Este martes, un ómnibus de pasajeros fue apedreado por palestinos junto a la Ciudad Vieja de Jerusalem y por milagro no murió nadie. El conductor gritó a los pasajeros, unos 15 en el momento del ataque, que se agachen, y comentó que parecía una guerra.
Y esto me recordó otro escenario.
Me recordó el temor que sentí muchas veces, inclusive cuando viajaba en mi auto y no en ómnibus, en los años de recurrentes atentados con bomba por Israel, si me tenía que detener en un semáforo junto a un bus. Recuerdo aún ese miedo físico al pensar, cuando me detenía entonces junto a un ómnibus, que no me salvaría aún estando en mi auto, que la explosión dentro del bus-uno de los blancos preferidos de los terroristas-me alcanzaría igual.
Por eso decidí convertir un reporte de radio que hice el año pasado a “Onda Cero” de España en una nota escrita para compartir aquí. La editora del programa “Latitud Cero” de la radio-de la que soy corresponsal hace casi 30 años- nos pidió a los cronistas en diferentes partes del mundo, sugerencias para una serie sobre profesiones o trabajos arriesgados. Yo, como corresponsal en Israel, sugerí la historia de los choferes de ómnibus de pasajeros que durante años arriesgaban su vida todos los días, al iniciar sus jornadas de trabajo y sentarse detrás del volante.
Mi querida Esther Turu aceptó el tema y yo salí a entrevistar. Me encontré con Igal Shajar, hoy retirado desde hace ya más de 40 años como conductor de la empresa de autobuses Dan. Lo entrevisté precisamente viajando en ómnibus.
Este fue el resultado.
Nos subimos al autobús número 3 en la ciudad de Holon, ubicada al sur de Tel Aviv. Al volante estaba Oved, colega de Igal, ex compañero de trabajo, consciente de que el peligro no ha desaparecido tampoco hoy.
“Siempre hay que estar alerta y tener algo de miedo, hay que abrir bien los ojos”, nos decía, y en aquella nota se oía su voz, con el ruido de fondo de pasajeros subiendo. Oved nos aclaró que en su ómnibus nunca había habido un atentado, quizás por azar o por su rápida reacción.
“Tuve un caso en el que en un día de calor, un hombre esperaba en la parada para subir, exageradamente abrigado. No le paré, seguí de largo”, recordó. En los códigos israelíes , el abrigo exagerado podía significa que ocultaba un cinturón explosivo debajo de la ropa. “Mi responsabilidad de cuidar a los que ya iban en el bus era mayor que la de llevar a los que quedaron sin subir. Luego, claro, informé a la policía sobre ese sospechoso”.
Igal escuchaba a su amigo y asentía. Mientras subían pasajeros, hoy más tranquilos que en los años en los que casi diariamente había una explosión, recuerda las reacciones de los pasajeros. “ Cuando subía alguien que parecía demasiado abrigado , la gente se alejaba de él y si se sentaba en la primera fila, todo el autobús se pasaba para atrás, o la gente se bajaba, por miedo”, nos dice. “No se puede frenar a un terrorista que se quiere suicidar matando. Entonces lo que me restaba pensar era que ojalá no se suba a mi autobús. Yo quería volver a casa en paz”.
No todos lo lograron .Y para recordarlo con nombre y apellido, Igal me llevó al cementerio en el que está sepultado uno de sus tres compañeros de trabajo muertos en atentados.
“Salah Ovadia, que conducía el autobús número 5 que estalló en la calle Dizengoff de Tel Aviv y en el que hubo numerosos muertos, fue el primer atentado en Tel Aviv dentro de un bus, algo que estremeció a todo el país”, recuerda Igal.
Él estaba a sólo cien metros del autobús y vio la explosión. Nos muestra la tumba de su amigo y a uno o dos metros de ella, una tumba colectiva con los restos que no pudieron ser identificados, de los 22 civiles muertos en la explosión. Fue el primer atentado con bomba en un bus en Israel, perpetrado el 19 de octubre de 1994. El primero de muchos, aclara Igal. “A pesar de eso, junto al temor se sigue adelante. ¿Por qué? Porque nos aferramos a la vida. Esa es la única explicación”.
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