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| domingo diciembre 22, 2024

La locura emergente de Joe Biden en el Medio Oriente


En una información aparecida en Politico este lunes se revelaba que la Administración Biden quiere sacarse de encima el problemático Oriente Medio. En términos de prioridades globales, la región “no está entre las tres primeras”, según un asesor del presidente. La nueva Administración preferiría centrarse en la inestabilidad en el Hemisferio Occidental, en la contención de amenazas y en emprender iniciativas diplomáticas en Europa, así como en virar de una vez hacia Asia, por supuesto. “Están extremadamente determinados a no empantanarse en Oriente Medio”, dice otro asesor. Pero Oriente Medio tiene la costumbre de llevar a EE.UU. de vuelta al cenagal, y afanarse negligentemente en la retirada es uno de los caminos más fáciles para tropezar de nuevo en esa piedra.

La Administración Biden vio puesta a prueba su resolución de desengancharse de Oriente Medio a principios de este mes, en forma de mortífero ataque cohetero contra una base militar iraquí, en el que murió un contratista civil y otros nueve individuos resultaron heridos, entre ellos un soldado norteamericano. La milicia chií Saraya Awliya al Dam, estrechamente relacionada con Teherán, reivindicó el atentado.

La Administración Biden reaccionó de forma “mesurada”, según el New York Times. No quiere que su flamante empeño por retomar las negociaciones con Irán a cuenta de su programa nuclear descarrile por semejante provocación proiraní. Pero el indesmayable compromiso con la búsqueda de un acercamiento a Irán y sus satélites no hace sino fomentar que se produzcan más ataques de ese tipo.

Este lunes se lanzaron cohetes contra intereses norteamericanos en la denominada Zona Verde de Bagdad. Se trató del tercer ataque contra sedes diplomáticas occidentales en Irak en solo una semana. Irak ha reaccionado pidiendo una mayor presencia militar de la OTAN en su territorio, y la OTAN procederá en consecuencia. En las próximas semanas, la Alianza Atlántica pasará de tener 500 efectivos en el país a cerca de 4.000. Pero el Pentágono no ha ordenado despliegues adicionales como respaldo.

La estrategia iraní puede parecer contraintuitiva: ¿por qué un Estado forajido desesperado por hacerse con las recompensas vinculadas a la recuperación de las conversaciones diplomáticas iba a arriesgarlo todo poniendo a prueba con tal descaro a la nueva Administración estadounidense? Pero es que resulta que también los iraníes leen la prensa americana. Si Teherán cree que la Administración Biden está como loca por abandonar la región, ¿por qué no poner a prueba su resolución? Al fin y al cabo, el objetivo a largo plazo de Irán no es librarse de las sanciones económicas, sino la hegemonía regional, con EEUU fuera del escenario.

Con suerte, la Administración Biden no deja que sus objetivos estratégicos regionales sean eclipsados por sus objetivos más políticos. Después de todo, no tenemos más que mirar a la Administración de la que Biden fue vicepresidente para ver que los desenganches americanos provocan tremendos dolores de cabeza.

La apresurada retirada de las fuerzas norteamericanas de Irak ordenada por Barack Obama a principios de 2011 puso los mimbres para el retorno indefinido de EEUU. Las mal adiestradas fuerzas de seguridad iraquíes se revelaron incapaces de preservar la integridad territorial del país, como pudo comprobar el mundo cuando las vio derrotadas por las milicias del ISIS en 2014.

Obama sabía que las fuerzas iraquíes no podrían mantener las líneas. Esa fue una de las razones por las que trató de apuntalar al tambaleante Ejército iraquí reforzando a las milicias chiíes, pese a sus vínculos con Irán. “La única fuerza con capacidad para unir a las tropas kurdas, el Ejército iraquí y las milicias chiíes para luchar contra el Estado Islámico es Irán”, declaró al NYT en 2015 un analista de inteligencia radicado en Londres. Pero el dar manos libres a Irán en la región y la retirada norteamericana tuvieron consecuencias imprevistas; entre ellas, un renovado activismo por parte de las potencias suníes.

La situación actual en el Yemen es indicativa de la falta de razón de la Administración Obama. “EEUU ha establecido lazos con los rebeldes huzis que tomaron el control de la capital yemení”, reportó el Wall Street Journal a principios de 2015. El objetivo de Washington era mantener los canales intergubernamentales que facilitaban la campaña encubierta de EEUU contra Al Qaeda en la Península Árbágica. Pero los movimientos aperturistas de la Casa Blanca de Obama fueron rechazados por la milicia proiraní y antiamericana, y finalmente EEUU dio su consentimiento a la campaña militar saudí contra el régimen rebelde. “El presidente Obama ha autorizado la provisión de apoyo logístico y de inteligencia a las operaciones militares [del Consejo de Cooperación del Golfo”, manifestó la portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de Obama, Bernadette Meehan, a propósito de los ataques saudíes contra objetivos huzis.

Al final Riad tuvo la cortesía de dejar liderar a la Casa Blanca. No cabe decir lo mismo de Egipto y de Emiratos, que ni siquiera se molestaron de informar a Washington cuando, en 2014, lanzaron una campaña de ataques aéreos contra milicias islamistas radicadas en Libia, “dejando de lado a la Administración Obama”. Mientras, esos y otros Estados suníes trabajaban diplomáticamente en el descongelamiento de las relaciones con Israel para crear un valladar regional contra el expansionismo iraní; un desarrollo feliz… que se produjo a expensas de la autoridad regional americana.

Es de justicia reconocer el compromiso militar y diplomático de la Administración Trump con la región. Dejó de lado lo de liderar desde atrás en beneficio del liderazgo de toda la vida y capitaneó el hito diplomático aún en curso que recibe el nombre de Acuerdos de Abraham. Pese a los deseos de Trump de sacar a EEUU de esa complicada región, su disposición al compromiso sentó las bases de algunos de sus mayores logros.

La lección de la última década de política norteamericana en Oriente Medio parece clara: es más probable que EEUU satisfaga sus intereses implicándose en la región en sus propios términos. Ojalá la Casa Blanca de Biden supere su hostilidad ideológica hacia los actores fundamentales de Oriente Medio y vea que para hacer avanzar sus objetivos debe tratar con el mundo tal como es.

© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio

 
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