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| viernes noviembre 15, 2024

VAIEJI 5782


B’H

Génesis 47:28-50:26

Iaakov vive los últimos 17 años de su vida en Egipto. Antes de fallecer, pide a Iosef que jure que lo enterrará en la Tierra Santa. Luego bendice a los dos hijos de Iosef, Menashe y Efraim, elevándolos al nivel de sus propios hijos, como progenitores de tribus en la nación de Israel.

El patriarca desea revelar el final de los días a sus hijos, pero es impedido por Di-s. Iaakov bendice a sus hijos, asignando a cada uno su rol como tribu: Iehuda producirá líderes, legisladores y reyes; los sacerdotes provendrán de Levi, sabios de Isajar, navegantes de Zvulún, maestros de escuela de Shimón, soldados de Gad, jueces de Dan y cosechadores de olivas de Asher. Reubén es advertido por haber «confundido el matrimonio de su padre»; Shimón y Levi por la masacre de Shjem y el plan contra Iosef. Naftalí es dotado con la velocidad de un ciervo, Biniamin con la ferocidad del lobo y Iosef es bendecido con belleza y fertilidad.

Una gran procesión funeraria consistente en los descendientes de Iaakov, ministros del Faraón, los ciudadanos más ilustres de Egipto y la caballería Egipcia acompañan a Iaakov en su último viaje a la Tierra Santa, donde es enterrado en la Cueva de Majpelá en Hebrón.

Iosef también fallece en Egipto, a los 110 años. Él también ordena que sus huesos sean llevados de Egipto a la Tierra Santa, pero esto ocurriría sólo con el éxodo de los Israelitas de Egipto, muchos años después. Antes de morir, Iosef deja a los Hijos de Israel el testamento del cual tomarán esperanza y fe en los difíciles años venideros: «Di-s seguramente los recordará, y te elevará fuera de esta tierra, a la tierra que prometió a Avraham, Itzjak y Iaakov».

 

La vida nunca termina

Por Itzjak Meir Kagan

Cuando Iaakov terminó de encargar estas cosas a sus hijos, recogió sus pies en la cama y expiró, y fue reunido a su pueblo. (Génesis 49:33).

La Torá no dice “murió”, y los sabios afirman: “Nuestro padre Iaakov no murió… así como sus hijos están vivos, él también lo está”.

¿Qué conforma las bases del amor y la comunión entre dos amigos cercanos, entre marido y mujer o entre un niño y su padre? No es el cuerpo físico: la carne, los huesos y las entrañas, sino las características del espíritu lo que constituye la verdadera esencia del hombre. Es tan sólo que el hombre se comunica con sus pares a través del cuerpo y sus miembros. A través de sus ojos, oídos, manos, órganos del habla, etc., el hombre expresa sus pensamientos, sus sentimientos y las características de su espíritu, y (por supuesto) son estas cosas, no las herramientas corporales de expresión, las que constituyen su verdadera esencia y su ser.

Se deduce que en el Mundo de la Verdad (el más allá espiritual) el alma del difunto experimenta un placer particular al ver a los miembros de su familia recuperarse de la tragedia, volver en sí, hacer todos los esfuerzos posibles por poner sus vidas en orden y ser una fuente de inspiración y de valor para otros.

Una bala, un proyectil o una enfermedad pueden dañar el cuerpo, pero no pueden afectar el alma. Pueden causar la muerte, pero la muerte no es más que la separación del alma y el cuerpo. El alma sigue viva (por la eternidad); mantiene su conexión con la familia, en especial con los que fueron más queridos y amados. Comparte las angustias y las alegrías de la familia. Es sólo que los miembros de la familia, que están vivos en el mundo terrenal, no pueden ver la reacción del alma con sus ojos materiales, ni pueden tocarla ni sentirla con sus manos, porque la conexión física se ha perdido.

El alma del difunto experimenta una satisfacción particular al ver que sus hijos son criados en el espíritu apropiado de la Torá, libres de cualquier sentimiento de angustia o depresión, Di-s no lo permita, sino en cambio (como dice la expresión tradicional) “criados para la Torá, el matrimonio y las buenas acciones”.

De una carta del Rebe para una viuda de guerra de Israel (www.es.chabad.org)

 

La bendición de los hijos

Por Elisha Greenbaum

Incluso el mejor de los niños en el mejor de los tiempos a veces necesita un poco de disciplina. Un reciente viaje por la carretera, en donde los tiempos de la comida se habían retrasado, transformó el humor de mi hijo de cuatro años. Olvidando el llanto el cual podíamos controlar, cuando insistió en correr demasiado cerca del borde del muelle, no tuve más remedio que levantarlo y llevarlo de nuevo al coche.

Digamos que no lo había tomado tan amablemente el repentino cambio de planes.

Parcialmente ensordecidos por sus gritos y luchando en agarrarle sus brazos y piernas, todo lo que pude ver en mi caminata por el muelle fueron las miradas de un pequeño grupo de pescadores que se encontraban en mi camino hacia la disciplina.

Se veían tan cómodos y sin preocupaciones. Bronceados por el sol, con la botella de cerveza fría al lado de sus cañas de pescar. No pude dejar de reflexionar sobre la discrepancia entre mi experiencia de vacaciones y la de ellos.

Mientras luchaba para pasar por allí, todos se dieron vuelta a la misma vez para verme.

Teniendo la paciencia casi agotada, y sintiéndome un poco avergonzado por su atención, pregunté: ¿alguno tiene hijos?, y todos respondieron felices “no”.

“¿Quieren uno?”, pregunté luego, señalando al paquete que llevaba en mis brazos.

Obviamente estaba bromeando, ya que no cambiaría a mis hijos por nada. Sin embargo, no podía dejar de pensar en la respuesta unánime de rechazo que recibí de los pescaderos. Claramente no tenían idea de lo que se estaban perdiendo.

Algunas personas simplemente no aprecian la bendición que traen los hijos. Muchos esperan a que las cosas se pongan serias para poder empezar a armar una familia.

Pero, ¿quién dijo que cuando estés listo para la bendición de Di-s, Él los mandará tan libremente? He tenido varias conversaciones con personas que comparten su desilusión por no haber comenzado una familia antes. Ahora se arrepienten, pero ya es tarde.

Cualquier otro placer se hace insignificante cuando se compara con el privilegio de tener hijos.

Cuando nuestro ancestro Iaakov se dio cuenta que su vida estaba llegando al final, convocó a su hijo Iosef, y a sus nietos a que se acercaran.

Y él bendijo a Iosef y dijo: “El Di-s el cual mis padres, Abraham e Itzjak caminaron, el Di-s que me sostuvo todo el tiempo de mi vida, que sea el ángel que me liberó de todo mal, el que bendiga a estos jóvenes (Génesis 48:16-17)

Parece no tener sentido. Iaakov comenzó prometiendo bendecir a Iosef, pero de la continuación de la bendición parece que ignoró completamente a su hijo y se concentró en sus nietos. Seguro que Iosef tenía una razón para quejarse. ¿En dónde estaba su bendición prometida?

Pero ningún padre preguntaría eso. Cuando Iaakov bendijo a los hijos de Iosef, él también se sintió bendecido.

Los hijos son un regalo de Di-s, y cada uno es otro regalo de nuestro amado Padre en el Cielo. Nadie puede prometer que no se van a portar mal en público, o que la decisión de tener hijos no te va a interrumpir mientras te sientas a pescar. Pueden ser caros, pero valen la pena.

Puede que no sea la forma más sencilla o confortable de vivir, pero tener el privilegio de criar a los hijos de Di-s, es la mayor bendición que uno puede aspirar. (www.es.chabad.org)

 

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