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| martes diciembre 24, 2024

Racismo, la enfermedad sin vacuna


Cuando hace más de diez días, un oficial de policía de Minneapolis asesinó al joven afro descendiente George Floyd, se abrió una caja de Pandora muy grande y no quedó nada adentro. El rostro frío del policía que siguió con su rodilla apretando el cuello de Floyd aunque éste ya estaba muerto y la complicidad de sus tres compañeros fue un disparo al corazón para los millones que lo veían filmado por un celular que tomó toda la bestial escena.
La caja de Pandora en realidad ya estaba sin llave. No fue la primera vez que se veía algo igual. Al revés. Ni siquiera la elección de un Presidente afro descendiente pudo mitigar que el odio contra los ciudadanos negros en distintos lugares de Estados Unidos no tuviera durante los ocho años de la Administración Obama, bestialidades en reiteración real.

Primero, salieron multitudes pacíficamente indignadas y ultrajadas que en el siglo 21 siguieran sucediendo aberraciones como si estuviéramos recorriendo varios siglos anteriores sin aprender lecciones básicas sobre derechos humanos. Casi inmediatamente salieron los demonios de la caja. Decenas de ciudades estadounidenses saqueadas, comercios donde los ladrones se llevaron todo lo que pudieron cargar, o sea, nada que ver con la protesta racional y justa. Al revés, muy lejos de eso.

Llegó rápidamente el antisemitismo y sinagogas de Los Ángeles y Nueva York vandalizadas, apedreadas; comercios judíos saqueados; graffitis antisemitas por cuanta pared podían pintar los forajidos que salieron a destruir física y cívicamente a todo el país.

Y allí sigue Estados Unidos intentando volver a la calma. Con un liderazgo político que obviamente no ha estado a la altura de la pandemia que ya se llevó la vida de más de cien mil ciudadanos, y que en lugar de construir mensajes que den contención a su ciudadanía ,les va tirando querosén. El lado racional y la fortaleza democrática de Estados Unidos hará que la razón supere a la sinrazón, pero las víctimas son abrumadoras. A las de la pandemia, se agregan los muertos en las manifestaciones, más una inmensa destrucción de bienes y propiedades en medio de la peor catástrofe económica mundial en los últimos cien años. El costo social, político y económico es enorme y el daño es tan grande en tiempo presente que es muy difícil hacer cálculo alguno para el futuro tanto cercano como a mediano plazo.

Las informaciones llegaron a todo el planeta y hubo manifestaciones en decenas de países, en las calles, desde el deporte, el arte, etc. El derecho a manifestarse ante una atrocidad no se discute. Hacerlo a lo loco en medio de una pandemia,eso, no vale la pena discutirlo. Si la sinrazón no puede siquiera medir la relación de una protesta con el peligro de crear contagios a granel, es porque hay contextos de ira. Y la ira no defiende causas justas sino que fabrica odio.

Muy loable entonces que la Unión Europea exprese su preocupación por los insucesos en las ciudades de Estados Unidos. Pero, ¿es loable?. El crecimiento de la extrema derecha y sus triunfos en elecciones regionales de varios países, la discriminación contra los refugiados, el crecimiento bestial del antisemitismo, gobernantes como Víctor Orban, no le quita derecho alguno a “sentirse consternados” por la situación norteamericana, pero deja una sensación de hipocresía, que aunque no sorprenda, indigna.

Frank Shyong es un columnista del diario Los Angeles Times. Hace ya varios días escribió una extensa columna sobre el asesinato de George Floyd y sus consecuencias. Nos permitimos compartir con ustedes algunos de sus pensamientos que nos ayudan, aún discrepando o no, ubicar el corazón del drama del racismo en Estados Unidos. Escribe Shyong:”Este fuego arde por nuestra culpa. Y para comprender lo que está sucediendo, debemos tratar de alejarnos de respuestas fáciles y comprender estos incidentes como parte de una historia más amplia, de cómo el racismo alimenta a la policía estadounidense e inflige violencia a las personas negras a diario. Sé que las familias que perdieron dinero y propiedades durante los disturbios no quieren leer esto. No puedo pensar en un objetivo menos merecedor de la violencia que las pequeñas empresas, ya agotadas de luchar contra las amenazas gemelas del coronavirus y la recesión… Los disturbios no son la respuesta. Son explícitamente una expresión de ira y frustración, un fuego cuyas chispas caen indiscriminadamente. Una ciudad en llamas sucede cuando la gente pierde la esperanza de obtener respuestas.

Las imágenes en las redes sociales ofrecen una muestra indiscutible de lo que está sucediendo, pero no exponen el trauma generacional por el racismo y el dolor por innumerables hermanos, hermanas, padres y madres perdidos. Y no representan a todos los manifestantes que intentan detener a los saqueadores, ni a las miles de personas que se manifestaron pacíficamente, ni a aquellos que se presentan al día siguiente para ayudar a barrer los cristales rotos y ofrecer un hombro para llorar. No señalo esto para excusar la violencia, sino para prevenirla.”
Si los gobernantes no pensaran que todos son saqueadores, y los trataran como violadores de las leyes y la convivencia democrática que eso es lo que son, pero a su vez le demostraran a la mayoría de la población que las minorías tienen sus derechos protegidos y no mezclados entre cristales rotos, entonces, estarían a la altura de las circunstancias.

Pero la pandemia demostró hace rato que los que tenían que estar a la altura por ser potencias, por sus dimensiones y poderío, estuvieron muy lejos. Desde la OMS sospechada desde el primer minuto llegando a las informaciones desde China, pasando por el desplome de la capacidad sanitaria en grandes países europeos, el desprecio por la racionalidad en Brasil y México, y los enfrentamientos entre la Casa Blanca y los Gobernadores que tantas vidas han costado y seguirán costando, el planeta ha quedado sumergido en enfermedad y pobreza. El asesinato de Floyd fue un fósforo que prendió fuego a la racionalidad. Cuando la sinrazón escapa de la caja de Pandora, es muy difícil prever cuando retornará la razón. Estados Unidos encontrará más tarde o más temprano, en su fuerte reserva democrática, como regresar al equilibrio. El resto del mundo debería mirarse al espejo y ver dónde están las reservas democráticas de cada uno, para hacer más y hablar menos.

 
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