No deja de sorprendernos –quizás sea ingenuidad- que tantos adviertan contra la “provocación” de la planeada Marcha de las Banderas en el Día de Jerusalem, y no contra las amenazas de violencia de radicales palestinos y muy especialmente de los terroristas de Hamas. O sea, que se muestre preocupación por un evento israelí en el que civiles marchan y bailan enarbolando banderas, y no por las advertencias de los terroristas que lanzarán cohetes hacia Israel si la marcha se lleva a cabo o si judíos suben al monte sagrado a recorrer la explanada de las mezquitas, aunque no entren en ellas.
El año pasado, el 10 de mayo del 2021, Día de Jerusalem, el trayecto de la Marcha de las Banderas fue cambiado a último momento por el entonces Primer Ministro Biniamin Netanyahu, quien aceptó la recomendación policial de no permitir que pase por la Puerta de Damasco en la Ciudad Vieja. De todos modos, dos horas después del comienzo de la marcha, comenzaron a sonar las alarmas en la capital, por el disparo de cohetes desde Gaza. La Policía tuvo que dispersar a los participantes en la marcha, que se volvió a programar para semanas más tarde, tras no pocas dudas del nuevo gobierno que estaba entrando en funciones.
Las consideraciones de Netanyahu fueron evidentemente actuar con cautela y responsabilidad. Pero el resultado fue inverso. Hamas lo vio como una claudicación ante sus amenazas y consideró como una victoria. Nunca es bueno dar a los terroristas ínfulas de victoria. Y fue contraproducente ya que ese ataque llevó al operativo israelí “Guardián de los Muros” contra la infraestructura de Hamas en Gaza.
Este año el gobierno de Naftali Bennett e inclusive su Ministro de Seguridad Interior Omer Bar Lev, del partido laborista, decidieron autorizar la marcha e inclusive su paso por la puerta de Damasco, lo cual es fuente de no pocas polémicas dentro de Israel.
Hay que desplegar el máximo esfuerzo para impedir que haya entre los participantes quienes provoquen u ofendan a su paso a árabes con cantos reprobables, aunque sea un fenómeno minoritario. Personalmente, no consideramos que pasar por la puerta de Damasco y entrar al barrio musulmán sea imprescindible.No depende de eso la soberanía judía. Pero quizás sea más peligroso aún ceder ante el terrorismo y darle a Hamas motivos para pensar que puede imponer a Israel cómo actuar en su capital.
No está de más recordar que es con mucha razón que Israel celebra el Día de Jerusalem ya que se trata del aniversario de la liberación de la Ciudad Vieja, aquel junio de 1967, tras 19 años de ocupación jordana durante los cuales se vedó a los judíos rezar junto a su santuario, el Muro de los Lamentos. El acceso de los judíos al único remanente de una de las murallas que rodeaban el Templo Sagrado, había estado prohibido desde que en el ataque árabe en 1948, Jerusalem quedó dividida y la parte al Este de la línea de armisticio permaneció del lado jordano.
La Marcha de las Banderas, como celebración de la fecha, no es nueva. Se lleva a cabo desde hace ya más de 30 años. Tuvo lugar bajo gobiernos laboristas y del Likud.
En los últimos días Hamas da a entender que no tiene interés en una escalada por la marcha-aunque ha amenazado repetidamente al respecto- y plantea alternativa más de fondo: las visitas de judíos a “Al Aqsa”, aunque los judíos que suben al Monte del Templo jamás entran a las mezquitas. Se trata de un serio desafío ya que la evidente intención de Hamas es impedir que judíos suban al templo sagrado, algo que Israel no puede aceptar.
Pero a los terroristas no se les puede tomar nunca a la ligera, por lo cual Israel ha emplazado baterías de la Cúpula de Hierro prontas para interceptar cohetes que disparen desde Gaza hacia la población civil israelí.
El dilema central: cómo maniobrar entre la cordura y responsabilidad por un lado –minimizando el riesgo de un estallido- y la necesidad de no ceder ante los terroristas, lo cual sería una receta segura para nuevas provocaciones y presiones sobre Israel
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