Estaba leyendo las memorias de Barack Obama, Una Tierra Prometida, mientras se solidificaba la respuesta políticamente correcta al asesinato del principal científico nuclear de Irán.
«ASESINATO DE CIENTÍFICO IRÁNÍ», proclamaba el gráfico de PBS. El New York Times tuiteó que «los funcionarios iraníes … siempre han sostenido que sus ambiciones nucleares tienen fines pacíficos, no de armas».
Aún más absurdo,es el que John Brennan, el «zar» antiterrorista de Obama que planeó la redada que mató a Osama bin Laden, tuiteó: «Este fue un acto criminal y muy imprudente». Claramente, una «Tierra Prometida», Estados Unidos, puede defenderse; esa otra «Tierra Prometida», Israel, no lo puede hacer.
La hipocresía es asombrosa. Considerar a Mohsen Fakhrizadeh solo un científico es como llamar a Bin Laden solo un clérigo. Mohsen Fakhrizadeh fue un alto oficial del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica.
Bajo Obama, Estados Unidos ejecutó 563 ataques, en su mayoría con drones, contra agentes provocadores y terroristas que, sin embargo, son mucho menos peligrosos que Fakhrizadeh.
En un discurso de abril de 2012, Brennan dijo que el presidente debería «aprovechar … todos los elementos del poder estadounidense» para «proteger la seguridad del pueblo estadounidense». Al definir los criterios que hacen que los ataques con drones sean “legales” y “éticos”, Brennan enumeró: “asegurarse que el individuo sea un objetivo legítimo …; determinar si el individuo representa una amenaza significativa … determinar que la captura no es factible «, doble verificación de la «identidad del objetivo» y no dañar a «civiles inocentes». Según ese análisis, los países a los que los líderes iraníes siguen amenazando, especialmente Big Satan, Estados Unidos, y Little Satan, Israel, estarían justificados para apuntar a Fakhrizadeh, en este golpe quirúrgico que solo lo mató a él y a un guardaespaldas.
Entonces, ¿Por qué el doble rasero? Las memorias de Obama explican la cosmovisión de los que quieren apaciguar a Irán y culpan a Israel primero.
Leer un libro de memorias es como tener una larga cita intelectual. Encantador, autocrítico y sincero, Obama parece más humano que Bill Clinton en sus memorias, que se leían como si estuvieran grabadas en mármol, tratando de hacer a Clinton una figura monumental.
El amor de Obama por Estados Unidos, y la prueba que el sueño americano puede funcionar, repudia la ortodoxia «antirracista» que despertó a los progresistas (incluidos muchos judíos estadounidenses), que calificaron a Estados Unidos de irremediablemente racista.
Leer sobre la victoria presidencial del cuento de hadas de Obama «Si Podemos» me puso la piel de gallina. Su consejo de vivir con un propósito sin ser grandioso, porque todos “nos convertimos en polvo”, hace de estas memorias un libro de sabiduría también. Y su descripción franca de sus «tensiones domésticas crónicas» con Michelle valida las frustraciones de muchas parejas modernas, especialmente cuando la carrera de una de las personas en la pareja sobresale mas.
Aún así, Obama tiene sus puntos ciegos. Culpa al obstruccionismo republicano con demasiada frecuencia como para esquivar sus propias deficiencias políticas, al igual que ignora el ascenso de la Hermandad Musulmana en Egipto después de intimidar a Hosni Mubarak para que se jubilara. Y Obama tontamente sigue siendo duro con Israel pero suave con Irán.
Obama pertenece a «una generación posterior a Vietnam que aprendió a cuestionar su propio gobierno y vio cómo, desde el surgimiento del macartismo hasta el apoyo al régimen de apartheid de Sudáfrica, el pensamiento de la Guerra Fría a menudo había llevado a Estados Unidos a traicionar sus ideales». Sigue siendo «cauteloso con la idea que el bien residía solo de nuestro lado y el mal del de ellos». Señala cómo «se necesitaron generaciones de protestas, legislaciones progresistas, el limpiar un periodismo sucio y hacer una defensa tenaz para controlar, si no eliminar por completo», los » ejercicios de poder a fuerza bruta» que se solía ver en Estados Unidos, desde las manipulaciones de los jefes políticos de Chicago hasta las maquinaciones de los conspiradores de la CIA en el golpe de Estado iraní de 1953. «Esa tradición de reforma fue en gran parte lo que me inspiró a entrar en política».
Sintiéndose culpable por las deshonras del pasado de Estados Unidos, Obama creía que podía involucrar a los mulás de Irán de manera honorable. E incómodo con el poder desproporcionado de Occidente a nivel mundial, decidió que «dada la asimetría de poder entre Israel y los palestinos … era razonable pedirle a» Israel, «la parte más fuerte, que diera un primer paso más grande en la dirección de la paz».
Ideológicamente, al presionar a Israel mientras se involucraba con Irán, Obama compensó en exceso los «pecados» anteriores de Estados Unidos. Es por eso que higieniza el giro palestino de la negociación al terrorismo en 2000 al describir un «mutuo incentivo de violencia», mientras subestima cómo el terrorismo que iniciaron los palestinos traicionó y traumatizó a los israelíes. En cambio, decide que «las actitudes israelíes hacia las conversaciones de paz se habían endurecido, en parte porque la paz ya no parecía tan crucial para garantizar la seguridad y la prosperidad del país». Esta obsesión con el poder económico y militar de Israel lo ciega ante los sentimientos de vulnerabilidad de los israelíes y la culpabilidad palestina.
Las personalidades de los participantes también jugaron un papel. Obama escribe que la «visión de Bibi Netanyahu de sí mismo como el principal defensor del pueblo judío contra la calamidad le permitió justificar casi cualquier cosa que lo mantuviera en el poder». En nuestro nuevo libro, Never Alone, Natan Sharansky está de acuerdo en que Netanyahu «cree que su permanencia en el cargo mantiene vivo a Israel, una ecuación que solo se vuelve más significativa cuanto más tiempo permanece en el poder».
Sharansky, sin embargo, escribe con admiración, teñida de frustraciones ocasionales; Obama irradia desprecio.
Obama cree que su posición es equitativa, idealista y resiente las críticas que recibió, especialmente de AIPAC. Pero su obsesión, al estilo europeo, con la dinámica del poder y la falta de excepcionalidad de Estados Unidos lo hicieron demasiado indulgente con los pecados de dictadores y terroristas como los iraníes y palestinos, y demasiado severo con los pequeños errores de demócratas liberales como los israelíes.
El presidente electo Joe Biden y su nuevo equipo deberían corregir los errores de Obama, no repetirlos. Deben mirar de manera periférica, no solo bilateral. No se trata solo de fronteras o armas nucleares: los líderes palestinos deben dejar de aterrorizar a palestinos e israelíes; los iraníes deben dejar de aterrorizar al mundo. En lugar de apalear a los amigos como Israel y mimar a enemigos como los iraníes y los palestinos, restauren el verdadero orden moral del universo: apoyen a sus amigos, a sus compañeros demócratas liberales y enfrenten a nuestros enemigos.
Traducido para Porisrael.org por Esther Sterental
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