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| martes noviembre 5, 2024

Desnazificaciones


En una reciente entrevista para un programa de la TV italiana, el ministro de exteriores ruso Lavrov realizó unas declaraciones que han escandalizado a la opinión pública de muchos países, pero especialmente a la de Israel, por su alusión al supuesto origen judío de los mayores antisemitas, Hitler incluido. Con ello pretendía respaldar la consigna del presidente ruso Putin, para quien el objetivo de su eufemísticamente llamado “ejercicio militar” en territorio ucraniano era “desnazificar” el país. Este verbo fue el utilizado al final de la Segunda Guerra Mundial en la Alemania derrotada como mecanismo de las potencias ocupantes para devolver el control del país a una sociedad libre de estos peligrosos elementos. Sin embargo, el mismo verbo, para los rusos herederos de la Unión Soviética significa algo distinto, ya que convivieron en paz y sintonía con los nazis que habían conquistado el oeste de Polonia, tal como habían pactado secretamente antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial (a través del pacto llamado Ribbentrop – Molotov, por sus firmantes) hasta que ellos mismos fueron invadidos. Para los soviéticos y sus descendientes actuales luchar contra el nazismo no significa combatir la ideología totalitaria y genocida, sino luchar por salvar a la patria eslava de la amenaza germánica.

“Desnazificar”, por tanto, no debe traducirse como liberar a la sociedad ucraniana u otra de una doctrina nacionalista extrema, sino de dicha ideología cuando es aplicada a otro “pueblo”. Donde los nazis hablaban del Lebensraum (espacio vital), hoy los líderes de la Federación Rusa añoran el pan-eslavismo, a pesar de algunas diferencias culturales (el idioma ruso frente al ucranio), un turbio pasado común y las jurisdicciones religiosas ortodoxas cristianas. No debe confundirse el neologismo con lo que en Occidente entendemos desde finales de la Segunda Guerra Mundial como la erradicación de una ideología y actitudes políticas. Por el contrario, en lugar de condenar esa filosofía de la extrema derecha, la combate desde uno de sus preceptos: el patriotismo idealizado.

Para muchos no es más que una cuestión semántica, pero para nosotros, los judíos, estas declaraciones suenan al más rancio antisemitismo, como si fuéramos nosotros mismos el origen y la razón del odio hacia los nuestros: como si la mujer violada fuera la culpable del estupro o el esclavo de su sometimiento. La propia lógica de esta dialéctica es en sí representativa del nazismo más rancio: los judíos deben morir porque no tienen patria, aunque a veces haya que esforzarse en descubrir sus contubernios y conspiraciones: para eso están las mentes privilegiadas de algunos líderes germanos y eslavos (o de otras razas o pueblos que se quieran subir al carro de la superioridad moral), instaladas dentro de los cráneos destinados a imperar sobre las mentes de los pueblos débiles.

 
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