B’H
Éxodo 6:2-9:35
Di-s se revela a Moshe. Utilizando las «cuatro expresiones de redención», El promete sacar a los Hijos de Israel de Egipto, redimirlos de su servidumbre, para después adquirirlos como Su pueblo elegido en el Monte Sinaí; luego Él los llevaría a la tierra que le prometió a los Patriarcas como su eterno legado.
Moshe y Aarón hablan con el Faraón repetidas veces para demandarle, en nombre de Di-s, «Deja salir a Mi pueblo, para que me sirvan en el desierto». El Faraón se niega en cada ocasión. El bastón de Aarón se vuelve una serpiente y se traga los bastones mágicos de los brujos egipcios. Di-s envía una serie de plagas sobre Egipto.
Las aguas del río Nilo se vuelven sangre; una plaga de ranas azota la tierra; piojos infestan todos los hombres y bestias; hordas de animales salvajes invaden las ciudades; la peste mata a los animales domésticos; dolorosas ampollas afligen a los egipcios. Para la séptima plaga, fuego y hielo se combinan para descender del cielo como una lluvia devastadora. Aún, «el corazón del Faraón se endureció y no dejaba a los Hijos de Israel ir, como Di-s había dicho a Moshe».
¿Cuántos años estuvieron los judíos en Egipto?
Por Chani Benjaminson
Pregunta:
Durante el Seder de Pesaj leemos que Di-s le dijo a Abraham que sus descendientes estarían en Egipto por cuatrocientos años. Pero por lo que yo entiendo, los israelitas estuvieron en Egipto apenas poco más de doscientos años. Seguramente Di-s no se confundió cuando decretó cuatrocientos años de exilio. Debe haber una explicación para esto. ¿Podría usted proveerme una respuesta?
Respuesta:
Sin duda, Di-s predijo cuatrocientos años de exilio. Durante el pacto, Di-s le dijo a Abraham: “(…) has de saber que tu simiente será extranjera en una tierra que no será suya y la servirá. Y martirizarán (a tu simiente) durante cuatrocientos años”. Sin embargo, se calcula que los años que el pueblo estuvo en Egipto fueron muchos menos que los aquí mencionados.
Nuestros sabios explican que la cuenta de los 400 años comenzó con el nacimiento de Itzjak. La promesa de Di-s no se refiere a Egipto específicamente, sino a “una tierra que no será suya”. Tan pronto como Abraham tuvo un hijo, su descendencia se vio forzada a vivir en tierras ajenas, incluyendo Canaán la cual no era “de ellos” en ese momento.
Itzjak tenía sesenta años cuando Iaakov nació, y a su vez Iaakov tenía 130 años cuando descendió a Egipto. Esto significa que transcurrieron 190 años de esos 400 antes de que los israelitas llegaran a Egipto, lo que significaría que el pueblo estuvo allí unos 210 años.
Resulta interesante destacar que cuando Iaakov instruyó por primera vez a sus hijos para que descendieran a Egipto, les dijo “(…) bajad («רדו») pues allí y comprad la (comida)”. ¡El valor numérico de las letras que conforman la palabra «רדו» (“redu” descender) es exactamente 210! (www.es.chabad.org)
Cuando las cosas no salen como quieres
Por Eliezer Shemtov
¿Qué te pasa cuando las cosas no salen como a ti te hubiera gustado? ¿Te sientes mal? ¿Fracasado? ¿Desganado?
Esa reacción es natural. A la gente le gusta cuando las cosas salen como a ellos les gusta. Dándole una vuelta de tuerca más, uno se culpe a sí mismo cuando las cosas salen mal. “Si hubiera hecho tal o cual cosa, no pasaría esto.” “Si no fuera tan idiota…”
¿Cómo se hace para combatir dichas actitudes debilitantes y sentirse hasta empoderado y motivado por la adversidad y los fracasos personales?
Hablemos hoy de la humildad y la arrogancia, personificadas por Moisés y el faraón, los dos personajes centrales de la lectura de esta semana, Vaerá.
Los dos reaccionaron de maneras totalmente diferentes ante la adversidad. El uno con cada vez mayor sensibilidad y el otro con cada vez mayor insensibilidad. Moisés con su humildad salió triunfante y el faraón con su arrogancia y actitud de invencibilidad terminó derrotado.
A primera vista parecería que la arrogancia es sinónima de fuerza y la humildad de debilidad y en una contienda entre las dos, ganaría la arrogancia. No es así. Para nada. La arrogancia no tiene nada que ver con la auto estima alta y la humildad nada tiene que ver con un complejo de inferioridad. Es todo lo contrario. La arrogancia viene de una necesidad de proyectar fuerza para protegerse contra una sensación de debilidad y vacío interior, mientras que la humildad viene de una fortaleza interior que desafía al individuo a utilizar sus dones de la mejor manera. El arrogante cree que es superior, mientras que el humilde —que a la vez puede ser orgulloso— siente que lo que tiene es superior. El arrogante siente que no debe nada a nadie; al contrario: todos deben todo a él. El humilde siente que dado que tiene algo que los demás no tienen tiene un mayor deber hacia ellos que lo que tienen hacia él.
Esta diferencia de perspectiva desemboca también en actitudes personales muy diferentes. En referencia a los justos —que suelen también ser humildes—el rey Salomón afirma que “El justo caerá siete veces y se levantará”. En cuanto a los malvados —que suelen también ser arrogantes— encontramos que “los malvados están llenos de arrepentimientos”. A primera vista parecerían muy similares, tanto los justos como los malvados caen, se arrepientan. Pero en realidad hay una gran diferencia. El justo cae y se levanta, mientras que el malvado se levanta y eventualmente cae, en última instancia —si tiene suerte— se arrepienta de su conducta.
El malvado, el arrogante, se desmorona ante una situación que pone en relieve su debilidad o defecto, ya que entiende que es o debería ser perfecto e intachable. El justo, el humilde, no se asusta de sus defectos y debilidades, las ve como desafíos y misiones que Di-s le puso en el camino. Si se topa con un fracaso o una dificultad no es para deprimirse, todo lo contrario: es una señal clara de lo que debe hacer de aquí en más, el desafío puesto en su camino es prueba de que tiene las fuerzas necesarias como para superarla. No está en su camino para negarlo sino para reafirmarlo.
Moisés, al toparse con la adversidad buscó su causa, propósito y sentido y al encontrarlos le dio motivación y alegría, un propósito de vida, por más difícil que parecía ser. El faraón, por otro lado, creyó que todo lo que tenía era producto de su omnipotencia. No debía nada a nadie “No conozco a Di-s”, afirmó cuando Moisés le vino a transmitir lo que él debía hacer. Las dificultades y limitaciones no las soportaba. No encajaban dentro de su perspectiva de que era perfecto y omnipotente.
Al final, el “omnipotente” faraón perdió todo. Por más de que era rey y tenía todo, no tenía nada, ya que lo que el hombre más necesita es un sentido, propósito y razón de ser más allá de sus intereses y satisfacciones personales, inmediatas y efímeras. La vida y el legado de Moshé, en cambio, siguen siendo vigentes hasta el día de hoy.
Así que la herramienta de esta semana es: no te asustes de los desafíos. Cuanto más difíciles son, tanto más reafirma las fuerzas que tienes. Di-s no crea nada en vano, incluyendo cada coyuntura que te toca vivir. La arrogancia viene por lo que no tienes, la humildad viene por lo que sí tienes. (www.es.chabad.org)
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