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| lunes diciembre 23, 2024

Israel. El éxito de la vacunación


El cierre de El Medio por Facebook nos hace reflexionar, una vez más, sobre las amenazas a la libertad de expresión en el mundo actual. También nos lleva a interesarnos y a valorar los contenidos y canales censurados, así como a colaborar con ellos. Seguiremos escribiendo en las siempre hospitalarias y siempre discutidoras e insolentes páginas de nuestro Medio. 

Cuando se habla del éxito de la campaña de vacunación en Israel, sobre todo cuando se compara con el fracaso de esa misma campaña en el resto de los países desarrollados (salvo en el Reino Unido, por lo menos en parte), se escucha el argumento de que Israel es un país en perpetuo estado de alerta ante una amenaza existencial. Salvadas las distancias, es lo que afirma el ensayista Ross Douthat en La sociedad decadente al explicar por qué Israel es el único país desarrollado en el que crece la natalidad: la sociedad israelí, perpetuamente movilizada, no se arredra ante la disciplina y el esfuerzo.

Sin duda es así, pero lo que debemos intentar comprender es por qué los israelíes aceptan ese grado de movilización, esa misma disciplina y ese esfuerzo, que están, sin duda, en el trasfondo del éxito de la campaña de vacunación.

El escritor Daniel Gordis describía en un artículo reciente el ambiente que se encontró en el centro de vacunación al que acudió. En vez del caos habitual que daba por descontado (la sociedad israelí no es particularmente proclive al orden ni a la racionalidad), encontró un recinto bien organizado, bien señalizado, con un funcionamiento rápido y, además, humano. A alguien se le había ocurrido repartir libros infantiles, en aquel recinto en el que los niños tenían vetada la entrada… para que los posibles abuelos se los regalaran a sus nietos a los que seguramente no veían desde hacía meses.

Gordis, que echa de menos el espíritu de otros tiempos, habla de la recuperación del viejo Israel, un país en el que prevalecía el vínculo comunitario, en el que todos formaban parte de una unidad y todos participaban, cada uno a su manera, de una historia y un objetivo. Al final, el escritor reconoce, por haberlo visto en acción, que ese espíritu sigue vivo, y que ahí reside buena parte del secreto del éxito de Israel.

La Start-up Nation, como se la denominado, se ha convertido en la Vaccination Nation. No es lo que se llama un gran hallazgo literario, pero dice bien cómo una sociedad compuesta de personas acostumbradas a pensar en términos empresariales de coste-beneficio, de iniciativa y autonomía individual, de responsabilidad, de oportunidades y de evaluación de riesgos se convierte casi naturalmente –el casi es importante– en una sociedad que admitiría mal un fracaso en una cuestión, como esta, de vida o muerte. (Para apreciar la distancia, se recordará que en España el responsable de la trágica gestión de la epidemia acaba de ganar unas elecciones).

El otro término de la expresión es el de nación, concepto vigente en Israel. Sus ciudadanos no tienen la menor intención de disolverse en fantasías postnacionales, ni tienen miedo a ser lo que son. No se arrugan ante la idea de tener una identidad. Para ello hace falta tener confianza en uno mismo, en la capacidad para afrontar las dificultades y asumir las responsabilidades correspondientes.  Nada de eso –dicho sea de paso– ha impedido que Israel siga siendo una sociedad plural, discutidora y ruidosa como pocas, en las que la esencia popular y faltona –digámoslo así– de la democracia sigue viva y presente. Hace ya bastantes años que los israelíes echaron de los puestos de liderazgo a las selectas minorías.

Claro que la nación de Israel se fundó con un objetivo preciso: evitar que volvieran a ocurrir los hechos que acabaron con el pueblo judío en Europa. Hay por tanto un objetivo indiscutido, pero relacionado, a su vez, con algo más, de orden existencial –mejor sería decir teológico–, que es poner a salvo aquello de lo que el pueblo judío es prueba y testimonio, como es el origen divino del mundo y de la realidad humana. Este punto, el posible descreimiento, aunque relevante, no cambia el fondo del asunto y el vínculo que establece el judaísmo resulta más profundo que eso. Se establece así un nuevo grado de responsabilidad personal y colectiva –encarnada en ese milagro que son el Estado y la nación de Israel– que lleva a establecer las condiciones de un éxito como aquel al que estamos asistiendo ahora mismo en la vacunación, con una especial atención a los mayores desde el primer momento.

(La cuestión religiosa que está en el fondo de la existencia de Israel no significa que la población árabe israelí no haya sido vacunada en las mismas condiciones que los judíos, como ha difundido la habitual judeofobia occidental).

Y también habrá quedado claro por qué seguiremos visitando, leyendo y colaborando con El Medio.

 
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