La mayor catástrofe civil en la historia de Israel. Así, con estos superlativos, se hace referencia este viernes en Israel a la imponente tragedia en el monte Meron en Israel, que terminó –por ahora- con 45 muertos y más de 100 heridos, entre ellos también menores de edad, inclusive niños.
Israel ha tenido que lidiar a lo largo de su historia con no pocas situaciones complejas, por llamarlas delicadamente, afrentas y amenazas directas a su seguridad. Guerras, atentados, misiles y bombas no sólo en el campo de batalla “formal” sino también en la retaguardia, en el seno de la población civil convertida en frente, por decisión del enemigo. Pero esto es otra cosa. Esto podría haber sido evitado.
Que personas tropiecen o se resbalen al bajar por una escalinata, puede ocurrir en cualquier lado, y no es por cierto algo que se pueda ni prever ni evitar. Pero la impresionante multitud que colmaba el lugar, no debería haber estado allí. Las imágenes que recorren el mundo desde hace horas, lo dicen todo. Decenas de miles de personas amontonadas en el lugar, eran receta segura para una catástrofe.
En realidad, es un milagro que esto no haya ocurrido antes.
La culpa la tienen quienes autorizaron la realización de este evento sin imponer limitaciones efectivas para que no haya tal aglomeración en un mismo lugar. Quienes no atendieron las advertencias ya años atrás del Controlor del Estado, sobre la infraestructura en el monte Meron, donde todos los años tiene lugar el evento más multitudinario del país, al celebrarse la fiesta judía de Lag Baomer.
Y no por el Coronavirus, un tema que por cierto aún hay que atender, sino por situaciones como la que justamente se dio este jueves, y terminó en horror.
Un lugar demasiado repleto, una escalinata demasiado angosta por la que pasaron miles de personas, una salida demasiado estrecha, unos policías que no abrieron a tiempo las cercas instaladas en el lugar y no comprendieron que en cuestión de segundos podía ocurrir lo que finalmente ocurrió: una avalancha humana.
En cuestión de minutos, cayó la cobertura de celulares en el lugar. Familias desesperadas tratando de ubicar a sus seres queridos.Judíos religiosos que habían llegado al monte Meron como todos los años en la fiesta de Lag Baomer-salvo el año pasado por Coronavirus-para celebrar, salieron en camilla o en bolsas blancas,sin vida. Padres jóvenes que dejaron a varios huérfanos en casa. Niños que murieron aplastados. Padres que no podían llegar a sus hijos y los vieron asfixiados. Difícil describirlo.
El Estado tiene la responsabilidad de prever catástrofes. Al menos las de este tipo, absolutamente evitables. Hay numerosas características admirables en la idiosincracia israelí. Pero el decir “ihié beséder”, o sea “todo va a estar bien”, no es una de ellas. Nada va a estar bien si no se toman medidas para garantizarlo.
De más está decir que fue una irresponsabilidad autorizar un evento así cuando la pandemia aún no ha terminado. Sí, todo está mucho mejor, pero es una absoluta irresponsabilidad actuar como si la vuelta a la casi normalidad fuera señal de que no hay ya de qué preocuparse.
Claro, con 45 muertos y más de 100 heridos, ¿quién piensa ahora en los centenares o más que quizás se contagiaron ayer en el monte Meron?
Al respecto, como con el Covid-19, la responsabilidad debe ser también de la gente. ¿No tiene uno ojos para ver la aglomeración peligrosa en el lugar?
Y en medio de tanto dolor por tantas vidas perdidas, de la rabia por lo que se podría haber hecho y no se supo hacer, están las luces que siempre iluminan la sombra. Los mensajes que circulan por las redes israelíes, informando a las numerosas familias ultraortodoxas que lograron salir de Meron y no llegan a cocinar para Shabat , que pueden recibir comida gratis en tal y cual lugar. Y los centenares de israelíes que hicieron fila en la plaza Rabin en Tel Aviv junto a la unidad móvil de Magen David Adom para donar sangre para gente que nunca conocieron, pero que están internados, y precisan ayuda.
Y los numerosos mensajes y actitudes de solidaridad de políticos y ciudadanos árabes que no sólo expresan su profundo pesar por lo ocurrido , enviando su pésame a las familias judías y el pueblo en general, sino que se hacen presentes en los caminos que bajan de Meron y pasan por sus localidades, ofreciedo comida y bebida a la gente, para aliviar en algo lo difícil del momento. Ciudadanos árabes ofrecieron sus casas a gente que no puede alcanzar a llegar a la suya antes de Shabat-recordemos que en el monte había judíos religiosos- prometiéndoles toda la ayuda necesaria y llevarlos el domingo a sus casas, cuando haya terminado el Shabat.
En este momento, las identidades de lo que el Presidente de Israel suele llamar “las cuatro tribus” en la población, se cruzan y las fronteras se desdibujan. Es que en el fondo,todos son ciudadanos y lo tienen claro, por más que discutan en la vida diaria. Es un pequeño aliento, una gran luz, en medio de tanto dolor.
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