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| sábado noviembre 16, 2024

Todo lo que tenía que hacer Biden era… no hacer nada


Todo lo que tenía que hacer Joe Biden era no hacer nada. Si no hubiera hecho nada, Afganistán no habría caído en manos del Talibán. Si simplemente hubiera dejado que se mantuviera, el statu quo se habría mantenido. Afganistán seguiría avanzando muy lentamente y habríamos mantenido al Talibán apartado del poder con un pequeño contingente militar norteamericano que no ha sufrido una sola baja desde marzo de 2020. Diecisiete meses sin una muerte, sí. Ténganlo presente cuando vean al personal tratar de analizar la calamidad que se le ha venido encima al pueblo afgano. La idea que está vendiendo una izquierda cada vez más derrotista y una derecha cada vez más aislacionista es que lo que ha sucedido era inevitable. Pues no: es todo lo contrario de lo inevitable. Lo que ha sucedido no habría sucedido si Biden no hubiera actuado.

Y al actuar como lo ha hecho, Biden ha dejado la política exterior norteamericana en su peor estado desde que el último helicóptero en labores de evacuación levantó el vuelo hace 46 años. No estoy diciendo que en todo este tiempo no hayamos vivido momentos penosos. Obviamente, lo del caótico Irak de 2005-06 fue un desastre; y la revelación de que probablemente no existieran las armas de destrucción masiva que pensamos había fabricado Sadam entre el final de la primera guerra [del Golfo] y el inicio de la segunda fue un golpe tremendo.

Pero aquí tenemos a un presidente norteamericano que en abril anunció que nos retirábamos de un país para poner fin a una guerra en la que llevábamos años sin librar un combate convencional porque, al parecer, simplemente teníamos que hacerlo. Biden quería ser el que pusiera el punto final al conflicto, y lo hizo con amor maduro: el Ejército afgano iba a ser capaz de sostenerse por sí solo. Había llegado el momento de que el adolescente abandonara el hogar paterno, se fuera a un apartamento y pagara un alquiler.

Bien dicho. Pero asimismo Biden aseguró el mes pasado a los norteamericanos que no verían una reedición de Saigón 1975. Preguntado el día 7 sobre un posible paralelismo con el momento en que los helicópteros del Ejército evacuaron al personal de la embajada en Vietnam el 30 de abril de 1975, el presidente dijo: “Nada de eso. Ninguna posibilidad. El Talibán no es el Ejército de Vietnam del Sur, [digo] del Norte. No son, no son ni remotamente comparables en términos de capacidad. No se va a producir una circunstancia por la que vayamos a ver a gente evacuada desde el tejado de nuestra embajada”.

Treinta y seis días después de que dijera eso, hemos visto exactamente eso. Y lo auténticamente espantoso es que era totalmente previsible; de hecho, lo predijo todo el mundo. No sabíamos cuándo exactamente. Pero sí que iba a suceder. Y si nosotros lo sabíamos, ellos lo sabían. Y si no lo sabían es porque decidieron no saberlo. Y ahora tenemos a uno de los peores movimientos políticos del mundo recuperando un Gobierno del que lo desalojamos hace 20 años.

Ahora hemos quedado en evidencia no como un país que finalmente abandona una guerra en la que ya ni imagina vencer, como fue el caso en 1975. No. Ahora hemos quedado expuestos como un país presidido por un inútil que se niega a asumir las obvias consecuencias de una decisión que quiso tomar para que se le viera como un pacificador. La Historia le tendrá por muy otra cosa, peor y más lúgubre. Lo verdaderamente terrible para los afganos es que la Historia empezará a dictar su veredicto sobre Biden esta semana, mientras los talibanes empiezan a verter sus depravaciones sobre ellos y sobre su país, de cuya liberación nos enorgullecimos hace veinte años.

Para los Estados Unidos y su política exterior, esto es territorio no explorado. Ningún país ha hecho lo que acabamos de hacer en Afganistán. Ningún país ha decidido deliberadamente poner rumbo a su humillación cuando no había una demanda nacional de retirarse a toda costa. Después de todo, a nadie parecía importarle mucho Afganistán, salvo a los cientos de miles de norteamericanos que nos han ennoblecido con sus sacrificios y su heroísmo en los últimos 20 años. Fueron ellos los que volvieron a meter al genio del terrorismo islamista en su rancia botella y nos libraron de pesadillas, desastres y tragedias indecibles. Dios los bendiga. Ahora estamos en plena década de los 20 a merced de todo eso de lo que nos libraron.

© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio

 
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