La reciente explosión en Beirut no beneficia a nadie, comenzando por Israel, a quien si duda se acusará de intervencionismo. El Líbano va camino de despedazarse como Libia o Siria si este accidente y/o acto terrorista no se investiga a fondo. Lo que parece casi seguro es que los explosivos confiscados no eran para el ejército libanés sino para Hezbolá, o, por su intermedio, para milicias afines. La relación secreta entre los explosivos y la fracasada economía del país se nos revela como producto de un desorden social provocado por quienes no desean el desarrollo pacífico del país, otrora el más liberal del Oriente Medio y también, dicen, uno de los más bellos del balcón mediterráneo. En lugar de pan y medicinas, armas, en lugar de educación y desarrollo, misiles apuntando a Israel. Hezbolá querrá echarle el muerto, los cientos de muertos, a otros, habida cuenta de que el viernes serán sin duda declarados culpables los miembros de ese grupo implicados en el asesinato de Hariri y veintitantas personas más. Suena lo más lógico aunque puede que no se sepa nunca quienes fueron los verdaderos responsables del magnicidio y se trate, la última deflagración, de un simple acto de terror para atemorizar a los jueces o quienes todavía creen en la justicia humana. Ya sabemos que para Hezbolá, como para sus tutores iraníes, sólo hay justicia divina, ejercida casi siempre por sentimientos de cólera y venganza.
Un país débil, y el Líbano lo es-por su herido pasado y su caótico presente-, parece una presa fácil para depredadores de todo tipo. El agujero negro que la explosión evidencia absorberá las pocas energías que a esa nación le quedan para reconstruirse, sanear sus finanzas y sumar su destino a las corrientes liberales del mundo mal que le pese a Hezbolá. La reciente renuncia de uno de sus ministros evidencia el mar revuelto en el que naufragan sus líderes, prisioneros de la omnisciente voluntad del régimen iraní deseoso de asomar la cabeza al Mediterráneo mediante su peón Nasrallah. Allí donde el chiismo campea por sus fueros, no hay ni puede haber paz. Está animado por resentimiento, la mediocridad de pensamiento y la frustración de que los estados sunnitas no lo quieran y les preocupe, en serio, una ideología que sostiene que hay un imam oculto que se acerca con sus látigos de fuego para castigar, primero a los infieles, luego a los seguidores de Mahoma servidores de los dos satanes, el grande y el pequeño, y por fin a Arabia Saudí.
Hezbolá es uno de esos enemigos difíciles de machacar, pues se mueve, medra y habita en zonas civiles y , en el exterior, crece con la complicidad de sus simpatizantes de izquierda que le dan cobijo y prebendas de todo tipo. La explosión sin duda desbarata parte de sus planes o, cuando menos, los posterga. Si Israel lee bien la situación, es posible que de algún respiro de alivio sin relajarse demasiado. Siento compasión por el Líbano y una profunda pena por su incapacidad de controlar a un grupo que no le ha causado más que infinitos problemas.
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