ciento que optaban por su adversario Benny Gantz. Entre las personas de más de 65 años es Benny Gantz el que gana.
La tendencia viene de lejos. En 2008 el 57,7 por ciento de los jóvenes de entre 18 y 34 años se identificaba con la derecha, mientras que sólo lo hacía el 44 por ciento de los israelíes mayores de 35 años. Desde entonces, el apoyo nunca ha bajado del 49 por ciento.
En el Likud no tienen dudas acerca del motivo de esta preferencia. A los jóvenes les gusta la ideología de Netanyahu. “Creen en él”, dice un portavoz del partido. También se recurre a las circunstancias en las que ha crecido esta generación. Con el telón de fondo del fracaso de los Acuerdos de Oslo (y el empeño de los laboristas por mantener abierto el diálogo con quienes quieren destruir su país), han vivido en directo el baño de sangre de la Segunda Intifada, con por lo menos mil muertos civiles israelíes, y, en Gaza, los resultados de la decisión de ceder en la cuestión territorial. Llegada la hora de afrontar una posible anexión de Cisjordania, el pasado reciente parece señalar el camino preconizado por Benjamin Netanyahu.
Quizás, sobre todo eso, haya una doble cuestión. La primera es la capacidad de Netanyahu y su partido para presentar el futuro de Israel como una gran misión: un país ultramoderno y respetuoso con el pluralismo político y cultural, una potencia tecnológica y una potencia militar regional respetada en todo el mundo. Por otro lado, también está la conciencia trágica de la vida, la seguridad de que la falta de vigilancia y de compromiso llevan siempre a la destrucción de la vida en común, al enfrentamiento interno y, nada paradójicamente, al ensimismamiento, el narcisismo y la mediocridad.
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