De haberse quedado Israel en Gaza no hubiese habido este recurrente y siniestro goteo de globos y misiles y es probable que la realidad hubiese sido como en Jericó o en Nablus: piedras y cuchillos, ira verbal y un quemar de banderas y retratos. Atentados esporádicos y protestas con poca sangre. Ni los palestinos se hubieran separado en dos grupos casi irreconciliables, ni Israel hubiese tenido que lidiar con dos frentes a la vez. Uno falsamente colaborador, Ramallah, y otro odiosamente insoportable, Gaza. Comprendo que ante esa patata caliente, ante esa sopa maloliente, Sharon hubiese optado por un retiro apartándose del plato. Pero fue ingenuo y, a hasta cierto punto, estuvo mal asesorado. Vista la realidad, ¡No hay que retirarse de ningún sitio hasta que no lo pidan de buenas maneras y se vea, sobre el terreno, la educada letra de nuestros enemigos! En el reciente éxito de la relación con los Emiratos gran parte nace de la comprensión árabe de que ese es el camino, pues toda violencia contra el pequeño país de los judíos se vuelve de inmediato contra sus enemigos. Allí donde estén, tarde o temprano, les llega el largo brazo de la justicia.
Pero Gaza se asienta sobre las arenas movedizas del descontento continuo, que es la ideología extremista de Hamás. No hace falta que se hunda un túnel mal hecho para que el territorio revele su inconsistencia, ni que alguien huya a Israel para contar cuán nefasta es la vida allí, todos lo sabemos. Las arenas movedizas son un hidrogel, un coloide soluble muy fino que puede permanecer inactivo rodeado de soportes de arcilla un tiempo determinado, pero cuando se activa nada de lo que lo toque se sustrae a su capacidad de absorción. Hamás no está satisfecho con nada, más allá de un muerto aquí y un secuestro allá. Ni con la Autoridad Palestina ni, por supuesto, con Egipto, ni siquiera con Qatar, cada día más reticente a soltar dinero sobre las arenas. Su lista de cosas y seres odiados crece más rápido que su comprensión de las circunstancias. Tal vez no sea casual que la palabra hebrea para arena, jol, suene igual que profano, jol. Sólo se diferencian, en su escritura, por una letra. Una partícula de la sacralidad de la vida, la suya y la de sus conciudadanos, les conduciría a pensar de otra manera. Si en lugar de maldecir bendijesen, otro sería su cantar.
¿Cuál es, entonces, la manera de pensar correcta? Ante todo abandonar el odio teológico y comprender, después, que la fraternidad es la única manera de salir del atolladero. Así como actúan no van a ninguna parte ahora ni irán en el futuro. Para Israel también es válida la idea de la fraternidad como lo es la de la diplomacia. Dado que el palo y la zanahoria no funcionan del todo bien, hay que procurar descubrir otras vías de relación. Sin embargo, no puedes acariciar al tigre mientras te está mordiendo, no puedes mostrar tu buena voluntad cuando tu vecino sólo tiene la mala. Y por ello volvemos al punto de partida: para pacificar al Oriente Medio hay que aceptar plenamente a Israel, y no como un colono conquistador sino como el dueño de su solar natal. Las gentes del Golfo Pérsico, en su mayoría, comienzan a darse cuenta de ello. A Irán y sus satélites les quedan décadas para llegar a ese punto.
Para fijar dunas de arena hay que plantar y forestar encima de ellas. Para controlar el peligro de las arenas movedizas, hay que reconocer primero la calidad de la tierra que se pisa. Cuanto más hondo sea tu túnel, más difícil te será salir de él.
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