Los asesinatos selectivos son una parte indivisible de las guerras tácitas. Rodeados de misterios, podrían formar parte de lo que De Quincey llamó el asesinato como una de las bellas artes. Irán libra desde hace décadas una guerra contra Israel, que nunca habló de terminar con el estado y el país de los ayatolás, sus pueblos y grandes ciudades. Es un conflicto que para los líderes iraníes tiene características teológicas y para los israelíes algo que concierne a su supervivencia. El hecho de que ahora se hayan agregado, al abanico de los países enfrentados con Irán, los sunnitas del Golfo Pérsico, aún oscurece más el acto en el que perdieron la vida Fakhrizadeh y sus escoltas. Será difícil saber los detalles de lo ocurrido. Bien podría ser un crimen llevado a cabo por la mafia, es decir por asesinos a sueldo. Es demasiado profesional como para pensar en extranjeros. Tal vez el atentado haya sido perpetrado por enemigos internos procedentes de las minorías que sufren la discriminación de los clérigos. Es temprano para saberlo. En todo caso Irán ha recibido una nueva carta en la que se le insinúa que no hay ni habrá santuarios seguros para quienes hacen del odio y de su proyecto destructivo un destino.
De todo lo que se oye al respecto, lo peor-cómo no-procede de la UE, cuyo portavoz, el señor Borrell, es un izquierdista decimonónico obsesionado con los derechos humanos en lo que a Israel se refiere y un tímido cuando no mal defensor de los cristianos perseguidos en el Oriente y los tibetanos reprimidos en su propia tierra por los chinos. Europa debería callarse, ahora que están demostrados los intentos reiterados del régimen iraní de cometer crímenes en su suelo. Ya nadie cree en su vieja y casposa verdad. Eso de tirarle las orejas a Israel una y otra vez no funciona ni funcionará. Con la ayuda de Trump o sin ella, con Biden al mando y una mayor delicadeza diplomática, es obvio que quienes quieren frenar a Irán lo están haciendo a cuentagotas y con insistencia. Un gobierno de los demócratas no impedirá que Israel se defienda si cree que debe hacerlo cada vez con más fuerza. Los pactos de Abraham recién iniciados forman ya una barrera invisible de seguridad que los ayatólas no imaginaban siquiera que se erigiría en sus fronteras. Y todo ello, como bien dijo Trump, de manera bastante higiénica. Mientras tanto, claro, los cerebros retorcidos de Teherán siguen maquinando sus maldades. No se espera nada nuevo de esa zona del mundo.
Así como he amado a los poetas persas-Saadí, Hafez. Khayam-, admirado sus jardines y perfumes, del mismo modo y en el otro extremo detesto con toda mi alma la herencia emponzoñada de Khomeiny, un ser satánico que veía satanes por todos lados. Hace ya tiempo que Occidente tenía que haber tomado medidas contra esa herencia y sus representantes de turbante medieval, pero como no lo ha hecho, e incluso vio con simpatía el fin de la dinastía del último Sha, hoy es víctima de las carambolas islamistas que el billar iraní puso en movimiento hace ya muchos años. Por último, es mi deseo que Israel y las comunidades judías del mundo se protejan y cuiden del ánimo vengativo de los chiítas. No lanzarán el prometido rayo, pero bien pueden poner una bomba aquí y otra allá. No hay peores locos que los fanáticos.
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