La fisiología simbólica china sostiene que nuestro rostro humano está dividido en tres zonas significativas. Del mentón a la base de la nariz corresponde la edad adulta hasta la vejez, de ahí que sostengan que unos buenos dientes garantizan una buena ancianidad; de la nariz a las cejas, la juventud y madurez, y del inicio de la frente hasta la raíz de los cabellos la infancia. A su vez, el resto del cuerpo, en consonancia con lo anterior, tendrá una vejez saludable si las piernas están fuertes y sanas; una vida adulta buena si el corazón es noble y una hermosa infancia si la cabeza no pierde su capacidad de pensar e imaginar. Considerando que el uso obligatorio de la mascarilla para protegernos de la pandemia sólo nos deja libres los ojos y la frente, parece que el grupo que mejor mantiene su libertad, siendo, como es, totalmente dependiente, es el de los niños, quienes hasta los seis años no están obligados a llevar el dichoso barbijo. Los niños están, estadísticamente hablado, más libres que nosotros los grandes de los males que acarrea el virus. Puede que sea así porque su sistema inmunológico es más fresco y fuerte. Sea como sea, la parte que más sufre por el uso de la mascarilla es la nariz, que no está acostumbrada a estar cerrada, cosa que sí hace y puede sostener la boca. De donde se infiere que nuestra juventud es la que más padece esta tremenda cerrazón social y la prohibición de reuniones multitudinarias, fiestas y conciertos a que nos obliga la epidemia.
La falsa creencia de que los jóvenes todo lo pueden y a todo se atreven, les hace transgredir con más frecuencia las normas sanitarias. Les cuesta mucho sustraerse al trato social, desprenderse por unos meses del grupo de pertenencia. Por desgracia, una vez que el virus muerde carne joven, sigue por ese sendero, y aunque las defensas con las que se encuentra sean poderosas, hace mella. Ninguno de los amigos que han pasado el Covid 19 me ha contado que debe lidiar con efectos negativos tras su convalecencia. Ojalá sea así también para mis queridos familiares argentinos que lo están pasando ahora. No se ha avanzado gran cosa en el tema del ordenamiento social y los necesarios tabiques defensivos. Al contrario, crece el número de los negacionistas. Por eso es necesario legislar y legislar hasta que esté cubierto todo el espectro de nuevas conductas aquí y allá. Seguramente sufren más las sociedades abiertas que las cerradas, cuyas libertades habían sido cercenadas antes de la explosión virósica que nos diezma. Parce mentira que una vez hubiera algo llamado cines y colas ante ellos para los estrenos. Ahora las colas son para hacerse el PCR.
La información sobre las vacunas continúa llegándonos a cuentagotas mientras crecen los bulos y mentiras de los irresponsables que culpan a distintos grupos y personas de la pandemia. Sorprende descubrir que en Wuhan, China, donde parece haber empezado todo, los niños acuden a clase-he visto-sin mascarilla. Se mantienen, estrictas, las medidas de higiene y seguridad, pero mejor que el resto del mundo está el país que tan mal estuvo y tantos muertos cosechó. El uso continuo de la mascarilla nos obliga a alzar bastante más la voz mientras afinamos un poco más nuestros oídos, saturados, por otra parte, de noticias aciagas. Entre la llegada, mañana o en unos meses, de la vacuna o vacunas efectivas y nuestros días ya han surgido tratamientos alternativos. Quiera el cielo que aquellos que sufren, y los que sufren por ellos, mantengan alta la esperanza de una pronta recuperación.
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