El pueblo judío nació en un entorno de civilizaciones que influyeron de forma determinante en su identidad. Por ejemplo, el alfabeto proviene del de los fenicios (al norte); según algunos, el monoteísmo tiene su origen en el sur, en el (breve) culto a Amon Rá en el Antiguo Egipto; y, por su parte, es posible que la noción del tiempo acuse influencias mesopotámicas, aunque en realidad las desafía.
En esta última cultura se desarrollaron unas matemáticas basadas en la posibilidad de realizar divisiones exactas por números primos sencillos. Por ejemplo, el año se divide en 12 (=22 x 3) meses, cada día tiene 24 (=23 x 3) horas, cada hora 60 (=22 x 3 x 5) minutos y estos una cantidad idéntica de segundos. Con 12 meses de 30 (= 2 x 3 x 5) días cada uno, se llega a aproximadamente un año (360 días): para los restantes 5,25 días se puede, como en el Imperio Romano, organizar unos festivos extraordinarios (Saturnales, a partir de las cuales se instauraría siglos más tarde la fecha de la Navidad). La misma aritmética es aplicable al cálculo de ángulos.
Sin embargo, esa cultura no contaba semanas, y menos cuando éstas responden a otro número primo (el 7, del que deriva su nombre en las lenguas romances y también en hebreo: SHaVú’A, de SHeV’A). Tampoco los meses del calendario hebreo se conforman según las fórmulas babilonias, sino de manera acorde al ciclo lunar de 29 días y medio, alternando agrupaciones de 29 y 30, lo que arroja un total de 354 por año, un desvío de los 365,25 que se compensa con meses adicionales según una compleja fórmula que se repite cada 19 años. Por cierto, tanto el número 7 como el 19 responden a la fórmula “3n+1” (siendo n un número entero), una asimetría que aleja a la tradición hebrea del equilibrio numérico de babilónicos y griegos antiguos.
¿Y qué decir del nombre hebreo del tiempo como dimensión? ZMáN (Zayin – Mem – Nun) [nota: las Z en estos casos se pronuncian como la S en inglés o francés en roSe]. La misma raíz se utiliza para formar palabras aparentemente no relacionadas, como meZuMáN (efectivo, en el sentido monetario), maZMiNut (asequibilidad, quizás vinculado al significado anterior, dinero disponible) y el desconcertante muZMáN (invitado, aunque podría interpretarse como alguien disponible para encontrarse con nosotros). Sin embargo, una de las cosas más llamativas y desconcertantes de la palabra ZMáN es su utilización en la expresión “Javál ‘al hazmán” (e incluso sus siglas JaVLaZ), cuya traducción literal es “una pena de tiempo” y que tiene dos lecturas totalmente opuestas: algo innecesario o excelente, casi lo contrario del propio concepto actual del tiempo: algo muy necesario, pero pocas veces de calidad
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