¿Realmente se disculpó el presidente de Rusia, Vladímir Putin, ante el primer ministro de Israel, Naftalí Bennett, por las atroces declaraciones de su canciller, Serguéi Lavrov, a propósito del Holocausto?
No hay manera de saberlo con certeza. Según un comunicado emitido por la oficina de Bennett tras la conversación telefónica que éste mantuvo con el ruso el jueves pasado, “el primer ministro aceptó las disculpas del presidente Putin por las palabras de Lavrov y le dio las gracias por aclarar su actitud hacia el pueblo judío y respecto de la memoria del Holocausto”. Pero la versión rusa de esa misma llamada no hace mención alguna de una disculpa, sino que está repleta de aseveraciones concebidas para reforzar la idea de que Rusia, como Israel, es un custodio solemne de la memoria del Holocausto.
Esto es francamente obsceno, sobre todo cuando el abuso ruso de la historia del Holocausto llega hasta donde llegaron las palabras de Lavrov. De hecho, lo que Lavrov dijo fue un calco de los tropos antisemitas que imperaron tanto en la Rusia imperial como en la URSS. En una entrevista con una televisión italiana, Lavrov se mantuvo fiel a la insistencia de su Gobierno en que Ucrania está gobernada por neonazis, pese a que su presidente, Volodímir Zelenski, es judío. “¿Cómo puede haber nazismo en Ucrania si él es judío? Puedo estar equivocado, pero también Adolf Hitler tenía sangre judía”, dijo. “Eso no quiere decir absolutamente nada. El sabio pueblo judío dice que los más fervientes antisemitas suelen ser judíos”.
La idea fundamental es que hay una conspiración tan siniestra que los propios judíos azuzan deliberadamente el antisemistismo. El precedente es obvio: la patraña de que los líderes sionistas europeos colaboraron con los nazis en su programa de exterminio fue una de las perlas de la propaganda soviética de posguerra, mientras Moscú se afanaba por asegurarse el respaldo del mundo árabe en la Guerra Fría.
Al mismo tiempo, los soviéticos difamaban a Israel pintándolo como un Estado de tipo nazi, igual que hace Putin ahora con Ucrania. Entre los años 60 y 80 del siglo pasado, los soviéticos pergeñaron incontables panfletos con títulos como El judaísmo sin maquillaje y Peligro: sionismo. Uno de 1975, titulado Sionismo y apartheid, presentaba a Israel como la reencarnación del régimen nazi y lo vinculaba directamente con el régimen racista entonces vigente en Sudáfrica. “Las doctrinas raciales biológicas según las cuales los pueblos están divididos entre el elegido y los goyim se han convertido en ideología oficial y política de Estado en Israel y Sudáfrica, donde los inferiores viven forzosamente separados de los superiores”, se leía ahí.
Mientras, en 1982 un estudiante palestino llamado Mahmud Abás remitió a la Universidad de Moscú su tesis doctoral, titulada La conexión secreta entre los nazis y los líderes del movimiento sionista.
Este lamentable historial nos muestra que Rusia no “preserva cuidadosamente la verdad histórica sobre los acontecimientos de aquellos años” ni “honra la memoria de todos los caídos, incluidas las víctimas del Holocausto”, como dice el comunicado del Kremlin. De hecho, lo cierto es lo opuesto: desde 1945, ningún Estado –ni siquiera Irán– ha contribuido tanto a la distorsión del Holocausto como la URSS y Rusia.
Se ha informado de que Putin recordó a Bennett que, “de los seis millones de judíos torturados en los guetos y los campos de concentración que mataron los nazis en sus operaciones de castigo, el 40% eran ciudadanos de la URSS”, y de que el ruso pidió al gobernante israelí que “trasladara sus mejores deseos de salud y bienestar a los veteranos [del Ejército Rojo] residentes en Israel”. Esas palabras fueron cuidadosamente pensadas para consumo extranjero, especialmente de israelíes y americanos. Si Putin fuera realmente en serio con lo de honrar la memoria del Holocausto, pasaría menos tiempo provocando a Zelenski y más reflexionando sobre el ponzoñoso legado de su propio país.
En este sentido, realmente no importa si Putin se disculpó o no por las palabras de Lavrov. La única declaración que serviría es exactamente la que el Kremlin es incapaz de emitir, porque al hacerlo dinamitaría la campaña que la propaganda rusa está vertiendo sobre Ucrania.
La clave es que, a diferencia de Alemania, Rusia jamás ha expresado contrición oficial alguna por tantos siglos de judeofobia a cargo de sus clérigos, nobles, intelectuales y apparátchiki. Como buen dictador, Putin se ha encargado de granjearse apoyos judíos respaldando iniciativas como el ambicioso Museo de Historia Judía de Moscú o forjando una estrecha relación con el movimiento Jabad Lubavitch y el rabino jefe de Tusia, Berel Lazar, pero nunca ha afrontado o pedido disculpas por el antisemitismo estatal ruso. Incluso cometió la temeridad de sugerir, durante un encuentro con dirigentes del Congreso Judío Europeo en 2016, que los judíos preocupados por el antisemitismo presente en sus países deberían marcharse a Rusia.
“¡Que vengan con nosotros!”, se dice que exclamó. “En la época soviética abandonaron el país, y ahora deberían volver”. Esto último es alucinante y deshonesto. ¡Los judíos no abanadonaron el país durante la época soviética porque las autoridades activamente se lo impedían! Cientos de judíos soviéticos padecieron tortura y prisión por su empeño en hacer aliá, o por estudiar hebreo, la religión judía o cualquier cosa que expidiera “la reaccionaria esencia antihumana del sionismo”, como decía memorablemente la Gran Enciclopedia Soviética.
¿En qué debería consistir una disculpa rusa genuina? Para empezar, debería enumerar los episodios que cimentaron la pavorosa reputación antisemita del país, lo que incluiría pero no se limitaría a los pogromos desencadenados por las Centurias Negras zaristas, los libelos de sangre promovidos por la Iglesia ortodoxa local; la elaboración de los Protocolos de los Sabios de Sión por parte de la policía secreta zarista en 1903, la proscripción del hebreo tras la revolución bolchevique, las campañas antisemitas pergeñadas por el líder soviético Iósif Stalin, el encarcelamiento de los refúsenik y la miríada de difamaciones contra el sionismo e Israel vertidas en la propaganda oficial. Dicha disculpa podría sustanciarse en el simple reconocimiento de todo ello y en el abandono de la combinación de mentiras, negaciones y evasiones que han desfigurado la actitud soviética y rusa hacia el pueblo judío.
Mientras Vladímir Putin siga en el Kremlin, y mientras Rusia siga sometida a una dictadura violentamente nacionalista que no quita la vista de sus vecinos, pensar en una disculpa así es ilusorio. Sólo hay una actitud que adoptar cuando Rusia habla de los judíos y del Holocausto, aun con el tono conciliatorio empleado por Putin con Bennett: escepticismo, escepticismo y más escepticismo.
© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio
Cuando evocamos los crímenes del fascismo, y hacemos hincapie en su caracter antisemita, omitimos, voluntariamente o no, denunciar aquellos igualmente horrendos, cometidos por la Rusia (y la URSS) comunista a lo largo de su história , los cuales tuvieron en los judios, sus principales víctimas …
un mismo «proceder» identico desprecio a la condicion humana, parecidos prejuicios, y una misma ignomínia moral en ámbos casos …Putin deberá ser juzgado por un tribunal internacional, por crímenes de guerra, si es que aún queda justicia en éste mundo …en cuanto a Israel, nada está en disposicion de «esperar» de éste sujeto, dada la ausencia de escrúpulos del tal, su cinismo patológico, y sus alianzas como régimenes totalitários y terroristas, a los cuales ampara y sostiene …