A pesar de la pandemia y el rechazo palestino a los acuerdos de Israel con los Emiratos y con Bahrein que se firmarán en Washington; a pesar de la crisis económica que el virus causa en el universo del trabajo en todas partes; a pesar del antisemitismo en Europa y el resto del mundo; a pesar de las necias y peligrosas teorías de la conspiración, será un buen año para la nación judía, un año dulce. La filosofía taoísta china y también nuestro Eclesiastés, que tan elocuentemente habla del tiempo, especifica que a todo descenso ad ínferos, a toda bajada al abismo le corresponde un nuevo ascenso. Claro está que las amarguras seguirán, las heridas que las circunstancias se empeñan en mantener abiertas y el dolor por el mal continuarán entre nosotros. Pero el valor de la miel y el simbolismo de la manzana estarán allí para alegrarnos el horizonte.
Soy optimista, como lo son los países árabes que empiezan a ver y a sentir a Israel como una parte fundamental del Oriente Medio, por derecho propio y lazos indiscutibles con su geografía y su historia. Se dice que un optimista es un pesimista que aún no ha vislumbrado la verdad y se autoengaña. Un pesimista sería, por otra parte, alguien que no sólo no cree en sí mismo sino y en lo esencial tampoco cree en los demás; su punto de partida es que todo va, como establece la ley de la termodinámica que habla de la entropía, hacia su disolución. Pero la citada ley no dice qué sucede entretanto. Pues sucede que entretanto Israel continúa creciendo, innovando, luchando día a día por su supervivencia con renovadas fuerzas. En realidad es el Espíritu el que es neguentrópìco; es el mundo espiritual, del que incluso el moderno Israel sabe mucho a pesar de sus escépticos, el que da testimonio de las batallas cotidianas que hombres y mujer libran en todos los rincones del sufrimiento para aliviarlo. Recuerdo haber descubierto en un escrito kabalístico que el número de emunáh, fe, es el mismo que el de ben ha-adam, ( 102) el hijo del hombre, el ser humano. De ese modo la fe, un optimismo ancestral sin duda, no sería solamente la creencia en un ser superior sino y fundamentalmente en nuestras posibilidades como especie.
Al revés que entre los palestinos, que lo buscan aquí y allá, para nosotros el martirio es algo que hemos padecido a lo largo de siglos. No es un valor, es una desgracia. Incluso en las condiciones más duras los judíos han progresado porque en su concepción de la vida, como reza el dicho israelí ihié tob, que significa irá bien, no hay sitio para la desesperanza y el desencanto. Es cierto que ambos existen y son obstáculos, ¡pero no está escrito que tienen que abocarnos al fracaso! Así, pues, que será un año, el que está a las puertas, dulce. Áspero pero dulce. La mismísima Madre Teresa de Calcuta, una de las mujeres más extraordinarias del siglo XX, respondió a quienes le criticaban por su labor y sostenían que la India no cambiaría hasta que no hubiera una revolución así y asá, un reparto de tierras y riquezas y una abolición del sistema de castas, y que nada mejoraría a menos que todo eso se llevara a cabo, la Madre Teresa respondió: ´´Si, pero… ¿entretanto?´´
Entretanto nos queda el día por delante, nos quedan el pan, el vino, los dátiles y por su puesto la miel y la manzana.
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