No es secreto para nadie. Israel tiene numerosos desafíos con los que lidiar. Amenazas a su seguridad, algún vecino lejano que quiere exterminarlo aunque ni frontera tiene con el Estado judío, terroristas motivados por el odio que no reconocen su existencia. Y en los últimos meses se agregó una amenaza singular, un enemigo invisible y fuerte: el Coronavirus.
Dado que la pandemia no sólo no se ha ido sino que ha afianzado su presencia, hasta este jueves de noche la preocupación inmediata de la ciudadanía israelí era que el gobierno de Israel decida volver a imponer un cierre total. Finalmente, fueron aprobadas determinadas medidas (que explicamos en una nota separada, no en la sección editorial), despertando nuevamente críticas de parte de distintos sectores de la población.
Claro que a nadie le resulta cómodo tener que lidiar con restricciones que lo limiten. Pero el problema es otro. El problema-dramático a nuestro criterio- es que mucha gente ha perdido la confianza. Y no nos referimos únicamente a quienes por convicciones políticas o afiliación partidaria estuvieron y están contra el Primer Ministro Biniamin Netanyahu haga lo que haga. Eso es sólo parte de la ecuación. Las críticas al manejo de la pandemia por parte del gobierno cruzan fronteras partidarias, no son cuestión de izquierda y derecha.
En la primera ola parecía claro que así como Israel combate en forma efectiva a sus declarados enemigos-lo cual no equivale a decir cosechando sólo éxitos y nunca fracasos- le estaba ganando la batalla a la pandemia. El caso israelí era presentado como ejemplo al mundo por sus buenos resultados. Lo central, bajos números de muertos y de enfermos graves.
Esto último, claro está, fue ante todo gracias al buen sistema hospitalario israelí, efectivo y de altísimo nivel.
El Primer Ministro Biniamin Netanyahu presentó su política como el motivo del éxito, se vanaglorió al respecto, y claro está que en parte tenía razón. Pero sólo en parte. También en medio de los bastantes buenos números de la primera ola, surgieron las críticas de expertos a distintos niveles que recalcaban que Israel no estaba manejando debidamente una crisis de las dimensiones de la provocada por el Coronavirus. Por ejemplo, que no se supo encomendar a los organismos más preparados para ello, el manejo de la crisis.
Y luego llegó la segunda vuelta. Se salió de la primera de modo apresurado, sin planificar lo suficiente, y estos son los resultados. En las últimas 24 horas, más de 1800 nuevos infectados. El porcentaje de positivos en los tests, que en los mejores tiempos era del 1%, ya es de casi el 7%. O sea que la explicación no radica en el hecho que se hacen más exámenes.
La sensación bastante generalizada es que el gobierno improvisa y no planifica las cosas debidamente, que anuncia medidas no siempre lógicas, y no en base a datos epidemiológicos que confirmen, por ejemplo, en qué tipo de marcos se han dado más contagios, como para cerrarlos, y no actuar en forma arbitraria. Y la falta de un marco que concentre el manejo de la pandemia, con poderes suficientes, es notoria. Hace aproximadamente dos semanas, el nuevo Ministro de Salud Pública Yuli Edelstein anunció que se nombrará a un “Director” para encargarse de coordinar todo lo referente al Coronavirus. Mucha gente dijo: “al fin se acordaron”. Pues no se ha hecho nada todavía. Algunos medios israelíes comentaron con sarcasmo que Netanyahu no iba a arriesgarse a nombrar en su momento al entonces Ministro de Defensa Naftali Bennett, su adversario político, como encargado de manejar el tema porque estaría en problemas si lo hacía bien y resultaba exitoso. Triste. Claro que es una especulación de algunos analistas, pero no nos parece descabellada.
La dimensión económica de la pandemia es un elemento clave en la problemática . En la primera ola, hubo una terrible demora en la implementación de las resoluciones aprobadas para ayudar a gente que perdió el trabajo. Se lo hizo sólo parcialmente, no con especial generosidad, y sectores enteros no recibieron ningún apoyo. En los últimos días Netanyahu anunció un nuevo programa, su implementación comenzó en forma mucho más rápida y efectiva que antes, y luego vino otro anuncio extrañísimo, que ineludiblemente muchos vieron como “economía de elecciones”, como un paso político . El Primer Ministro anunció que todos los ciudadanos, absolutamente todos, recibirían directo a su cuenta un pago de 750 shekel de ayuda por una vez. ¿Todos? Debía destinarse el dinero a quien más lo precisa, no a todos. Ya surgió un enorme movimiento de iniciativas de donación del dinero. Al Gobernador del Banco Central de Israel, que es formalmente el asesor económico del gobierno, ni le consultaron.
Y el problema de fondo es la sensación que no hay orden, que no se analizan los temas a fondo para tomar decisiones, que consideraciones políticas de fondo son las que mueven las cosas.
Y faltando poco para la segunda sesión en el juicio a Netanyahu por sospecha de corrupción, no son pocos los israelíes que creen que cualquier decisión que toma, está influenciada más por el horizonte del juicio, que por las necesidades puntuales que hay que atender. Esa grieta en la confianza, es otro frente en la lucha contra el Coronavirus. La dificulta, aunque claro esté que Netanyahu es inocente hasta que se demuestre lo contrario.
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