En muy pocos días sabremos el resultado de un torneo electoral que afectará no sólo a los Estados Unidos donde tiene lugar; no pocos países europeos y latinoamericanos conocerán sus consecuencias de índole desigual, y entre ellos Israel.
Las preferencias en este tema entre israelíes y judíos norteamericanos son marcadamente desiguales. La gran mayoría de los primeros – incluso aquellos que por desiguales motivos se distancian de Netanyahu – favorece a Trump por tres razones principales. Una de ellas alude al traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén, decisión que dio cima al reconocimiento de esta ciudad como capital indisputable del país. En las presentes circunstancias no pocas representaciones diplomáticas se inclinan a apegarse a este ejemplo.
Por otra parte, la aceptación de Trump de la meseta del Golán como parte de Israel y, en general, la legitimidad que ha concedido a las colonias que se han instalado en las zonas militarmente controladas en Judea y Samaria multiplican el apoyo a sus gestiones. Se trata de más de medio millón de pobladores judíos que conviven con algunas tensiones con más de tres millones de palestinos que hoy vislumbran con inquietud la declinante viabilidad de un estado propio.
Y en fin, Trump ha logrado de momento frenar – o al menos deslegitimar – las intenciones de Irán en favor de un equipamiento nuclear, factor que si se materializa trastornará radicalmente el equilibrio militar en el Medio Oriente.
En contraste, la comunidad judía norteamericana – con la excepción de la ortodoxia religiosa fundamentalista – adhiere tradicionalmente al partido demócrata. La tolerancia y la flexibilidad que esta agrupación ha revelado durante décadas, su sensible actitud respecto a las minorías del país, y el apoyo mesurado a Israel en períodos críticos explican, al menos parcialmente, esta actitud. Por añadidura, el perfil intelectual y profesional de sus líderes apenas se ajusta a los desplantes retóricos y a los controversiales antecedentes personales de Trump.
De aquí que el resultado electoral en USA incidirá sustancialmente en Israel. Si Biden se corona presidente es probable que habrá de acelerarse el declive del gobierno jefaturado por Netanyahu. Primero, porque la mayoría de la opinión pública israelí no acepta sus diferentes decisiones y maniobras dirigidas a evitar – o dilatar por tiempo indefinido – su presentación ante los jueces. Y después por que la conducta de los círculos israelíes ultraortodoxos – principal sustento de Bibi – respecto a la superación del covid resulta hoy intolerable para múltiples círculos del país, incluyendo a los religiosos moderados que tienen participación activa en la defensa, la economía y la calidad intelectual del país.
Por otra parte, si Trump es reelecto la actual coalición gubernamental israelí conocerá una radical ruptura y, por esta vía, la marcha hacia un cuarto torneo electoral se tornará imparable. Por añadidura, el binomio Trump-Netanyahu procurará preservar la superioridad militar de Israel más allá de los acuerdos diplomáticos y comerciales con países de la Península árabe y algunos de África. Superioridad hoy cuestionada.
Por estas consideraciones – y sin agotar el tema – el pueblo israelí sigue prolijamente los vaivenes electorales en USA. No es el único, ciertamente. Pero sus resultados en este caso tendrán importantes implicaciones. Importa atenderlas.
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