Como sudafricano negro y miembro del Congreso Nacional Africano (CNA), he oído frecuentemente la acusación de que Israel es un Estado que practica el apartheid, y que por lo tanto una solución justa al conflicto israelo-palestino tendría que basarse en un único Estado de Palestina entre el Mediterráneo y el Jordán.
Recientemente viajé a Israel y a la Margen Occidental con el fin de entender los problemas y las perspectivas de resolución del conflicto. El viaje me animó a reflexionar sobre las sugerencias formuladas por algunas secciones del movimiento de solidaridad con Palestina –en particular las que defienden el boicot, las desinversiones y las sanciones (BDS) contra Israel– según las cuales es posible crear un único país con Israel y Palestina sobre la base de una solución “un Estado”, como el que creamos aquí en Sudáfrica. Aunque los partidarios de esta solución afirman que es democrática, el rechazo a un Estado judío es en realidad una forma moderna de institucionalizar el antisemitismo.
Lo primero y más importante es que mi visita a la región me confirmó que no hay una semejanza sustantiva entre el Estado de Israel y la antiguo Sudáfrica del apartheid.
Yo crecí bajo el apartheid. Vi cómo humillaban a mis padres bajo el apartheid. Las heridas siguen abiertas hasta el día de hoy, están fuertemente incrustadas en la psique de mi pueblo. Pues bien, al considerar qué implica una solución justa al conflicto israelo-palestino rechazo tanto el análisis de que Israel practica el apartheid como la exigencia de desmantelar Israel y sustituirlo por un único Estado de Palestina.
Diríase que quienes comparan el Estado de Israel con la Sudáfrica del apartheid no entienden los fundamentos del apartheid, ni los han vivido. Déjenme explicarles.
Yo crecí en Sudáfrica en un tiempo en el que había un control estructurado, impuesto por el Estado, de las vidas de los negros. El régimen creó condiciones exclusivas para los negros. Deliberadamente, el colonialismo y el apartheid convirtieron la pobreza, la formación deficiente, la desposesión y la mano de obra barata en parte de lo que significaba ser negro. Bajo el apartheid, nuestro estatus legal era el de gente inferior.
Sudáfrica fue dividida en dos mundos distintos: uno blanco y rico y otro negro y pobre. Las minas, fábricas y granjas dependían de una clase trabajadora negra forzada por la legislación a desempeñar esas labores. En consecuencia, las empresas de propiedad blanca no dudaban en dar su apoyo a un Gobierno racista que negaba el voto a los negros, porque amasaban pingües beneficios y pagaban a sus trabajadores salarios artificialmente reducidos.
Los negros vivían en poblados de chabolas y arrabales, y los blancos en confortables zonas residenciales. Los negros ganaban lo justo para sobrevivir y los blancos eran sus amos. La doncella negra cuidaba de los hijos del señor en las urbanizaciones, y sólo veía a los suyos una o dos veces al año. El guardia de seguridad negro que vigilaba las ricas zonas blancas para el bienestar de los blancos tenía que regresar a los violentos arrabales negros después de cada jornada. Eso era el apartheid, y todo lo que representaba.
Recuerdo las humillaciones a las que eran sometidos mis padres, y veía la persecución de nuestros líderes políticos en las noticias. Se me hizo muy difícil seguir hablando de ello sin hacer algo al respecto. Así que me uní al movimiento de liberación, el CNA, para terminar con la humillación de nuestros padres y el sufrimiento de los niños negros.
Fui elegido presidente de la Liga Comunista Juvenil, las juventudes del influyente Partido Comunista Sudafricano. Al ingresar en la facultad de Derecho de la Universidad de Witwatersrand, fui elegido para el Congreso Estudiantil Sudafricano, como presidente de la Liga Juvenil del CNA.
En esa época defendíamos un programa económico radical de reparaciones y expropiación de tierras, así como la nacionalización de los recursos minerales, con el fin de expandir la economía y revertir el legado del apartheid. También fue entonces cuando me uní al movimiento BDS, con similar entusiasmo.
Sin embargo, después de visitar Israel, mis posturas sobre el BDS han cambiado drásticamente. Ya no participo en él, y no creo que sea una causa legítima.
© Versión original (en inglés): The Tower
© Versión en español: Revista El Medio
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