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| martes marzo 19, 2024

Las paradojas entre el quietismo islámico y el islam político


En un artículo anterior donde se mencionaron las implicaciones de la visita del Papa Francisco I a Irak, se pudo manifestar la importancia que tuvo desde una perspectiva religiosa en cuanto a los alcances del acercamiento entre la iglesia romana occidental y las iglesias orientales, en un país donde la población cristiana ha disminuido debido a las persecuciones y los embates de los conflictos en esta zona cercana al Golfo Pérsico y colindante con una zona caliente de conflictos como la región siria las regiones kurdas vecinas de Turquía y a las postrimerías del territorio iraní; país que mantiene fuertes tensiones en la región y con los Estados Unidos.

Desde el punto de vista político, además de una mejora en las relaciones entre el gobierno de Bagdad y Ciudad del Vaticano, lo más destacado fue la reunión entre el líder católico y el Ayatolá Sayyed Alí Al Husaini Al Sistani, fuente de emulación del mundo musulmán chiita, con quien se buscó un acercamiento similar al logrado con el Gran Imam sunita Ahmad Al-Tayyib.

Con esta visita del Papa Francisco I a Irak se despertó un viejo sentimiento de competencia entre las dos escuelas más importantes del chiismo como lo son el seminario de Qom y el seminario de Nayaf, donde en la primera está encabezada por el liderazgo de los ayatolas iraníes quienes se mueven a través del wilâiat-ul Faqîd (“guía del jurista religioso”) en un claro activismo político de los religiosos entrometidos en todos los aspectos de la vida nacional mientras que los clérigos de Nayaf en Irak prefieren mantener la división entre poder político y poder religioso.

A esa actitud se le llama quietismo político que no es exclusiva para nada de las corrientes chiitas del islam; tampoco del islam necesariamente, sino que hay corrientes quietistas dentro del mundo sunita, y no necesariamente esa pasividad es tan potable como se cree, donde pareciera una resignación de la separación entre religión y poder político.

Por su parte existe el concepto de islam político o islamismo, que en ocasiones se confunde con el islam como práctica religiosa, ante lo cual en ocasiones los islamófobos lo usan como pretexto para atacar a comunidades islámicas no beligerantes y meterlas en la misma categoría de los radicales. Es debido a esto último que ambos conceptos deben ser aclarados y categorizados conforme al nivel de intransigencia con el que puedan actuar o donde no existe realmente un peligro con estas prácticas más allá que un prejuicio institucionalizado por la intolerancia, siendo principalmente en Europa donde esto se da a mayor escala, y se transforma en el catalizador perfecto para que los que sí son radicales tomen fuerza y “adopten” a las comunidades que están siendo injustamente atacadas.

Islamismo político

Las paradojas entre el quietismo islámico y el islam político
Imagen de Miguel Montaner | NY Times

Según la referencia, el término islamismo se utilizó por primera vez en el siglo XVIII tanto en inglés como en francés. A diferencia de la religión es una designación de carácter más política y su uso diferenciado al de la práctica espiritual sopesa al uso de la fe para entrometerse en las acciones propiamente de los gobernantes, en español su uso se hace más frecuente como “fundamentalismo islámico”, el cual en ocasiones se mezcla con la noción de terrorismo, lo que tiene un error conceptual en cuanto a términos, porque si bien, el terrorismo puede que nazca de principios “fundamentalistas”, no todo fundamentalista practica el terrorismo (Botta 2007).

A comienzos del siglo anterior con la aparición de los Hermanos Musulmanes de la mano de Hassan Al Banna en Egipto se le dio una importancia determinante a la identidad musulmana en el Medio Oriente a través de los movimientos panislamistas quienes tenían como objetivo ser una fuerza más integradora que el origen etnolingüístico en la zona (Peñas 1996). Se podría considerar que el modelo egipcio; que posee un peso religioso importante en el mundo sunita moderno, es el impulsor además de las bases del integrismo islámico actual que busca una vía pura de las interpretaciones de la ley islámica (sharía) hacia la práctica social.

Sin embargo, y pese a los intentos del panislamismo y el integrismo de tomar ese lugar en la sociedad, en algún momento la fuerza política que alcanza el nacionalismo árabe (panarabismo) en la región dejará inmovilizado al movimiento religioso y se mantendrá con mucho dinamismo quizás hasta comienzos de los 70s antecediendo esta caída las derrotas del liderazgo árabe frente al Estado de Israel en guerras y de una forma más categórica la pérdida del conflicto en 1967, que sería lapidario hasta un nuevo despertar desde el espíritu islámico en los años siguientes  (Fuentelsaz y Mustafa 2017).

La noción de “fundamentalismo islámico” e integrismo en el siglo XX toma mucha fuerza a finales de los 70s principalmente con la Revolución Islámica de Irán, donde los religiosos de Irán toman el poder y alcanzan a derrocar al régimen del Shah Reza Pahlaví e imponer el islam como criterio fundamental de administración del Estado y, además, con el concepto ya mencionado de “guía del jurista religioso” coloca al Ayatola Ruhollah Jomeini como máximo representante del poder.

Esta actitud purista de la religión contagió otros países de la región del Medio Oriente y el Norte de África, por ejemplo, en Arabia Saudita que a partir de los 80s tomó una posición aún más ortodoxa que la aplicada hasta este momento pese a ser uno de los principales promotores del wahabismo[1] desde varias décadas anteriormente, pero los intentos de revueltas en su contra y la llegada del liderazgo religioso a Teherán convertirían al gobierno de Riyad de los principales promotores de la beligerancia político – religiosa de una versión remozada del islam político de los Hermanos Musulmanes, quienes también tuvieron presencia en la región del Golfo.

El gobierno saudita durante décadas promovió la acción política islamista salafista que regresa a las fuentes primigenias de las enseñanzas de las tres primeras generaciones de musulmanes y sus prácticas, por lo que se aboga a ese retorno además a una literalidad de los textos sagrados y de las interpretaciones normativas.

Existen tres niveles básicos de esta práctica salafista que son:

  • Político: vinculado con organizaciones políticas y partidos.
  • Revolucionario: quienes hacen uso de la fuerza y las acciones armadas a través de la denominada “yihad menor” (de la espada).
  • Quietista: se aplica con la predicación y la invitación religiosa (Dawa), desvinculado de la acción política y militar directamente pero sí es activista en la promoción de una forma de vida pura.

El wahabismo saudita promotor de su versión de salafismo[2] político y revolucionario estuvo apoyando a Irak en su guerra contra Irán en los años 80s, así como la guerra contra los soviéticos por medio del Talibán. (BBC 2015) También se le ha acusado a Arabia Saudita de ser de los principales promotores de grupos salafistas presentes aun en el propio occidente, a través del financiamiento de organizaciones al margen de la ley. En muchos casos no son organizaciones que tengan un comportamiento radical agresivo, sino más bien una actitud pasiva – agresiva, ya que confían en la pureza del comportamiento de la ley islámica e intentan seguirla al pie, pese a las oposiciones de gobiernos no islámicos, pero no tienen necesariamente respuestas revolucionarias o de acción política activa en los países; aunque no aplica esto último en todos los casos como será mencionado a continuación.


[1] El Wahabismo es una corriente político-religiosa del islam sunita, proveniente de la escuela hanbalí. Creada por el religioso Muhammad ibn ‘Abd al-Wahhab (1703-1792) en el siglo XVIII,​ su auge se debe a la pronta relación de este con la Casa de Saúd; fundadora de Arabia Saudita y al apoyo mutuo que se brindaron​.

[2] La diferencia entre el salafismo y el Wahabismo es que los primeros niegan el derecho de existencia de un monarca como ocurre en el Reino de Arabia Saudita.


La práctica pasivo – agresiva del quietismo político

A man shouts anti-government slogans during a demonstration organized by Salafists in Tunis, Tunisia.
Un hombre grita consignas contra el gobierno durante una manifestación organizada por salafistas, Túnez, 6 de noviembre de 2012 (Foto de AP por Amine Landoulsi)

No toda posición apolítica es necesariamente agresiva o pacifista por sí misma, en ocasiones la prédica que realizan los clérigos a lo interno opuestos a comportamientos políticos o sociales no llevan directamente un sentimiento de activismo, sino que realmente pueden considerar que la ruta trazada no es la más “adecuada” y usarán los pulpitos para mostrar este descontento que finalmente entre sus feligreses llevarán sin saberlo a presionar a los poderes que sí son responsables de cambios.

A este comportamiento también se le denomina “quietismo” religioso y si bien generalmente está en contraposición a los movimientos de política activa mezclada con el poder del clero, no se descarta por supuesto que la influencia de sus palabras y acciones religiosas finalmente no repercutan en el establishment político propiamente.

Aun así, hay actitudes diversas al quietismo religioso como la que ocurre en Irak que mantiene el equilibrio social del país. Después de la caída de Sadam y con la invasión estadounidense, Ali Al Sistani, líder quietista Irakuí de Nayaf; mencionado en el artículo anterior, se transformó en el enlace a la moderación de las fuerzas manteniendo su posición de no mezclar religión y poder, sin embargo, está claro que sus palabras y la de sus seguidores han pesado socialmente a la hora de tomar decisiones políticas.

De más no está recordar que el quietismo no es necesariamente una actitud exclusiva del chiismo, ni tampoco lo es el radicalismo islámico por supuesto, ya que existen versiones quietistas en la mayoría de las ramas islámicas y cada una tiene una actitud distinta en su abordaje no activista o beligerante.

De lo anterior se desprende la existencia del salafismo quietista o de predicación (as-salafiyya al-da’wa) donde se busca regresar a las fuentes primas de la enseñanza no separados totalmente de la politización sino esperando a tener desde la esfera religiosa las herramientas para impulsar un cambio entrometiéndose de manera pasiva en los asuntos de la política, cuando logran obtener mayor poder, regularmente dejan de lado su pasividad y se van con el fin de hacerse con el control de las principales fuerzas de los gobiernos, o de las comunidades y clanes.

El propio denominado “yihadismo” desde la interpretación de los salafistas y wahabistas que es una potencialización de la yihad menor (denominada de la espada) cuando pierden poder militar y fuerzas en algunos pueblos y ciudades optan por seguir manteniendo sus doctrinas activas, pero desde una posición pasiva y más proselitista, llenando las cabezas de sus seguidores con ideas radicales, en versiones de “células dormidas”.

Cuando DAESH tuvo su despertar oficial en Irak, ya se había trabajado por varios años a modo de yihadismo quietista las bases del trabajo que habrían de realizar, tenían además la “escuela” de Al Qaeda que por años ha promulgado pensamientos salafistas a lo largo de los países del Levante y quienes al perder fuerza después de la muerte de sus principales líderes, optaron por regresar a una posición no beligerante activa, muchos quedaron confinados en pequeños clanes en algunos países, pero la gran mayoría se movilizó a zonas poco vigiladas en el Yemen o se encuentran metidos en zonas de beligerancia en medio de Estados fallidos como Libia, países del Sahel y en África Oriental.

Pero estas agrupaciones no solo realizan activismo religioso, sino que para ganar adeptos y fortalecer partes de sus discursos optan por la ayuda social y la asistencia a poblaciones de riesgo, tal y como hacen los grupos de narcotráfico y crimen organizado en otras partes del mundo, ganándose el favor de las poblaciones ante el descuido de los gobiernos centrales. (Haynes 2005) A través de esta asistencia predican con el “ejemplo” su versión del islam y convencen a grupos de personas a engrosar sus filas de adeptos hasta llegar a tener una organización bien estructurada y retomar el poder, el quietismo es relativo al nivel de poder que posean, el objetivo de la intromisión religiosa en los aspectos de la vida política y social es un objetivo por sí mismo.

Salafismo quietista en Occidente

Abu Hamza conduce la oración en las inmediaciones de la Mezquita...
Abu Hamza conduce la oración en las inmediaciones de la Mezquita Central del norte de Londres (Reuters)

Lo mismo ocurre con este yihadismo quietista y el patrocinio a casas de estudio islámicas en países occidentales, principalmente en Europa, donde comienzan con un proceso de asistencia social, fortalecido con la prédica y la invitación; Dawa (Wiedl 2009), hasta que lleguen al convencimiento que el retorno a la pureza del islam es el camino correcto, y en el caso que sea necesario y teniendo la fuerza suficiente optan por realizar ataques puntuales, muchos de los cuales nacen del mismo corazón europeo inspirados por clérigos en el Magreb, el Sahel o el Medio Oriente; también en ocasiones provenientes de líderes religiosos en el corazón mismo de Europa.

Datos de este extremismo religioso se ha visto en ciudades como en el municipio de Moleenbeek Saint Jean en Bruselas de donde además se han cuajado atentados en EspañaFrancia y en la propia Bélgica. Células radicalizadas desmanteladas en CataluñaEstocolmo, suburbios parisinos o berlineses entre otros.

Lo cierto es que a diferencia del islam político tradicionalista que se sujeta a las autoridades por sumisión u obediencia (como ocurre en Marruecos), las versiones fundamentalista e islamistas en algunos casos dada su naturaleza pasiva agresiva genera muchos problemas cuando dejan de ser una fuerza minoritaria y se transforman en verdaderos agentes de conflicto en las sociedades, tanto islámicas como no islámicas.

Por supuesto que mucho de este comportamiento está limitado a los intereses del liderazgo, y no se podría comparar jamás el pensamiento quietista de Ali Al Sistani de Irak con el pensamiento quietista de los grupos salafistas que ven en ese comportamiento no politizado una estrategia de empoderarse. Sistani siendo discípulo del Gran Ayatola Abu Al Qasim Al Khoei conserva una posición inamovible de la separación entre poder político y poder religioso (Hadi y Mahdi 2016). Sin embargo, está claro que no todos los quietistas son como Al Sistani y, por el contrario, están quienes aprovechándose de ese supuesto espíritu pasivo sacan las garras cuando menos lo esperan para hacerse con el control del poder político y además tener un esquema expansionista por medio de un sistema político regido por el islam purista, donde quizás el ejemplo más claro fue durante la era de los islamistas de DAESH en el Levante Mediterráneo queriendo impulsar un califato desde Al Andaluz en España hasta Yakarta en Indonesia.

 
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