El presidente Itzjak Herzog entró en la historia hace unos días cuando caminó, al son de las trompetas de una guardia de honor, por la alfombra roja colocada en el Palacio Al Husseiniya en Amman, para reunirse con el Rey Abdulá II.
Los mandatarios, ambos en trajes de negocio, sonrieron y se dieron la mano junto a cuatro banderas jordanas e israelíes, tal como lo hacen los líderes de dos países vecinos cuyas capitales se encuentran a poca distancia. Pero para Jordania e Israel, que firmaron la paz en 1994 y comparten la frontera más larga del Estado judío, este fue un hito, pues marcó la primera visita pública de un presidente israelí a un monarca hachemita.
Fue un cambio dramático con las crisis entre Israel y Jordania que marcaron el final del mandato de 12 años del ex primer ministro Benjamín Netanyahu en 2021. El punto más bajo estuvo simbolizado por la decisión de Jordania de no renovar una cláusula del tratado de paz de 1994 que le había otorgado a Israel acceso a un terreno de propiedad judía en Naharayim, también conocida como Isla de la Paz, que el acuerdo había puesto bajo soberanía jordana. También se negó a seguir arrendando tierras a agricultores israelíes en Tzofar.
El arriado de las banderas israelíes, y el cierre de las fronteras en 2019 y 2020 respectivamente, parecieron el símbolo de una deteriorada relación en la que Israel alguna vez había puesto tanta esperanza.
La situación empeoró aún más hace apenas un año, en marzo de 2021, cuando la negativa de Israel a permitir que el príncipe heredero hachemita Hussein bin Abdulá trajera guardias de seguridad adicionales durante una visita al Monte del Templo, hizo que cancelara el viaje. Jordania bloqueó entonces un viaje de Netanyahu a los Emiratos Árabes Unidos, al no aprobar un plan de vuelo sobre su territorio. Israel tomó represalias, cerrando brevemente su espacio aéreo a Jordania.
Estas disputas públicas alimentaron los temores musulmanes de que Israel estaba realizando cambios en el statu quo en el Monte del Templo, conocido en árabe como al-Haram al-Sharif, que es el lugar más sagrado del Judaísmo y el tercer lugar más sagrado del Islam.
Las crisis con Jordania fueron solo una de una miríada de pasos en falso que avivaron las tensiones y, en última instancia, ayudaron a provocar el estallido de la guerra de Gaza de 11 días en mayo, acompañada de violencia entre judíos y árabes dentro de Israel.
Pero el último año ha traído un cambio geopolítico radical desde Washington hasta Jerusalén, con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, reemplazando a Donald Trump en la Casa Blanca, y el primer ministro Naftali Bennett sucediendo a Netanyahu. Biden ha asumido un enfoque de no intervención en el Medio Oriente. Trump viajó a Riad y Jerusalén a los pocos meses de asumir el cargo, mientras que Biden aún no ha llegado a la región.
Pero los líderes israelíes han celebrado una serie vertiginosa de reuniones, incluso con los jordanos. Esto, por supuesto, tiene que ver con la instalación de un nuevo gobierno, algo que, por su propia naturaleza, abre las puertas a una posible realineación de relaciones, simplemente por el protocolo de los nuevos líderes que necesitan reunirse con sus socios diplomáticos. Con Jordania en particular, Israel ha trabajado para mejorar los lazos mediante la firma de importantes acuerdos comerciales y de agua.
Los Acuerdos de Abraham, negociados por la administración Trump, mediante los cuales Israel normalizó los lazos con cuatro países árabes en 2020 —Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Marruecos y Sudán—, también ampliaron el alcance de los encuentros que un primer ministro israelí podría mantener en el mundo árabe. Esto sentó las bases para que Israel sea más un actor regional, precisamente en el momento en que la mayor amenaza de Irán ha dado a los países árabes moderados un incentivo adicional para vincularse con el Estado judío.
La posibilidad de la reactivación del acuerdo nuclear con Irán de 2015, conocido como el Plan de Acción Integral Conjunto, también ha subrayado la necesidad de crear un frente unido en el Medio Oriente.
Ahora que Bennett lleva casi un año en el cargo, la amenaza de un Irán envalentonado y nuclear ha ayudado a resaltar el éxito de la diplomacia de su gobierno. La semana pasada, Bennett mantuvo una reunión sin precedentes con el presidente egipcio Abdel Fatah al-Sisi y el príncipe heredero de Abu Dhabi, Mohammed bin Zayed, en el centro turístico egipcio de Sharm el-Sheikh, donde pasó la noche. Fue la segunda reunión de Bennett con Sisi desde que asumió el cargo, y la primera de tipo trilateral para hablar sobre Irán.
Pero ese no fue el final de las reuniones regionales. El lunes de la semana pasada, el ministro de Relaciones Exteriores, Yair Lapid, organizó la primera cumbre de cuatro de sus homólogos árabes en el kibutz Sde Boker en el Néguev. El Secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, también participó en el evento, conocido como la Cumbre de Néguev. El pequeño kibutz del desierto fue el lugar de residencia y sepultura de David Ben Gurión, el primer primer ministro de Israel y uno de los padres fundadores del país.
La visita de los cancilleres árabes Sameh Shoukry de Egipto, Sheik Abdula bin Zayed de los Emiratos Árabes Unidos, Abdulatif al-Zayani de Bahrein y Nasser Bourita de Marruecos a la casa de Ben Gurión, fue una reafirmación del reconocimiento de estos países a Israel, que se suma a los Acuerdos de Abraham y el tratado de paz entre Egipto e Israel de 1979. Junto con los lazos bilaterales, Irán y los temas de la defensa regional estuvieron sobre la mesa.
Las reuniones en Jordania, que se produjeron después de la Cumbre de Néguev, ayudaron a completar la imagen de una unidad árabe recién formada con Israel, y que, en este caso, Jordania e Israel están trabajando de la mano para mantener la calma
La muy publicitada reunión, que incluyó una foto con los seis diplomáticos tomados de la mano, fue un golpe de relaciones públicas de Israel contra Irán, que ha intentado mostrar a Israel como una fuerza aislada en el Medio Oriente. La Cumbre del Néguev se produjo mientras Israel enfrenta una mayor amenaza de terroristas palestinos y árabes locales, incluidos algunos que tienen vínculos con ISIS.
A Israel le preocupa que la coincidencia de las festividades de Pésaj, Ramadán y la Pascua cristiana, en abril, pueda, como el año pasado, desencadenar otra guerra en Gaza. Esta semana Israel entró en alerta máxima, luego de tres ataques terroristas, el 22, 27 y 29 de marzo, que se cobraron 11 vidas. Esta es la mortalidad más alta por terrorismo desde la Segunda Intifada que terminó en 2005, y los funcionarios de seguridad temen que sigan más ataques.
Durante la cumbre, los líderes árabes condenaron los dos primeros ataques que habían ocurrido, ambos por parte de árabes israelíes, y el rey Abdulá de Jordania hizo lo propio con respecto al atentado cometido por un palestino armado. Esas condenas, junto con las reuniones presenciales, han dado la impresión de que Israel tiene aliados en el Medio Oriente, no solo contra Irán, sino también contra el terrorismo.
Jordania estaba invitada a la Cumbre de Néguev, pero el rey optó por mantener su reunión programada con el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, en Ramala. Las imágenes de esas dos reuniones, una con seis diplomáticos en el Néguev en comparación con la del rey Abdulá con Abbas, dio inicialmente la impresión errónea de que se habían formado dos campos opuestos. Eso resultó desmentido por los acontecimientos de los días siguientes, cuando Abdulá recibió en Ammán primero al ministro de Defensa, Benny Gantz, y luego al presidente Herzog, para discutir, entre otras cosas, cómo prevenir un estallido de violencia y mantener la calma en el Monte del Templo.
Esas reuniones, que se produjeron después de la Cumbre de Néguev, ayudaron a completar la imagen de una unidad árabe recién formada con Israel, y que, en este caso, Jordania e Israel están trabajando de la mano para mantener la calma.
Este tema es, por supuesto, algo personal para la monarquía hachemita, porque Jordania tiene una gran población palestina que reacciona fuertemente a los acontecimientos en Jerusalén, Cisjordania y Gaza. Las manifestaciones contra Israel en Jordania a menudo amenazan con desestabilizar la monarquía. Jordania también cumple un papel de custodia especial con respecto al Monte del Templo y la mezquita de al-Aksa. Aún así, esta es la primera vez que ese país ha estado tan públicamente involucrado en mantener la calma en Jerusalén y Cisjordania.
El intenso diálogo entre Israel y sus vecinos árabes también destacó la ausencia de un proceso de paz con los palestinos, un punto que ha sido planteado particularmente por Egipto y Jordania, y proporciona el comienzo de un marco regional para que tal proceso ocurra.
El aumento repentino del terrorismo en las últimas semanas podría marcar el inicio de una tercera intifada, pero llega en un momento que puede señalar un importante hito en la ampliación de los lazos de Israel con sus vecinos. Israel puede estar al borde de otro abismo de violencia, pero ya no está solo. Esto puede abrir la puerta a la pequeña posibilidad de un resultado muy diferente, en el que la presión regional impida tanto una tercera intifada como otra guerra en Gaza.
*Subdirectora de The Jerusalem Post.
Fuente: The Jerusalem Post.
Traducción Sami Rozenbaum / The Jerusalem Post
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