En Arabia Saudí andan celebrando hoy el Día de la Fundación, fiesta de nuevo cuño que puede fundar una nueva era como presidida por el lema Más nación, menos religión. El cambio, en la Península Arábiga, en el mundo árabe, en el mundo musulmán, en el mundo entero, puede ser sensacional.
Con el Día de la Fundación, el rey Salmán ben Abdulaziz (SbA) y su hijo y gobernante de facto Mohamed ben Salmán (MbS) están institucionalizando una reescritura o revisión de la Historia que ensalza el perfil del guerrero Mohamed ben Saúd, fundador de su estirpe, y rebaja el de su gran aliado, el clérigo Mohamed ben Abdul Wahab, padre del wahabismo, la versión fundamentalista del islam que rige en Riad –y que Riad ha esparcido por todo el planeta con munificencia descomunal–. El Día de la Fundación conmemora la instauración del primer Estado saudí y desplaza el centro de gravedad de la historia del Reino de 1745 a 1727. El cambio no puede ser más determinante desde el punto de vista simbólico. La explicación corre por cuenta de Simon Henderson, autor de una muy interesante trilogía sobre la Familia Real saudí (aquí, aquí y aquí):
Durante muchos años, los académicos han descrito los orígenes históricos de Arabia Saudí en términos de una alianza entre un líder tribal llamado Mohamed ben Saúd, que tenía sus dominios en la localidad de Diriyah, en la Arabia central, y un predicador islámico llamado Mohamed ben Abdul Wahab que buscó refugio [allí] en 1745 tras abandonar las aldeas del entorno por predicar una ortodoxia islámica crítica con las prácticas locales. Estos dos hombres se convirtieron en aliados e idearon un plan que combinaba el liderazgo tribal y la pericia en el combate de Ben Saúd con el celo religioso de Abdul Wahab para conquistar y purificar Arabia por medio de una yihad. Esa relación se reforzó con matrimonios interfamiliares como el que unió al propio Mohamed ben Saúd con una de las hijas de Abdul Wahab. La alianza se juzgó como el inicio de lo que llegó a conocerse como el primer Estado saudí.
Pero ahora, según un decreto emitido por el rey Salmán el 27 de enero, se ha declarado que el primer Estado saudí se fundó en 1727, dieciocho años antes de que Abdul Wahab huyera a Diriyah. 1727 fue el año en que Mohamed ben Saúd se hizo con el liderazgo local, tras la muerte de su padre, Saúd ben Mohamed.
Esta modificación histórica de la Historia de Arabia Saudí se produce en un momento de cambio frenético en el Reino, que dejó a Richard Goldberg –de la Foundation for Defense of Democracies– estupefacto el año pasado, cuando volvió a los dominios de SbA y MbS tras una ausencia de apenas tres y vio a las grúas compitiendo con el legendario halcón por ser el ave nacional de referencia, a tantos saudíes trabajando (= desenganchándose del subsidio petrolero), a tantas mujeres conduciendo (y trabajando: en sólo dos años –2018-2020–, su presencia en el mundo laboral se disparó del 20 al 33%)… y a la tétrica y odiosa Mutawa en retirada:
¿Qué pasa con la policía religiosa?, le pregunté a un funcionario. Ya no patrulla las calles, me dijo. Por orden de Ben Salmán.
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En la nacionalización de la nación, Arabia Saudí no está sola. También aquí, también en esto, tiene a Emiratos de su lado y hasta ejerciendo de explorador o pionero. “No es casualidad que el primer acuerdo de paz firmado por Israel desde hace décadas haya sido con Emiratos”, escribió el profesor Ed Husain en Mosaic en agosto de 2020, al calor de la firma de los trascendentales Acuerdos de Abraham, que buscan normalizar las relaciones de Israel con el mundo árabe-musulmán.
“Estamos ante un cambio existencial en la mentalidad musulmana”, proclamó Husain, musulmán británico, en ese artículo escrito para esa muy influyente publicación de la judería norteamericana. “Los Emiratos están abriendo una senda que aparte a los árabes y a los musulmanes de la disfuncional pero ampliamente popular ideología de la denominada ummah”, la comunidad de los creyentes, que concibe el mundo islámico como un bloque monolítico a la espera de un nuevo califa que materialice la versión musulmana del Ein Volk, Ein Reich, Ein Führer de la antaño admirada y aliada Alemania nazi, y les lleve a apostar decididamente por “honrar las fronteras y fortalecer las soberanías nacionales”, lo que les llevaría a desechar también el “globalismo”, tachado igualmente de “disfuncional”.
Y aquí el referente sería… Israel, “el primer Estado-nación” de la Antigüedad pero también o sobre todo gran paradigma de esa Modernidad que ha visto a Dubái florecer en el desierto y que en Arabia Saudí tiene como clave de arco la ciudad futurista de Neom, que viene a enterrar el pasado y –aún– el presente del Reino como fundo petrolero.
“Que el futuro rey de Arabia Saudí, jeque Mohamed ben Salmán, viaje a Jerusalén y firme la paz con el pueblo judío ya no es un sueño sino una probabilidad”, escribía Husain en su ensayo primordial. “Y hay otras naciones que quizá nos sorprendan. Quién sabe, puede que en los próximos años Siria y el Líbano se sumen [a los Acuerdos de Abraham]: el sectarismo que los ha devastado no lo superarán haciéndose dependientes de Irán sino dándole la espalda y regresando a su hogar natural: sus aliados árabes”.
En la nacionalización abrahámica ve Husain incluso una nueva –¿última?– oportunidad para la solución de los dos Estados al conflicto israelo-palestino, si los palestinos entierran de una vez el irredentismo que ceban sus tiránicos dirigentes y organizaciones terroristas como Hamás o Hezbolá; pero también un desafío de primer orden que va a retratar una vez más al en tiempos denominado (cuando confiaba en sí mismo) Mundo Libre:
Todo esto depende en buena medida de cómo nos comportemos en Occidente. ¿Actuaremos como activistas universitarios o como diplomáticos bienintencionados pero desavisados que con sus torpezas contribuyen a la devastación de la región, o por el contrario apoyaremos a nuestros aliados naturales y les asistiremos en la conformación de un Oriente Medio diferente, compuesto de Estados nacionales robustos que no teman el mutuo compromiso?
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