En pocos días los judíos celebramos el Año Nuevo del mundo, 5781 desde aquel 7 de octubre del 3761 antes de la Era Común, al anochecer, cuando se creó el cielo, la tierra y la luz. Se suele decir que Rosh Hashaná es el Año Nuevo judío, pero el pueblo de Israel tiene otra fecha de nacimiento desde la que contar: la salida de la esclavitud en Egipto, cuando se forja una nación. En cualquier caso, es ésta una época de cumpleaños (no olviden el de Adán, al sexto día), en la que solemos caer en la cuenta del paso del tiempo, aunque últimamente se ha puesto de moda menospreciar su impacto real con aquello de que los 60 de ahora son los 40 de antes, por ejemplo. O sea que estos 5781 son como los 2020 antiguos.
Si buscamos en la historia qué pasaba entonces, en el 1741 antes de la Era Común, cuando el mundo tenía sólo 2020 años de existencia según la Biblia, nos encontraremos con que el patriarca fundador del monoteísmo, el futuro Abraham (entonces, aún Abram), tenía sólo 72 añitos (de los 175 que llegó a vivir) y estaba a sólo tres de que un único Dios le señalase la salida de Mesopotamia para ir al país que le indicara. Hasta entonces, había sido un próspero ganadero bovino, sin descendencia, pero líder de un clan asentado en Ur, en la misma Babilonia en que, por las mismas fechas, estaba en el trono un tal Hammurabi, que forjaría un imperio que poco después se desmoronaría, aunque por lo que pasaría a la historia sería por una piedra en la que se talló una de las muestras más antiguas de ley escrita, primer ejemplo de separación entre política y religión. Uno de sus predecesores debió ser el rey Nimrod, aquél que al mirar las estrellas vio que habría de nacer el primer patriarca, relato muy similar al que luego construiría el cristianismo en torno a Herodes y Jesús.
El monoteísmo y la noción de una justicia pautada nacen al mismo tiempo en aquel convulso 2020 desde la Creación que, según la numerología hebrea que atribuye un valor cuantitativo a cada letra, se denominó Bet Jaf, “bejá”, fonema que en ese idioma significa “en ti”. Por lo que, a poco que nos pongamos en tono místico, podemos deducir que aquella época significó la búsqueda de la unicidad espiritual y de la ley dentro de uno mismo. ¿Qué ha cambiado en los casi 38 siglos transcurridos desde entonces? Siguiendo con la numerología, a la cuenta del año que empieza (en letras, Hatashpá) le faltan ocho vueltas más en torno al sol para llegar en 5789 a la expresión Hatashpat, que significa “juzgarás”. ¿O se refiere a que seremos sometidos a un Juicio Final? No obstante, dudo que valga la pena ponerse a temblar: el 5744 que comenzaba unos meses antes del distópico 1984 tenía como equivalencia numerológica la expresión Hatashmad, “la aniquilación”, y aquí estamos todavía, viviendo una pandemia con tintes de plaga bíblica a los 5781, como si estuviéramos todavía en el 2020.
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