En Israel y en buena parte del mundo occidental, tendemos a pensar que el mundo árabe está unido en su apoyo a los palestinos; que sólo quiere resolver el problema palestino dándoles un Estado, y que todo árabe y musulmán ama a los palestinos y odia a Israel. Bien, se trata de una visión simplista e incompleta. Aunque es cierto que muchos –quizá la mayoría– árabes y musulmanes odian a Israel, hay igualmente bastantes que detestan de igual modo a los palestinos.
El odio arabo-musulmán a Israel se debe al éxito del Estado judío pese a las guerras, el terrorisimo, los boicots y la hostilidad constante que ha debido afrontar. Así como al mero hecho de que existe un Estado judío, pese a que el judaísmo, bajo el prisma musulmán, fue superado por el islam, la “religión verdadera”. Estamos ante un odio exacerbado además por otras llamativas disparidades: Israel es una democracia mientras numerosos árabes y musulmanes viven sometidos a dictaduras; Israel es rico mientras numerosos países árabes y musulmanes son pobres; Israel es un paraíso en comparación con ciertos países árabes. En resumidas cuentas: abominan de Israel porque ha triunfado donde ellos han fracasado.
Pero ¿por qué habrían de odiar a los palestinos? Después de todo, el relato árabe dice que les robaron sus tierras y que les obligaron a convertirse en refugiados. ¿Acaso no merecen un apoyo sin reservas?
La respuesta es compleja porque intervienen elementos de la cultura mesoriental que ni los israelíes ni la mayoría de los occidentales comprenden o reconocen completamente.
A ojos árabes, una de las peores cosas que te pueden suceder es que seas engañado o estafado, que se aprovechen de ti. Cuando alguien trata de timar a un árabe –y para qué hablar si lo consigue–, a éste le come la ira, aun cuando el timador sea su propio primo, y llamará a su hermano para vengarse, según dicta el dicho árabe: “Mi hermano y yo contra mi primo; y mi hermano, mi primo y yo contra el extraño”.
En cuanto a los palestinos, lo primero que hay que decir es que muchos de ellos no lo son de origen, sino que acudieron a la Tierra de Israel desde todo el mundo árabe durante el Mandato Británico en busca de empleo en las ciudades y granjas construidas por los judíos. Son inmigrantes que llevan apellidos como Hurani (de Hurán, en el sur de Siria), Tzurani (de Tiro, en el sur del Líbano), Zrakawi (de Mazraka, en Jordania), Masri (de Egipto), Hiyazi (de la provincia arábiga del Hiyaz) o Mughrabi (del Magreb), que dan cuenta de su auténtico origen geográfico. ¿Por qué, se preguntan los demás árabes, deberían tener un trato preferente frente a quienes se quedaron en sus países?
Tras la Guerra de Independencia israelí (1948), la política árabe se empezó a centrar en Israel y el problema palestino, cuya resolución se conseguiría con la eliminación de Israel, precisamente. A tal fin, se mantuvo a los refugiados árabes en campamentos, con instrucciones explícitas de la Liga Árabe de que no fueran absorbidos por otros los árabes.
La onusiana UNRWA se aseguró de que fueran provistos de alimento, educación y atención médica sin coste alguno; es decir, las naciones del mundo pagarían la factura, mientras los vecinos árabes de esos refugiados tenían que trabajar para proveer de alimento, educación y atención médica a sus propias familias. A menudo los refugiados vendían productos que se les suministraban de balde, por ejemplo arroz, harina, azúcar y aceite, a sus vecinos que no lo eran y obtenían pingües beneficios.
Los residentes en los campos de refugiados no pagan impuestos municipales, lo que ha llevado a un significativo número de ellos a alquilar sus viviendas y pedir sumas exorbitantes en comparación con las que consiguen los arrendatarios de las localidades vecinas. En otras palabras: el mundo costea los impuestos de los refugiados y estos hacen caja.
En el Líbano se levantaron varios campos de refugiados en las proximidades de Beirut, campos que se han acabado incorporando a la ciudad en su proceso de expansión y convirtiéndose en barrios de clase alta con impresionantes edificios de apartamentos. Hay quien ha sacado tajada, pero no ciertamente el hombre de la calle, que tiene toda la razón al sentirse estafado.
Los campos de refugiados palestinos del Líbano están en manos de organizaciones armadas como la OLP, el ISIS, Hamás, el Frente Popular para la Liberación de Palestina y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina. Estos grupos han tratado de manera agresiva a los ciudadanos libaneses de la zona, y en 1975 provocaron una guerra civil que llevó al País del Cedro a 14 años de derramamiento de sangre y destrucción. La contienda expulsó de sus viviendas y localidades a cientos de miles de libaneses, que acabaron padeciendo lo indecible en campamentos repartidos por todo el país. Muchos de ellos se refugiaron en los campos de los refugiados palestinos, pero recibieron menos del 10% de lo que recibieron los palestinos, lo cual ha sido motivo de odios y envidias.
En 1970, las organizaciones terroristas palestinas, comandadas por la OLP de Yaser Arafat, trataron de hacerse con Jordania mediante el establecimiento de regiones autónomas propias en el norte del país y controles de carreteras. Palestinos armados desafiaron a la Monarquía. En el conocido como Septiembre Negro, el rey Husein decidió que ya era suficiente y que iba a demostrarles quién mandaba en el país. La guerra que les declaró se saldó con miles de muertes en ambos bandos.
En Israel, en cambio, el 20% de los ciudadanos que habitan en las fronteras previas a 1967 son palestinos que no se rebelan o combaten contra el Estado. En otras palabras: los palestinos que viven en el Israel pre-1967 disfrutan de la vida en la única democracia de Oriente Medio, mientras que los países árabes sacrifican la sangre de sus soldados en la liberación de Palestina.
Peor aún es lo que todo el mundo sabe: los palestinos llevan al menos un siglo vendiendo tierras a judíos, con tremendo provecho, pero lloran a sus hermanos árabes para que liberen Palestina de la “ocupación sionista”.
Desde hace años y más años, los palestinos reciben miles de millones de euros y dólares de los países del mundo, al punto de que el ingreso per cápita anual en la Autoridad Palestina es varias veces superior al que se registra en Egipto, Sudán o Argelia. Los palestinos viven mucho mejor que los árabes de Siria, Irak, Libia o el Yemen, especialmente en los últimos siete años.
En el plano político, los palestinos se las han apañado para suscitar la inquina de muchos de sus hermanos árabes. En 1990, Arafat apoyó la invasión de Kuwait por parte del Irak de Sadam Husein. En represalia, Kuwait, una vez liberado de la conquista iraquí, expulsó a unos 400.000 palestinos, la mayoría de los cuales llevaba décadas residiendo en el emirato. Quedaron en la miseria de la noche a la mañana, lo que repercutió negativamente en sus familias de la Margen Occidental y Gaza, a las que enviaban dinero con regularidad.
Hoy, Hamás y la Yihad Islámica Palestina cuentan con el apoyo de Irán, país detestado por muchos árabes, que recuerdan que los secuestros de aviones y los chantajes a ellos asociados fueron una creación palestina. Fueron los palestinos los que secuestraron un avión de El Al con destino Argelia en 1968, hace 52 años, dando inicio a una serie de penalidades que sigue soportando el mundo entero.
Pese a los Acuerdos de Taif de 1989, que pusieron fin a la guerra del Líbano y se suponía iban a desarmar y disolver todas las milicias locales, Siria permitió que Hezbolá conservara su arsenal y desarrollara sus capacidades militares de manera irrestricta. La repetida excusa era que esas armas eran para “liberar Palestina” y no estaban dirigidas contra los libaneses. Para cualquiera con dos dedos de frente estaba claro que lo de Palestina era una coartada para ocultar la penosa realidad de que esas armas iban a dirigirse contra los enemigos sirios y libaneses de Hezbolá. Palestina no fue más que una excusa para la toma chií del Líbano.
Lo peor de todo es que los palestinos exigieron a los Estados árabes que se abstuvieran de mantener cualquier relación con Israel hasta que el problema palestino se resolviera a entera satisfacción de los líderes de la OLP y de Hamás. Una buena parte del mundo árabe no puede encontrar elementos que podrían unir a la OLP y a Hamás. Al ver que el permanente forcejeo entre ambas arruinaba cualquier avance en lo relacionado con Israel, renunciaron a contemplar que pudiera darse alguna vez un acuerdo de reconciliación palestina.
Para colmo, el mundo árabe –la parte que ve a Israel como su única esperanza para contener a Irán– no aprecia la expectativa de hipotecar su futuro y su mera existencia a la lucha intestina entre la OLP y Hamás. No olvidemos, por otro lado, que Egipto y Jordania firmaron en su día acuerdos de paz con Israel, se salieron del círculo belicoso de la “liberación de Palestina” y abandonaron a sus hermanos palestinos para que lidiaran por sí mismos con el problema.
Gran parte del mundo árabe-musulmán está convencido de que los palestinos no desean realmente tener un Estado. Después de todo, si lo tuvieran, el mundo dejaría de enviarles esas sumas fabulosas de dinero. No habría más refugiados y los palestinos tendrían que trabajar como los demás.
Uno puede afirmar con seguridad que, 70 años después de la creación del problema palestino, el mundo árabe ha comprendido que no hay solución que vaya a satisfacer a quienes han convertido el refugiadismo en un modo de vida. El problema palestino se ha convertido en una estafa financiera y emocional que sólo sirve para enriquecer a los corruptos dirigentes de Ramala y Gaza.
© Versión original (en inglés): – BESA Center
© Versión en español: Revista El Medio
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