A veces, las más terribles tragedias conllevan cambios que, a largo plazo, suponen una mejora. Sucesos tan trágicos como la Segunda Guerra Mundial sirvieron para acabar con algunos de los más terribles sistemas totalitarios del mundo. Tras la debacle que significó el Holocausto para la población judía europea, pocos países se atrevieron a oponerse a la propuesta de erigir un estado propio en nuestra tierra ancestral. Más lejos en el tiempo, pero más cerca en sus características, las pestes que asolaron al Viejo Continente diezmaron una proporción enorme de su población, pero con el paso de los años este suceso dio paso a nuevos enfoques vitales que cristalizaron en un movimiento que llamaron mucho después Renacimiento.
La actual guerra sanitaria afortunadamente no ha alcanzado las dimensiones apocalípticas de las antiguas plagas, pero sus consecuencias económicas y sociales son imprevisibles. No sabemos cuánto durará la actual situación y la dimensión de la reconstrucción que tenemos por delante. ¿Será un reajuste de coordenadas como la larga crisis económica que acabamos de dejar atrás después de casi una década, o algo más profundo? Es probable que algunos detalles nimios de lo que hoy ya empezamos a vislumbrar se conviertan en la nueva tónica general, por ejemplo, el distanciamiento social. Está claro que seguimos siendo animales gregarios, pero cada vez más nos estamos acostumbrando a que “juntos” signifique “conectados”, no físicamente cercanos: redes sociales, teletrabajo y videoconferencias se han hecho tan habituales como para mi generación lo fueron las imágenes y voces unidireccionales de otras personas y lugares por medio de la televisión.
El Renacimiento no fue un movimiento artístico sino la traducción de los nuevos ideales del humanismo a dicho terreno. El sufijo re- nos habla del rescate de algo conocido y descartado durante mucho tiempo: en este caso, el esplendor de los tiempos clásicos anterior al paradigma centrado en la iglesia. ¿Adónde estaríamos volviendo ahora? Una de las conclusiones fundamentales de la pandemia es el absurdo de las fronteras y banderas, razas e identidades. El ideario romántico decimonónico de un espíritu distintivo para diferentes grupos humanos se derrumba ante un simple virus, que sólo distingue entre especies biológicas, ni culturales, religiosas o económicas. El Nuevo Renacimiento rehuirá de lo inter-nacional para establecerse en lo específico, lo relativo a nuestra especie. En lugar de unas Naciones Unidas tendremos que encontrar una vía de convivencia con las demás formas de vida. Y ello no pasará evidentemente por “parlamentos” sino por ecosistemas sostenibles, incluyendo en éstos desde el más temible de los depredadores al último de los agentes infecciosos.
Nos costará mucho acostumbrarnos, pero dada la finitud de nuestras existencias siempre habrá nuevas generaciones que se encargarán de desmontar lo que nosotros, sus antepasados, nos empeñamos en mantener, a pesar del evidente fracaso. O puede que encontremos pronto una vacuna que postergue todo eso hasta nueva ocasión.
El mundo se haya como nunca hasta ahora, ante una encrucijada, frente a la cual ya no sirven los discursos de antaño, el buenismo al úso, o el postureo interesado y vácuo al que nos tienen acostumbrados, ya que lo que aqui se substancia, es el devenir de la humanidad en su conjunto, estrechamente ligado a la viabilidad misma de una presencia tan depredadora, como lo viene siendo de fácto la de la especie a la que pertenecemos …
Seria cierto deseable un cambio global y profundo de actitud por parte de todos, al hilo de los efectos devastadores causados por esta pademia, pero a la vez resultaria ilusorio confiar que el tal pueda finalmente producirse ,al menos en las proporciones deseables …
El hecho de situar en la reconstruccion economica y la prevencion sanitaria el analisis primordial de la cuestion, demuestra que no «hemos entendido aun» el calado de lo que está en juego, y no solo de cara a futuras generaciones, sino tambien a la nuestra…