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| martes noviembre 19, 2024

Expectativas y esperanzas


Las elecciones presidenciales, en especial en un país con garantías democráticas como los EE.UU., despiertan siempre grandes expectativas, palabra que suele convertirse en sinónimo de esperanza, aunque provienen de sendos significados distintos. La primera deriva de lo “mirado o visto” (la misma raíz que espectador: quien asiste a un espectáculo público, en este caso, el proceso electoral), mientras que la segunda viene del verbo esperar y define el estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea. Según el diccionario, entonces, los votantes de Biden tenían esperanzas, aunque los de Trump “siguen a la expectativa”, esperando poder alterar el resultado mediante el espectáculo de las demandas judiciales.

En realidad, las expectativas y esperanzas son ladrillos esenciales de la conciencia humana: sembramos con la esperanza de cosechar y, de modo análogo, aprendemos un oficio, criamos a nuestros hijos y hasta organizamos nuestras compras. Es tal nuestra dependencia de esta posibilidad de sucesos futuros que incluso determina nuestra propia inexistencia: las religiones basan sus leyes de comportamiento social, en gran medida, en la expectativa de cierta continuidad después de la muerte: paraísos e infiernos, reencarnación, etc. Por cierto, sólo en español e italiano, la palabra esperanza está vinculada al paso del tiempo, lo que le otorga una dimensión aún más profunda, como cuando uno “espera” un hijo o hija. En otros idiomas el origen no está vinculado a la cronología: por ejemplo, en hebreo no comenzar a actuar hasta que suceda algo se dice leJaKoT, mientras que tener el deseo que ocurra algo se dice leKaVoT (de donde viene el nombre del himno hatiKVaH). Sorprendentemente, el más allá de los judíos también refuerza esta idea de esperar la muerte, que “viene” hacia nosotros en lugar de ir nosotros hacia ella que es lo que significa la expresión haolam habá (el mundo venidero).

Vivimos tiempos de pandemia a la “espera” (actitud temporal) de una vacuna contra la Covid-19 y con la “esperanza” (la fe, el deseo) que su eficacia sea mayúscula, pero debemos cuidarnos de exagerar las “expectativas” creadas por los grandes laboratorios y los medios de comunicación por intereses muy de la vida terrenal. Los lenguajes populares han ideado para estos casos la expresión “esperar sentado”: no todos tienen la paciencia elogiada en el mencionado himno nacional israelí cuando habla de una “esperanza dos veces milenaria de ser un pueblo libre”. Uno de los aspectos más característicos de la infancia es la incapacidad de aplazar, de esperar para satisfacer un deseo, y que nos lleva a buscar soluciones mágicas y milagrosas, remedios universales no sólo a enfermedades o angustias existenciales, sino incluso a nuestras decisiones colectivas cuando elegimos no al que mejor puede realizar una labor, sino a quien menos verazmente más nos promete que lo hará.

 
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