En la edición del viernes pasado del periódico israelí Yedioth Ahronoth, un ex agente de la CIA, Ali Soufan, narró que Al Qaeda tenía planificado perpetrar ataques contra discotecas y locales nocturnos en Israel en 2002, y que esperaban asesinar por lo menos 200 personas. Esto lo confesó a la CIA un terrorista palestino que pertenecía al grupo de Bin Laden, y así se pudo impedir una nueva matanza, justo un año después del 11 de setiembre. El palestino, Abu Zubaydah había sido capturado en Pakistán. La confesión de Zubaydah demostró una vez más de qué forma se maneja el adoctrinamiento en Medio Oriente. El terrorista no consideró que Estados Unidos podía haberlo hallado por sus medios, sino que fue muy tajante al señalar que si lo habían encontrado había sido porque Israel estaba o cerca o dentro de todos los servicios de espionaje que perseguían a Bin Laden.
Los hechos del presente corroboran lo que informó el agente de la CIA. El vocero de los talibanes Suhail Shaheen dijo esta semana que su gobierno está dispuesto a conversar y mantener relacionamiento con Estados Unidos y muchos países más, pero no con Israel. Uno se puede preguntar para qué necesita Israel tener relaciones con un grupo medioeval. Sin embargo, periodistas del diario Jerusalem Post creen que hay que analizar esto dentro de un contexto. La mayoría de los países que no tienen ni quieren tener relaciones con Israel son en su mayoría musulmanes. Hay otros, por supuesto, como Venezuela y Cuba. En general manejan un principio que a la larga los hechos en el terreno demuestran que están mintiendo. Tienen en común odio religioso y antisemitismo visceral, pero cuando agregan a eso que lo hacen por solidaridad con los palestinos, allí faltan a la verdad. ¿Qué han hecho por los palestinos Pakistán, Malasia, Venezuela?. Hablar y prometer. Bahrein, Emiratos, Egipto, Jordania han roto esa malla falsa, tienen relaciones con Israel y dejaron de comprar el relato palestino hace un rato.
Los talibanes en realidad han seguido un patrón de conducta que nace en 1948, cuando la Liga Árabe no sólo rechazó el derecho de Israel de existir sino que comenzó a trabajar duramente (y sigue obviamente hasta hoy) para que Israel no pudiese permanecer en foros y organismos internacionales, y si está, entonces presionar como sea para que se inventen condenas sin pausa contra Israel.
En este mes de setiembre se cumplen 20 años de la Conferencia Mundial contra el Racismo que tuvo lugar en Durban. Las reuniones previas de las ONG ya demostraron entonces lo que se podía esperar después de los Estados. Las ONG agredieron de hecho y de palabra a las ONG judías que habíamos concurrido con la ingenua ensoñación de que se iba por fin a hacer algo contra el racismo. En ese contexto, un festival de agresiones antisemitas llevó a que las ONG judías tuvieran que retirarse. Nada positivo había allí, sólo odio. No eran coros que sólo gritaban contra el “racismo en Israel”, sino aullidos feroces que se habían escuchado en Alemania y el resto de Europa 60 y 70 años antes. Y cuando se llegó a la reunión entre Estados fue igual o peor. Israel fue acusado de racista y se retiró. Estados Unidos también se retiró.
¿Qué ganaron los palestinos y los países musulmanes, africanos y latinoamericanos que acompañaron esa reunión internacional hace dos décadas? Mantener vigente un antisemitismo constante, lo cual no necesitamos explicar porque cada uno lo vive en distintas formas en su país, y acentuar la agresión internacional. En este contexto, las Naciones Unidas siguieron respondiendo en el tono que surgió de Durban y hoy, aunque en sus foros generan permanente antisemitismo, el Consejo de DDHH, el Consejo de Seguridad, y la propia Asamblea General, son a la larga nombres pomposos y realidades sin contenido ni fuerza.
La tendencia sin embargo se mitiga un poco con la apertura de relaciones de una parte del mundo musulmán con Israel. No es suficiente para combatir ni la banalización del mal capaz de justificar a un grupo terrorista en el Consejo de DDHH, ni para impedir la constancia de Irán para armar a Hamas y a Hezbollah y mantener latente que el Medio Oriente es zona de conflicto.
Pero hay otras muestras de antisemitismo que a muchos suele sorprender. Por ejemplo, Malasia. Está lejos de Israel, nunca se enfrentaron en conflicto alguno. Sin embargo, la historia de antisemitismo de Malasia es asombrosa. Su gran líder Mahathir Mohammed niega el Holocausto, da charlas sobre el “dominio mundial judío” en cuanto lugar lo invitan, y ha insultado públicamente al pueblo judío en actos públicos usando el lenguaje de Hitler, Goebbels y los nazis en general. Hamas ha sido recibido en Malasia, y Mohammed ha reiterado en Conferencias de organizaciones islámicas que “los judíos dominan el mundo”, y nadie, absolutamente nadie, le ha hecho observación alguna. Malasia no enfrenta a Israel por discrepancias políticas, lo hace por odio antisemita. Si Libia, Yemen, Somalia, el organizador del Mundial de fútbol Qatar, Pakistán, Malasia, actúan de esa manera, es lógico que los talibanes sigan esa línea. Ese odio fue incentivado en Durban hace 20 años y volverá a ser incentivado este mes cuando la Asamblea General haga una reunión especial para celebrar los “avances en la lucha contra el racismo”. No podrá inventar avances que no existen y otra vez será una suerte de lanzador de otra andanada de antisemitismo. Por eso ya once países han anunciado que no acompañarán la farsa y no serán cómplices del desmantelamiento ético y moral de la Asamblea General: Países Bajos, Austria, Hungría, República Checa, Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Canadá, Israel, Francia, Alemania.
Tres días después que terminara la Conferencia de Durban el 11 de setiembre de 2001, Al Qaeda atacaba a Estados Unidos en su territorio, destruyendo las Torres Gemelas y estrellando aviones también contra el Pentágono y la Casa Blanca Aquellos polvos han arrastrado los lodos de hoy. Al Qaeda y otros grupos terroristas vuelven a tener poder, armas y un país como Afganistán, a sus pies. No se trata de recordar aniversarios porque sí. Se trata de enfrentar el menú terrorista. Dos décadas después, el hecho que se hayan encontrado estos días, restos de dos víctimas que sucumbieron en las Torres Gemelas es muy simbólico. Especialmente cuando la ONU mira hoy como recibir a los Talibanes y no parecer el Titanic. Pero si repiten la ordalía de Durban 2001 en la Asamblea General de este mes, el futuro será el pasado, o sea, de lo que se alimentan las dictaduras y de lo que se alejan los que quieren desarrollo y paz.
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