Hassan Rouhani, ex presidente de Irán, en la central nuclear de Bushehr, 22/11/2021. Foto: Mohammad Berno/Oficina del Presidente de Irán
Comentaba Jean-Fraçois Revel (How Democracies Perish) que durante la Guerra Fría la diplomacia occidental – principalmente la europea –se limitaba a buscar el apaciguamiento del expansionismo (presentado como temor a ser acorralada) y extorsión de la Unión Soviética mediante increíbles concesiones que exigían poco, o nada, como contrapartida. Cualquier acuerdo era, así, un “triunfo” para los europeos, mientras que significaba, en realidad, una verdadera conquista para para la parte rusa.
Esta relación no parece diferir en mucho de la que Europa y Estados Unidos se empeñan en reproducir con el régimen teocrático iraní: legitimando su expansionismo, principalmente por intermedio de grupos terroristas proxy (que suele justificarse como una reacción a una inseguridad territorial), y la utilización del terrorismo como elemento central de su “diplomacia”, al recompensarlos con un ansia casi patológica por suscribir acuerdos que, en definitiva, liberarán un flujo impresionante de fondos hacia Teherán y, seguramente, uno similar de tecnología factible de utilizarse militarmente.
Y poco, o ningún compromiso real lograrán de este régimen que ha penetrado más y más en Irak, Yemen, Siria y Líbano. Que, tan “temeroso” por su integridad, alcanza con su macabra injerencia incluso a países sudamericanos (“exportación” de su “revolución islámica” mediante).
De hecho, según el Middle East Research Institute en 2015, Ali Younesi, asesor del entonces presidente iraní Hassan Rohani, y exministro de Inteligencia, sostuvo que Irán es nuevamente un Imperio y que su capital, Iraq, es “el centro del patrimonio, cultura e identidad iraníes”, delineando así las fronteras del “gran Irán”, en el que incluía, entre otras, regiones de China y el subcontinente indio.
Pero las potencias occidentales se sientan a condonar, “acuerdo” mediante (con Rusia y China en la mesa, vaya garantía), el chantaje como estrategia diplomática válida y a aceptar, aunque se diga lo contrario – de acuerdo a como ha actuado Teherán en este sentido -, que eventualmente Irán se arme nuclearmente.
Y es que a nadie pueden escapársele que el expresidente iraní, Hassan Rohani, decía en 2005, cuando era el jefe negociador nuclear: “Mientras hablábamos con los europeos en Teherán, estábamos instalando equipamiento en parte de las instalaciones de Isfahan”. Y añadía: “Al crear un ambiente de calma, pudimos completar el trabajo allí”.
Así, pues, con suerte, el “logro” que a lo sumo podrá venderse es que el programa nuclear iraní con fines militares ha sido apenas retrasado. Mas, claudicación tras claudicación, el futuro que implica ese diferimiento es, como quien dice, mañana.
Y es que Irán juega con la ventaja de todo totalitarismo: no tiene que responder ante su pueblo. Además, el fanatismo otorga una paciencia (en realidad, una obsesión) a prueba de reveses. A su vez, la brutalidad que el régimen ejerce en casa y en el extranjero le permite, además de acallar la disidencia, fingir que cualquier gesto (y sólo eso) de aplacamiento es una concesión, una “moderación”.
Finalmente, Irán parece explotar la autoimagen que algunas potencias occidentales tienen de sí: como representantes de la democracia capaces de ejercer una “sana” equidistancia que se expresa en una política internacional que, en su afán por llegar a un acuerdo (consumación de esa representación), olvida los comportamientos pasados y el carácter totalitario del gobierno que tiene enfrente.
Si para ello hace falta un papel firmado – con la pompa y el boato reservado a las grandes farsas -, sin duda Irán lo firmará. La tinta, el espíritu y las voluntades de hacerlo respetar, se evaporarán más rápido de lo que en Irán tardan en pronunciar “uranio enriquecido”. Y, entonces, no pasará nada. A lo sumo, se legitimará con otro acuerdo.
Y la renuncia de la diplomacia occidental a defender los valores que dice encarnar, y su sometimiento a las “narrativas” – la propaganda – y las presiones de regímenes (y movimientos) antidemocráticos, será más acabada. Porque catastróficamente se avergüenza de, o ha dejado de creer en, sus valores, los derechos que protege y las oportunidades que crea. En definitiva, no muestra ni la voluntad ni el valor para defender su esencia.
Marcelo Wio es analista político y subdirector del departamento en español del Committee for Accuracy in Middle East Reporting and Analysis.
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