Por Israel


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| sábado noviembre 16, 2024

Yo, de mayor, quiero ser anti-israelí


Es una vocación que me viene de dentro, como un rescoldo ancestral de viejas hogueras avivadas por mis antepasados, desde mucho antes que existiera ese país. Porque no hay nada mejor que saber, antes incluso de que pase algo malo, quíén es el culpable: ¡Israel!

Si hay guerra civil en Siria, pongamos un ejemplo, ¿creéis que es culpa de los dirigentes de las distintas facciones políticas y religiosas? No, es culpa de Israel. ¿Y la caída de Afganistán? Todo ha sido orquestado por Israel. Y no creáis que la perversidad de los judíos (uy, perdón, de los israelíes) sólo alcanza a los países de la zona. ¿De dónde viene la crisis económica que hemos vivido el último decenio sino de las manipulaciones de los banqueros israelíes? Claro: como ellos no comen ciertas cosas, pueden especular con los alimentos. Recuerdo haber leído hace un tiempo que estaban creando bases secretas en la Patagonia y la Antártida, fuera de la vista del mundo, donde acumulaban dichos alimentos que se conservaban como en una nevera natural pero sin gastar en electricidad (¡los muy avaros!). Y ahora que caigo, seguramente el derretimiento de los polos sea una consecuencia de las toneladas de carne de cerdo y productos lácteos mezclados con cárnicos (prohibidos por la “religión israelí”) allí acumulados.

¿Qué más pruebas hacen falta? En realidad, ninguna. Porque, como dice el insigne escritor español Antonio Gala, si les pasa lo que les pasa es porque “algo habrán hecho”. No hacen falta razones para ser anti-israelí. Aunque no olvidamos que han ofendido a dioses ajenos y propios (hay unos judíos buenos viviendo en Israel que están en contra de la existencia de ese estado porque ofende a su propio Dios), se han adueñado de instituciones como la corona sueca (que siempre les otorga premios Nobel), o la Casa Blanca, a la que controlan a través de una organización secreta llamada “El Lobby Judío”.

No sólo apuntan en una dirección, ya que antes tenían en su poder a los comunistas (a los que encumbraron y luego derribaron según su conveniencia) y ahora a la mayoría de los gobiernos europeos, a los que controlan por medio de complejas tecnologías implantadas en los teléfonos móviles o las redes sociales. Pero lo peor está por llegar: están a punto de someter al resto del planeta mediante esos minichips que nos inoculan en vena (que disfrazan de vacunas) para combatir una enfermedad que han creado pero paradójicamente no existe, y alterando el clima mundial, vaya uno a saber con qué ensalmos diabólicos en arameo.

Por encima de todo, no obstante, si algo realmente me inquieta y molesta personalmente es su ironía y sarcasmo a la hora de escribir editoriales como éste y mostrarnos en el espejo de estas palabras (tan reconfortantes como reveladoras) como si fuéramos unos simples antisemitas, racistas e ignorantes, de los de toda la vida.

 
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