En el fondo de todo odio hay por una parte un elemento de envidia y por la otra de desamor profundo. En el verdadero amor hay un grado ingente de tolerancia e, incluso, de aceptación de las diferencias que tenemos con nuestros seres amados. De quien sólo se ama a sí mismo sabemos que sufre de narcisismo, casi siempre sin saber lo que eso comporta. No es casual que entre quienes amen de verdad a Jesús y sus enseñanzas exista, cuanto menos, un profundo respeto por el pueblo judío y su azarosa historia; los que sólo lo aman de boquilla, y desconocen sus raíces, o están muy alejados de ellas, se entregan al odio con la mueca de un viejo desdén. Como si se dijesen a sí mismos: ¡¡qué suerte tengo, alguien a quien hacer responsable por mis frustraciones y fracasos!´´; quienes culpan a los judíos de todos los males del mundo, pasados y futuros, son en verdad incapaces de amar. Tras el Holocausto creímos que nunca más pasaría algo así, pero ahora no estamos seguros de que esa temible y trágica maquinaria letal haya dejado de funcionar del todo. Tras los desprecios a los judíos vendrán los rechazos a los musulmanes, de tal manera que la islamofobia no sólo no se borrará del horizonte sino que aumentará. Europa, Estados Unidos y el resto del mundo, salvo islas aquí y allá, revelan su desencanto y falta de amor con el resurgir del antisemitismo.
Sabido es que los judíos no somos proselitistas, al menos no de modo colectivo. Hemos sido tantas veces víctimas de conversiones forzadas, que no endosamos a otros nuestras creencias a la fuerza. Eso no significa que los judíos-sobre todo los ortodoxos-se vean libres de odios y desprecios. Es un defecto muy humano y más frecuente de lo que parece el creerse mejor que los demás, «elegido». Y es un defecto simplemente porque toda elección supone un descarte, la marginación del otro o de lo otro. Precisamente sobre esas bases y padeceres, sobre esas negaciones y desprecios, se erigió el sionismo y la voluntad de sus fundadores con una férrea intención de curar el alma colectiva , lo que suponía ante todo recuperar la tierra originaria, luego el amor propio y por fin la independencia. En su propio territorio los judíos no son colonos, no representan a ningún imperio, están dispuestos a compartir ahora y mañana mismo si los árabes así lo quieren. Pero si me haces la guerra, amenazas con exterminarme, y habiéndola perdido no una sino varias veces, quieres que me retire al punto de partida e incluso más allá, entonces ¿Para qué me hiciste la guerra?. Señálame, en la historia del mundo, incluso en la del Islam, la ausencia de adquisición de tierras por derecho de conquista. Entre los judíos también. Y se acabó. Esa es la inexorable verdad. Es una pena, pero hay ,en la mentalidad islámica, la peligrosa tendencia a morder la mano que le da de comer. ¡El tema del rechazo y ahora, quizá, la aceptación de las vacunas contra el Covid 19 así lo demuestra!. ¡ Por favor, meteos vuestro estúpido orgullo donde mejor os quepa!
Donde hay verdadero amor el otro es una parte de mi mismo, yo soy él y él es yo. Pueden, claro que sí, ¡darse berrinches y desacuerdos fugaces! Jamás el deseo de exterminio, la deslegitimización del semejante. En el seno de Israel hay judíos que son vehementes defensores de los palestinos, decenas y tal vez hasta cientos. En el otro lado y si existen no los vemos y los oímos en voz baja o no lo suficiente. Puede que el odio sea más rápido que el amor, pero este último el único que llega a la fecundación mutua.
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