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| sábado noviembre 16, 2024

… Y la calle árabe no arde


Luz Ver4de para los tratados

A lo largo de sus 30 años de gobierno, Hosni Mubarak jamás hizo una visita oficial a Israel, que está a menos de una hora de avión de Egipto. Lo mismo cabe decir del rey de Jordania: en su década larga de reinado, Abdalá se ha abstenido de visitar Israel pese a que se ha reunido en varias ocasiones con el jefe de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abás, en la vecina Ramala.

Israel lleva en paz con Egipto prácticamente medio siglo, pero ni un solo equipo egipcio de fútbol ha jugado contra uno israelí, en Israel o en cualquier otro sitio. Ni una sola delegación de una universidad egipcia ha visitado jamás una universidad israelí, y para qué hablar de la organización de programas conjuntos. Ni una sola entidad o agrupación cultural egipcia ha visitado Israel. En las raras ocasiones en que artistas egipcios han ido a Israel, lo han hecho mayormente para presentarse ante el público árabe del país. Y el gesto les ha acarreado oprobio y amenazas.

He aquí el poderío del boicot del mundo árabe a la normalización.

Son muchos los que han señalado que el acuerdo de paz de Emiratos se ha firmado en circunstancias totalmente distintas a los suscritos por Egipto y Jordania. Hay una gran expectativa que le sigan más, de otros países del Golfo e incluso de Arabia Saudí. Nada parecido sucedió cuando tuvieron lugar los protagonizados por Egipto y Jordania.

El acuerdo Israel-Emiratos ya ha obtenido un logro de primera categoría. Se está pasando por alto, quizá porque se trata del tipo de fenómenos que no han sucedido. Aun cuando un avión de El Al ha sobrevolado Arabia Saudí con un pasaje compuesto por inversores, hombres de negocios y políticos israelíes rumbo a Emiratos para promover una paz gratificante, no ha habido manifestaciones de importancia en el mundo árabe. Las calles de Amán, Beirut, Túnez, Argel y Rabat, en que las manifestaciones contra la “ocupación” israelí o la “profanación” de Al Aqsa suelen ser muy concurridas, han permanecido en calma.

Por supuesto, ha habido voces que han arremetido contra Emiratos por oficializar sus lazos con Israel, pero por lo general han procedido de instituciones decrépitas que han dominado el panorama árabe durante mucho tiempo pero que de hecho están siendo objeto frecuente de manifestaciones en contra. Hablamos de organizaciones vinculadas con la Liga Árabe, de sindicatos profesionales oficiales y de movimientos políticos que tienen unos liderazgos fosilizados que llevan en la poltrona 25 años o más.

Las protestas han sido minúsculas incluso en la calle palestina. Se han difundido imágenes de apenas una docena de manifestaciones en los territorios controlados por la AP y en la Gaza de Hamás, en las que se han quemado efigies de Netanyahu, Trump y el jeque Ben Zayed, gobernante de Emiratos. Esas manifestaciones no sólo han tenido poca asistencia, sino que estuvieron protagonizadas por gente mayor.

Aunque esta ausencia de manifestaciones haya pasado inadvertida para la opinión pública, por supuesto que han reparado en ella los gobernantes de Oriente Medio y los cabecillas de las organizaciones violentas. Para quienes, con gran sensatez, tratan de establecer relaciones con Israel, la falta de protestas les sirve de acicate, pues reduce la sensación de peligro en relación a lo que podría emanar de la calle árabe andando de por medio el conflicto israelo-palestino.

Para Irán y para las organizaciones violentas a las que apoya, la lección es contundente y penosa. Ya no es que la carta palestina con la que llevan décadas jugando haya perdido valor a ojos vistas: es que la ausencia de protestas por la cuestión palestina contrasta vivamente con el creciente nivel de tensión callejera en el Líbano e Irak por la injerencia iraní en sus asuntos internos, en perjuicio de las poblaciones locales.

Aunque la falta de protestas significativas contra las flamantes relaciones entre Israel y Emiratos pueda haber resultado sorprendente, no es sino una señal más de un ya longevo proceso de maduración política por parte de la opinión pública arabófona. El difunto senador y profesor de Harvard Daniel Patrick Moynihan dijo en una célebre ocasión que todo es política local. De hecho, las democracias maduras suelen caracterizarse por que sus sociedades priman los intereses y el bienestar locales sobre preocupaciones de alcance universal.

Las poblaciones arabófonas de Oriente Medio llevan moviéndose en esa dirección desde el apogeo del panarabismo, en los años 50 y 60 del siglo pasado. Durante las protestas masivas de principios de la presente década, los expertos manifestaron su sorpresa por la escasa atención que se prestó a la cuestión palestina y otros asuntos regionales y por que la gran preocupación de los protestatarios fuera la resolución de problemas de orden doméstico.

En el Oriente Medio de esta hora, las sociedades ya no claman por la unidad panárabe o panislámica, por el califato o –en los casos turco e iraní– por el engrandecimiento imperial. Lo que quieren es un mayor bienestar social, tener oportunidades económicas mejores, una buena formación, disfrutar de los avances generados por la innovación; que en sus países imperen el Estado de Derecho y la igualdad ante la ley.

Las relaciones en curso entre Israel y Emiratos encajan en este nuevo marco. Los árabes que se echan a la calle hoy día no creen que el nacionalismo palestino merezca más la pena que su propia lucha por un futuro mejor para su propio país. Y en Irán la gente está cada vez menos dispuesta a plegarse a la política oficial del conflicto incesante y a que se despilfarren en ella los recursos nacionales.

© Versión original (en inglés): BESA Center
© Versión en español: Revista El Medio

 
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En la literatura judia hay un dicho que traducido dice°si quieres, vienes, si no quieres ,no vengas.SI quieres cierras, si no quieres NO

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