Las diatribas contra la política exterior de Estados Unidos bajo el presidente Donald Trump son tan variadas como sus críticos. Los “mandarines” del establecimiento de la política exterior las han encabezado, al insistir en que el presidente que suele romper las normas ha debilitado las alianzas de Estados Unidos y ha empoderado a los adversarios del país.
Se pasa por alto el hecho de que la administración Trump ha seguido una política exitosa en el Medio Oriente. Y tuvo éxito precisamente porque desafió los supuestos más arraigados. Al final, Trump entregará al presidente electo Joe Biden una región que es más estable de lo que era hace cuatro años, y una red de alianzas más fuerte que la que heredó. Este es un legado digno, que los demócratas desperdiciarán si están decididos a destruir todo lo hecho por Trump.
Entre las potencias desafiantes del mundo, ninguna ha recibido una paliza como Irán. Los éxitos de Trump han confundido a sus críticos. Al principio, muchos comentaristas insistieron en que si Trump sacaba a Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán, conocido como Plan de Acción Integral Conjunto, Washington se quedaría solo y sería incapaz de mantener sanciones económicas multilaterales. Al final, los co-firmantes europeos del acuerdo pueden haberse quejado, pero lo que es realmenmte importante, las empresas europeas cumplieron. El siguiente pilar de la sabiduría que cayó fue la noción de que si Estados Unidos se alejaba del acuerdo, Irán se apresuraría a producir la bomba. Teherán ha acelerado algunas partes de sus actividades nucleares, pero aún faltan años para que tenga una bomba nuclear. El sabotaje de las instalaciones nucleares de Irán por parte de agentes de inteligencia no confirmados ha alejado aún más la meta atómica del alcance de Teherán. Y finalmente, la última idea que cayó fue que el asesinato por parte de Trump del famoso comandante de la Fuerza Quds de Irán, Qassem Suleimani, desencadenaría una guerra. En su lugar, provocó un ataque con misiles contra una posición relativamente desocupada de una base militar estadounidense en Iraq, con una advertencia previa de Teherán a Washington que se trasmitió a través de los suizos.
Los Acuerdos de Abraham han dado un vuelco inesperado y sorprendente a la historia del Medio Oriente
(Foto: asianews.it)
La cruda realidad es que los clérigos oligarcas de Irán estaban preparados para negociar con cualquiera de los ganadores de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020. Un régimen que no puede estabilizar su moneda o proteger a su gente de los estragos de una pandemia necesita alivio de las sanciones, y comprende que el camino hacia la economía global y regresar al sistema financiero pasa por Washington. El problema es que los estadounidenses que se presentarán a la mesa después del 20 de enero sean tan desdeñosos de la estrategia de máxima presión de Trump que no aprecien sus muchas ventajas.
Durante décadas, la sabiduría convencional insistió en que Israel no podía integrarse en el Medio Oriente a menos que llegara a un acuerdo con los palestinos. Este curioso argumento va en contra de la propia experiencia de Washington con el establecimiento de la paz árabe-israelí: los Acuerdos de Camp David del ex presidente Jimmy Carter entre Egipto e Israel, después de todo, incluían solo un guiño superficial a los palestinos. Jordania firmó su propio tratado de paz con Israel en 1994 y la cuestión palestina volvió a quedar sin resolver. Sin embargo, las sucesivas administraciones estadounidenses nombraron a sus diversos enviados y malgastaron tiempo y capital político en un conflicto que siempre eludía una solución. La noción de que la calle árabe y su sensibilidad estaban invertidas en la causa palestina era una rara perogrullada académica que encontró audiencia en los pasillos del poder.
Se pasa por alto el hecho que la administración Trump ha seguido una política exitosa en el Medio Oriente. Y tuvo éxito precisamente porque desafió los supuestos más arraigados
Para su crédito, Trump y sus asesores no se vieron agobiados por la memoria histórica. Prestaron escasa atención al precedente establecido, y no viajaron entre Ramala y Jerusalén con la esperanza de doblegar a los dos bandos a su voluntad. El alboroto imperialista de Irán había creado oportunidades, ya que los potentados árabes sunitas estaban más preocupados por los designios de Teherán que por las aspiraciones palestinas. Y una nueva generación de ciudadanos árabes no estaba animada por un conflicto que se había agravado durante tanto tiempo. Aun así, esta fue una oportunidad que solo un presidente de Estados Unidos hostil a Irán podría haber aprovechado. La enemistad hacia Irán es la moneda de confianza en el mundo árabe de hoy. Los Emiratos Árabes Unidos abrieron el camino para hacer la paz con Israel. Y luego vino Bahrein, el caballo al acecho de Arabia Saudita.
Hay muchas lecciones que aprender. Son posibles más tratados de paz, a menos que Biden regrese al camino del ex presidente Barack Obama de sermonear a la Casa de Saud diciéndole que debe compartir el Medio Oriente con los islamistas del otro lado del Golfo Pérsico. Y una vez que se les haya privado de la muleta de la solidaridad árabe, los palestinos volverán en sí y regresarán a la mesa de negociaciones.
El Medio Oriente, por supuesto, no es solo una región de naciones que compiten por influencia. Es un lugar de feroces conflictos sectarios y guerras civiles. Los problemas del mundo árabe no han desaparecido: Siria sigue siendo el dominio de la familia Assad, y Yemen es una catástrofe humanitaria. Paradójicamente, estos conflictos, por trágicos que sean, no parecen haber perturbado los alineamientos estratégicos de la región. Irán no es más fuerte debido a los triunfos de Assad, y Arabia Saudita no es más débil debido a su inútil intervención en Yemen. De hecho, los saudíes han llegado a apreciar el costo de su desventura yemení y están buscando una salida a su situación.
Hay muchas lecciones que aprender. Son posibles más tratados de paz, a menos que Biden regrese al camino del ex presidente Barack Obama de sermonear a la Casa de Saud diciéndole que debe compartir el Medio Oriente con los islamistas del otro lado del Golfo Pérsico
En la última década, Estados Unidos y sus aliados fueron amenazados a menudo por actores no estatales. Fueron los representantes chiítas de Irán en Iraq los que laceraron a las fuerzas estadounidenses. No hace mucho tiempo que el Estado Islámico marchaba hacia Bagdad y Hezbolá amenazaba a Israel. Un presidente famoso por rechazar la herencia de su predecesor fue lo suficientemente prudente como para sostener la campaña de la administración Obama contra el Estado Islámico, lo que finalmente redujo el califato a escombros. Y a medida que Irán agotaba su tesoro, tuvo que reducir los subsidios a sus letales protegidos, incluido Hezbolá. Aunque de ninguna manera están desangradas, estas milicias son menos peligrosas hoy que antes de la presidencia de Trump.
Es posible que la ruptura de las normas por parte de Trump no siempre haya servido bien a Estados Unidos. Pero el Medio Oriente era una tierra de suposiciones obsoletas y estrategias fallidas. La inclinación de Trump hacia la disrupción fue útil en una región que necesitaba una sacudida. Tuvo éxito, porque solo un presidente iconoclasta podría haber estabilizado el Medio Oriente.
* Investigador principal del Council on Foreign Relations y autor de The Last Shah: America, Iran, and the Fall of the Pahlavi Dynasty (de próxima publicación).
Fuente: Foreign Policy.
Traducción Nuevo Mundo Israelita. Caracas.
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