Es un proceso persistente, minucioso y, hasta el momento, exitoso. Desde que Recep Tayyip Erdogan llegó al poder, Turquía ha mutado en dos sentidos convergentes: ha ido destruyendo el legado de Mustafa Kemal Atatürk y ha ido soltando lastre democrático.
Si Atatürk fue un político culto, avanzado y con una misión modernizadora ejemplar, Erdogan es retrógrado, fanático y tiene como objetivo la reislamización de la vida, la sociedad y la política turcas. Son la cara y la cruz de Turquía: Atatürk vislumbró su país como un Estado moderno y laico, donde la fe islámica era personal y no debía impregnar las leyes de los ciudadanos; Erdogan es un ideólogo islamista, arcaico, con aspiraciones de dominio regional y con la inequívoca voluntad de convertir la sharía en el cuerpo doctrinal de las leyes turcas. No es un demócrata, sino un aspirante a autarca, a la manera de los líderes tradicionales del islamismo radical. De hecho, como han denunciado múltiples organismos internacionales de derechos humanos, Turquía aún no es una dictadura, pero ya no es una democracia. Si ello es gravísimo para los ciudadanos turcos, no lo es menos para la estabilidad geopolítica, con una Turquía que bombardea a kurdos en Siria, envía tropas a Libia, aumenta su poder en las repúblicas exsoviéticas y alimenta el eterno conflicto del norte de Chipre, además de financiar la reislamización del norte de la isla. La reciente e imponente construcción de la gran mezquita de Hala Sultán en Nicosia, con sus cuatro minaretes de piedra blanca que se alzan sesenta metros desde el suelo, innecesaria en un territorio tradicionalmente laico, es una demostración harto sonora de la influencia de Ankara en la vieja posesión otomana. Lo cual, además, ha creado una severa fractura en la misma sociedad turcochipriota.
Ahora, en una vuelta más de tuerca, Erdogan ha cumplido con sus promesas de anular el estatus de museo de la antigua iglesia bizantina de Santa Sofía en Estambul, para reconvertirla en un templo islámico, regido por la Diyanet, el organismo público gestor de las mezquitas turcas. Ni tan solo ha preguntado su opinión a la Unesco, a pesar de que Santa Sofía es patrimonio de la humanidad. De un plumazo, pues, el presidente turco ha retornado a 1453, cuando, después de 900 años de servir como la catedral ortodoxa bizantina de rito oriental, pasó a ser de dominio de Dar al Islam. La reislamización de Santa Sofía es un gesto de Ergodan que envía un poderoso mensaje al mundo: la islamización de Turquía es imparable.
Definitivamente, es la segunda muerte de Atatürk.
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