No diremos nada original si recordamos que al llegar el nuevo año judío, el 5782 según el calendario hebreo, nos auguramos a nosotros mismos y nuestros seres queridos, lo mejor, salud, paz, felicidad, y bienestar. Es lo básico. Lo que permite al ser humano seguir adelante, desarrollarse, vivir como desea toda persona normal.
Lo queremos también para nuestra comunidad. En la vida judía, la interacción con el prójimo es clave. No sólo en la judía, claro está, pero lo destacamos aquí, al acercarse Rosh Hashaná, ya que inclusive para orar es necesario un grupo, el «minián» de diez hombres . ¿Habrá sido la intención garantizar que el individuo sepa que puede aprender siempre de otros, que tenga humildad, y sepa compartir?
Y para nuestro país- concepto con el que nos referimos tanto a Uruguay como a Israel-, para nuestro pueblo, para nuestra tierra, lo cual para muchos judíos significa un sentimiento de doble amor , hacia la tierra de sus antepasados, Israel, y la patria en la que nació. No se puede sentir dicha plena cuando el medio en el que uno vive no goza de lo mismo que quizás se alcanzó a nivel personal.
Y pensamos en ello estos días, al acercarse el nuevo año y luego, diez días más tarde, Iom Kipur, el Día del Perdón-en el que cada judío debe analizar lo hecho, los errores cometidos y la necesidad de pedir perdón y corregir- porque una simple mirada al mundo que nos rodea, estruja el corazón.
Miles tratan de huir de Afganistán sabiendo que la oscuridad pronto los envolverá, al volver al poder el fanatismo Talibán. Muchos seguramente ya han perdido la esperanza, al saber que se ha completado la retirada norteamericana y no tendrán cómo salir. Las escenas de días atrás de padres y madres pasando sus bebés entre manos desconocidas para que lleguen a los soldados estadounidenses con el pedido de salvarlos, pensando que quizás nunca más podrían verlos, eran desgarradoras. Esas y tantas más, en otros lares.
Es tanto lo que tiene que cambiar para que se cumpla para todos, sea cual sea el credo de cada uno, el augurio que tanto nos diremos estos días entre nosotros los judíos: «shaná tová».
Claro que nunca habrá un cambio de fondo, mientras la actitud siga siendo tan superficial como la reacción ante una foto que conmueve, olvidando otros muchos miles de tragedias que tuvieron la mala suerte de no toparse nunca con una cámara en el momento justo.
Los judíos lo sabemos bien, porque recordamos-los que lo vivieron personalmente y los que sólo lo oyeron de sobrevivientes o lo leyeron en libros de historia- lo que la indiferencia hizo posible hace solo aproximadamente ocho décadas.
Y ahora, de cara al nuevo año 5782 que comienza hoy lunes al anochecer, esperamos que no falte nada en nuestra mesa, ni en la de nuestros hermanos, vecinos y desconocidos, judíos o no. Que todos tengan un año bueno y dulce, shaná tová umetuká, os judíos que estaremos celebrando Rosh Hashaná y todos aquellos que no lo son. Se lo deseamos a toda la gente de buena voluntad. A los que quieren dedicar su vida a construir y desarrollar, no a matar y dañar. A los que buscan formas de salvar diferencias y no de perpetuar conflictos.
Habrá sin duda quienes celebren la fiesta, acompañados en sus mesas de fuerte ausencias que ya no volverán físicamente, pero que de hecho, nunca desaparecen. Con disculpas por la mención personal-que nos permitimos porque sigue teniendo una dimensión pública por el Semanario Hebreo que fundó hace 60 años- nosotros recordaremos a papá, de bendita memoria. Lo recordaremos como siempre, a la cabeza de la mesa-aunque solía decir que la cabecera está donde cada uno se sienta- con el sidur, el libro de oración en la mano, sonriente al ver a toda la familia reunida, feliz como judío del privilegio de celebrar otra vez las fiestas, juntos, un eslabón más en la continuidad de generación en generación.
!Shaná Tová para todos!
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