Hace unas semanas, la noche previa a su encuentro con el presidente de EEUU, Joe Biden, el presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, se reunió con un amigable grupo de diplomáticos, militares, académicos y periodistas. Fue una cena off the record, así que no puedo contar lo que dijeron el señor Ghani y los demás comensales.
Salvo una cosa.
Yo no tenía pensado hablar. Pero había algo que, a mi juicio, debía sacarse a colación y nadie lo estaba haciendo.
Así que me levanté del asiento y dije: señor presidente, le sugiero que le diga al presidente Biden que usted, su Gobierno y sus Fuerzas Armadas tratarán de seguir combatiendo al Talibán y a Al Qaeda. Incida en que, con un mínimo de asistencia norteamericana, confía en que no prevalecerán nuestros enemigos comunes; pero que si EEUU abandona Afganistán, es muy probable que las consecuencias sean funestas tanto para Afganistán como para los propios EEUU.
Si el presidente Ghani me hizo caso, nada consiguió. Las fuerzas de EEUU se están retirando de Afganistán a tiempo para el vigésimo aniversario de los ataques terroristas más letales de cuantos se han ejecutado en territorio norteamericano; ataques que fueron planeados por Al Qaeda, entonces como ahora huésped de honor del Talibán.
Quienes nos oponemos a la retirada reconocemos que las Administraciones estadounidenses, tanto republicanas como demócratas, han fracasado a la hora de desarrollar estrategias coherentes para Afganistán. No pretendemos que el Gobierno afgano sea un dechado de rectitud. Y no hay voces prominentes –ciertamente, no las de los generales McMaster, Petraeus y Keane– abogando por una mayor implicación estadounidense en la batalla en curso contra los yihadistas en dicho país.
Lo que estamos pidiendo es que no se repita el error que cometió el presidente Obama en Irak en 2011, cuando, ignorando el consejo de su gabinete de seguridad nacional de que mantuviera en el país un pequeño contingente de tropas, ordenó la salida de todas ellas.
Enseguida, de las cenizas de Al Qaeda en Irak emergió el Estado Islámico. Las milicias leales a la República Islámica de Irán cobraron fuerza.
Tres años después, Obama tuvo que mandar tropas de vuelta a Irak.
Quizá por eso, el presidente Biden parece ahora haber elegido la opción menos mala para Irak. Así, ha anunciado que la misión norteamericana de combate en ese país terminará a finales de año, pero que permanecerá un pequeño contingente para entrenar, asesorar y asistir a las fuerzas iraquíes que están eliminando al Estado Islámico. La presencia norteamericana servirá también para impedir que Teherán se sirva de proxies militares para controlar Irak de la misma forma en que ya controla el Líbano, Siria, el Yemen y Gaza.
Puede que Biden aún no vea que la opción menos mala para Irak lo es también para Afganistán: un pequeño contingente de tropas de élite que entrenen, asesoren, apoyen, suministren inteligencia y procuren apoyo aéreo a las fuerzas afganas que han venido reprimiendo exitosamente al Talibán y a Al Qaeda. (Sí, las informaciones sobre la muerte de Al Qaeda son como mínimo prematuras).
Hagamos cuentas. En el ápice del conflicto, allá por 2010, había unos 100.000 soldados norteamericanos en Afganistán. Para cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca, en 2017, ya sólo había 10.000. Y en febrero de este año había menos de 3.500.
Para entender lo modesto de ese compromiso, tengamos en cuenta que EEUU ha mantenido durante décadas unos 78.000 soldados en Japón y Corea del Sur. Tenemos otros miles de soldados en decenas de países; y los tenemos por razones de seguridad nacional, no por altruismo. (Por cierto, tras los disturbios del 6 de enero se desplegaron en Washington 25.000 soldados).
Como nos estamos retirando de Afganistán, nuestros aliados están haciendo lo mismo (unos 8.000 soldados), igual que 6.000 contratistas responsables de labores tan importantes como mantener operativos los aviones de la Fuerza Aérea afgana.
El dinero y la sangre que ha invertido EEUU en Afganistán no ha carecido de logros. Entre ellos se cuentan los siguientes:
1. Se ha impedido que Al Qaeda perpetre un nuevo ataque en territorio norteamericano.
2. El Talibán se ha visto confinado a las zonas rurales, igual que el Estado Islámico en Irak (aunque, cómo sorprenderse, en los últimos días los talibanes han conseguido hacerse con media docena de capitales de provincia).
3. En Kabul hay una nueva generación de afganos cultos y proamericanos en la que descuellan las mujeres.
Si el presidente Biden replicara el modelo iraquí de 2021, los talibanes no presumirían de haber derrotado a los poderosos Estados Unidos, como Jaled Seij Mohamed, cerebro de los ataques del 11-S, predijo. “Ganaremos”, le dijo a su interrogador en Guantánamo. “Sólo necesitamos luchar el tiempo suficiente para que os derrotéis retirándoos”.
En los próximos años, a EEUU le resultaría enormemente beneficioso en términos estratégicos disponer de una base en Afganistán. En la región Indo-Pacífico hay más de veinte organizaciones yihadistas/terroristas (sin contar Al Qaeda) que han de ser sometidas a vigilancia. La idea de que podemos cumplir esa misión con satélites y fuerzas desplegadas más allá del horizonte es ilusoria.
Y, por si no se han dado cuenta, la República Popular China, principal preocupación de EEUU en materia de seguridad nacional, está en el Indo Pacífico. ¿Dónde podemos tener una base aérea entre el Golfo y Asia que se pueda compararse a la que construimos en Bagram? Deshacerse de ese activo es una insensatez.
Finalmente: si los talibanes asesinan a miles de afganos –hombres y mujeres– por el crimen de haberse aliado con EEUU, ¿No supondrá una mancha indeleble para nuestra nación? De lo que no cabe duda es de que tendrá un efecto nocivo para futuros esfuerzos por encontrar socios que luchen a nuestro lado frente a enemigos comunes.
Por favor, no me cuenten que la comunidad internacional se alzará contra el Talibán. Ustedes no son tan ingenuos. Mientras, los americanófobos de Pekín, Moscú, Teherán, La Habana y Pyongyang exultarán. Y los yihadistas de todo el mundo se regocijarán… y reclutarán activos por doquier.
© Versión original (en inglés): FDD
© Versión en español: Revista El Medio
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