En la primera parte identificamos varias maneras en que los organismos internacionales, los Estados y los individuos interpretan el plan israelo-americano para la extensión de la soberanía israelí sobre Judea y Samaria, patria ancestral de los judíos. Hay un extendido y erróneo acuerdo en que sería ilegal en términos de un Derecho internacional que ve negativamente la ocupación y la “anexión de territorios”.
No obstante, como hemos visto, buena parte de esa concepción obedece a una confusión sobre la historia de la región, los orígenes del Estado de Israel y la negativa palestina a disponer de un Estado para su propio pueblo. También hay una contradicción entre el Derecho internacional, de inspiración occidental, y el islámico.
Empecemos prestando atención al Mandato originario de la Sociedad de Naciones para Palestina (1922), territorio que habría de ser administrado por Gran Bretaña hasta que se constituyera en un Estado independiente. Un mero vistazo al mapa muestra que el Mandato concebía toda Palestina, incluida Gaza y lo que hoy es la Margen Occidental –con Judea y Samaria–, como la región asignada para la futura patria judía. El doctor Dore Gold, exembajador de Israel ante la ONU, ha escrito recientemente en Israel Hayom que esa designación original implica que no es apropiado denominar “anexión” a lo que pretende hacer Israel en el Valle del Jordán y la Margen. La anexión agresiva de un territorio por medio de la guerra es, aduce Gold, inaceptable e ilegal; pero, abunda el diplomático, Israel sólo penetró en la Margen en 1967, durante una guerra defensiva.
Se trata de un enfoque razonable, pero por desgracia ignora desarrollos previos. En 1922 los británicos aplicaron el artículo 25 del Mandato para crear un Estado árabe (Transjordania, la actual Jordania) al este del Jordán. Lo cual diezmó la patria judía, pero no tuvo consecuencias en la Margen ni en Gaza. En lo que quedó de la Palestina bajo administración británica estalló el conflicto entre los judíos y los árabes, lo que hizo la gestión del territorio algo cada vez más complicado. La situación cambió drásticamente tras la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Ya no era moralmente aceptable denegar a los judíos supervivientes del Holocausto y al resto de la Diáspora el derecho a crear un Estado en el que pudieran defenderse ante cualquier agresión.
Al finalizar de la contienda, la Sociedad de Naciones fue reemplazada por las Naciones Unidas. Y en noviembre de 1947 la Asamblea General aprobó la Resolución 181, por la cual lo que quedaba del Mandato de Palestina se dividía en un Estado judío y otro árabe (con Jerusalén como zona internacional). La idea era resolver el antagonismo entre las partes. En primera instancia los judíos, motivados por sus esperanzas sionistas, aceptaron la partición y se prepararon para poner en pie su Estado una vez se marcharan las fuerzas británicas. Los árabes, en cambio, la rechazaron e insistieron en expulsar del territorio a los judíos como supuestos usurpadores, pese a llevar 3.000 años en la zona.
Es aquí donde el plan para la extensión de la soberanía israelí se torna una solución más sencilla legal y moralmente hablando. A los árabes palestinos se les ha ofrecido en numerosas ocasiones un Estado, pero siempre han rechazado las generosas ofertas de paz. Han preferido recurrir al terrorismo y lanzar tres guerras desde Gaza en su afán por cumplir su sueño de destruir al mucho más poderoso Estado de Israel. Para 2017 habían rechazado no menos de siete ofertas de paz, y este año Mahmud Abás rechazó el nuevo plan americano-israelí.
Como no hay un Estado palestino en la Margen Occidental (y sólo un pseudo-Estado terrorista en Gaza), los asentamientos israelíes y la anexión no pueden ser considerados actos agresivos de invasión y ocupación. Al negarse a hacer la paz y rechazar su propio Estado –y hasta el mero hecho de sentarse a negociar–, los palestinos no han hecho más que hacerse daño. Es como si esperasen que todo el territorio en disputa se les resevara a perpetuidad, presumiblemente hasta que quieran debatir al respecto o aceptar una propuesta. Hasta el momento jamás han hecho una contraoferta, sólo han brindado una cascada de noes, en línea con la Declaración de Jartum posterior a la Guerra de los Seis Días (1967). Visto lo cual, la anexión que pretende acometer Israel no puede ser considerada ilegal, así de simple.
Si el nacionalismo es una base feble para un futuro Estado que viva en paz con sus vecinos, hay una causa aún mayor de animosidad hacia Israel que está ahí desde el inicio del conflicto. Se trata de la brecha entre el Derecho internacional y el islámico.
La ley islámica no sólo rige las vidas de los individuos musulmanes, tal y como las normas cristianas y judías rigen las vidas de los cristianos y los judíos, respectivamente. El islam no es sólo una religión. Es también un sistema político, y tiene normas sobre el gobierno de las ciudades, provincias y naciones. Una característica de dicha gobernanza es la ley del waqf. Un waqf es algo que ha sido cedido por miembros de la comunidad islámica para que sea dedicado a perpetuidad a fines religiosas. No es una propiedad privada, y tiene que destinarse a uso islámico. Una escuela, una fuente, una mezquita, una biblioteca: sea lo que fuere, ha de tener ese uso exclusivo. En el presente contexto, alude a cualquier territorio conquistado o convertido al islam y regido por un monarca o Gobierno musulmán, por ejemplo el Imperio Otomano. No se puede permitir que ningún territorio de este tipo pase a manos profanas, laicas, cristianas (como Al Ándalus –esto es, la mayor parte de la actual España–) o, para el caso, judías.
Por eso es por lo que no sólo los palestinos sino muchos otros musulmanes consideran la creación de Israel un acto ilegal que ha de ser revertido incluso contraviniendo las convenciones legales internacionales.
La invención del nacionalismo palestino laico sólo sirvió para enmascarar la idea subyacente. Pero los hechos dejan claro que sigue ahí, en forma de sermones que llaman a la yihad, pronunciamientos de los Hermanos Musulmanes y, sobre todo, la carta fundacional de Hamás (una rama de los Hermanos Musulmanes), que data de 1988. El exdiplomático egipcio Mohamed Galal Mostafa sostiene que la doctrina religiosa está en el meollo del extendido odio a Israel.
Esto es lo que dice el artículo 11 de la carta de Hamás sobre la centralidad del waqf en la liberación de Palestina y la obliteración de Israel:
El Movimiento de Resistencia Islámico cree que la tierra de Palestina es un ‘waqf’ islámico consagrado a las generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio. No puede ser desperdiciada una sola parte de ella, tampoco se puede renunciar a ella. Ningún país árabe, ningún rey o presidente, ninguna organización, sea palestina o árabe, tiene el derecho a hacerlo. Palestina es un ‘waqf’ islámico consagrado a las generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio. Así las cosas, ¿quién podría decir que tiene el derecho a representar a las generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio?
Esta es la ley que impera en la tierra de Palestina [al amparo de la] sharia islámica, y lo mismo vale para cualquier territorio que los musulmanes hayan conquistado por la fuerza, porque durante el tiempo de las conquistas [islámicas] los musulmanes consagraron esas tierras a las generaciones musulmanas hasta el Día de Juicio.
Sólo con esto debería quedar claro que, con independencia de los acuerdos de paz y los llamamientos a la tolerancia mutua que se hagan al amparo de la diplomacia occidental y en aplicación del Derecho internacional, la resistencia palestina no va a ceder. Sería como si sus líderes estuvieran vendiendo a Dios y a su Ley, se hablaría de traición y se pediría que se aplicara el castigo reservado a los traidores: la muerte. He aquí un fragmento del artículo 13 de la referida carta:
Las iniciativas y conferencias internacionales, así como las sedicentes soluciones pacíficas, entran en contradicción con los principios del Movimiento de Resistencia Islámico. Abusar de cualquier parte de Palestina equivale a abusar contra una parte de la religión. El nacionalismo del Movimiento de Resistencia Islámico es parte de su religión. Sus miembros se han alimentado de eso. Para elevar la bandera de Alá sobre la patria por la que combaten.
Si Israel procede con la anexión, podría haber una violenta reacción palestina en forma de Tercera Intifada o, menos probablemente, un ataque desde la Franja de Gaza, históricamente perteneciente a Hamás, por parte de Hamás, que de todas formas siempre busca la manera de destruir a Israel. Al parecer, hay también un movimiento que está cobrando fuerza en la Margen, actualmente gobernada por la Autoridad Palestina.
Afortunadamente, la expansión de la soberanía israelí podría representar una oportunidad para la resolución del conflicto. Nave Dromi ha argüido que la demolición definitiva por parte de Israel de una fantasía palestina a la que jamás se debió dar aire podría permitir a los líderes palestinos poner a sus conciudadanos en un rumbo constructivo.
© Versión original (en inglés): Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio
Como ponen está mentira?
la anexión que pretende acometer Israel no puede ser considerada ilegal, así de simple.
No existe anexión cuando es tu propia tierra