ayo de 1994. Un hombre mayor, de boina y campera, camina a un ritmo apacible por el centro de Bariloche, cuando es interceptado por el periodista estadounidense Sam Donaldson. “¿Su nombre es Reinhard Kopps?”, le pregunta el cronista, acompañado por un camarógrafo. El anciano evita la pregunta e intenta subir a su auto, estacionado junto a la vereda. Pero el cronista insiste: “¿Usted ayudó a personas a escapar de Europa a Argentina?”, le pregunta, haciendo referencia al sistema que utilizaron muchos jerarcas nazis para escapar del viejo continente después de la Segunda Guerra Mundial.
El hombre mayor, conocido en la ciudad patagónica como Juan Mahler, lo niega todo, hasta que las acusaciones se vuelven imposibles de eludir. Donaldson le extiende una foto en la que se lo ve de joven, vestido con el uniforme del ejército alemán, junto a una bandera con una esvástica. También le muestra una copia de su carnet de miembro del partido nazi. “Usted es Reinhard Koops”, reitera. “No, no lo soy. Lo fui”, termina aceptando el anciano.
De acuerdo a Ariel Gelblung, director de la sede regional del Centro Wiesenthal, no existen cifras fehacientes sobre la cantidad de criminales de guerra nazis que ingresaron al país después de la guerra, aunque él calcula que fueron más de 1000. La mayoría de ellos, dice, murieron en tierra argentina bajo el anonimato. Mientras que algunos de ellos aún pueden estar vivos. Un número menor, que alcanza los siete, fueron capturados por su centro o, incluso, años antes, por el mismo Simon Wiesenthal, austríaco judío y sobreviviente del holocausto, conocido mundialmente como “el cazador de nazis”.
“Era más fácil entrar al país como criminal de guerra que como judío”
Según se pudo confirmar años después, gran parte de los criminales de la Segunda Guerra que ingresaron al país entre fines de los ‘40 y principios de los ‘50 escaparon de Europa a través de un sistema conocido como “las rutas de las ratas”. Gran parte de esas vías de escape tuvieron como destino final Sudamérica. De esta manera, la región, y especialmente la Argentina, se convirtió en el principal refugio nazi.
En aquella época, destaca Ariel Gelblung, “era más fácil ingresar a la Argentina como criminal de guerra nazi que como judío”. Esto se debe a que desde 1938 empezó a regir en el país la Circular 11, una resolución secreta del ministerio de Relaciones Exteriores, a cargo de José María Cantilo, para impedir el ingreso al país de personas que otros países consideraran indeseables. “En esos momentos, los indeseables eran los judíos”, explica Gelblung.
La mayoría de los criminales nazis que ingresaron al país lo hicieron a través de Migraciones. “Tengo las copias de los permisos con nombres falsos con los que entraron al país cuatro de los principales criminales nazis: Klaus Barbie, Adolf Eichmann, Josef Mengele y Erich Priebke”, cuenta el directivo. Además de tener pasaportes falsos, los jerarcas alemanes contaban con la ayuda de una red de apoyo local. “Había toda una organización, de la que formaban parte el alemán Rudi Freude -secretario personal del expresidente Juan Domingo Perón y director de la División de Informaciones de su gobierno- y también el encargado de Migraciones de ese entonces”, suma.
Una amistad inviable
En 1953, Lothar Hermann, un judío alemán que se había instalado en Olivos, Buenos Aires, después de haber sido prisionero de guerra en distintos campos de concentración durante el gobierno de Adolf Hitler, conoció al nuevo amigo de su hija Silvia. Al igual que ella, el joven era alemán. Pero las historias de sus respectivas familias no podían ser más disímiles.
Al tiempo de conocerla, el joven germánico le confesó a Silvia su verdadera identidad. Su apellido no era Klement, como figuraba en su documento de identidad, sino Eichmann, y su padre había sido miembro de la organización paramilitar Schutzstaffel, conocida mundialmente como la SS. La joven judía sabía que su padre había quedado ciego debido a las torturas que ejercieron sobre él miembros de esa misma organización. Al enterarse, Lothar Hermann decide contactar al fiscal alemán Fritz Bauer, quien, a su vez, se comunicó con las autoridades israelíes, que fueron quienes finalmente dirigieron una exhaustiva investigación del caso, que culminó en la captura y el enjuiciamiento en Jerusalén del criminal encubierto.
Años antes, Simón Wiesenthal ya le había comunicado a la agencia de inteligencia nacional de Israel, el Mossad, y al gobierno alemán que tenía información que verificaba que el creador de la “Solución final” vivía oculto en Buenos Aires. Pero no había logrado tener la atención que años más tarde los dos países le dieron a Hermann. “Durante los primeros 12 o 14 años después de la Segunda Guerra, en el mundo no había persecuciones a los nazis. Alemania estaba enfocada en rearmarse como país. La Guerra Fría apareció en seguida. Al mismo tiempo, Israel empezaba a formarse como Estado. Tenía otras preocupaciones prioritarias. Pero Weisenthal ya tenía mucha información sobre el paradero de algunos de ellos, y la empezó a brindar a los distintos gobiernos europeos”, afirma Gelblung.
Entre los criminales de guerra nazis encontrados en el país existe una vara divisoria. Algunos de ellos vivieron toda su vida de exilio bajo la clandestinidad, usando los nombres falsos e inventando su historia familiar. Otros, en cambio, utilizaban sus verdaderos nombres. Entre los miembros del segundo grupo, destaca el centro Wiesenthal, hay uno que, incluso, se movía con total libertad entre las diferentes secretarías del gabinete de Perón.
El sanguinario “führer croata”, cercano al peronismo
Su nombre era Ante Pavelic y se había hecho conocido mundialmente como el “Führer croata”. Entre 1941 y 1945, con el apoyo de El Eje, el gobierno que él encabezaba ejecutó a más de un millón de judíos, serbios y gitanos en campos de concentración, utilizando métodos considerados aún más crueles que los de sus aliados nazis. Por esta razón, Pavelic vivió durante años huyendo de una orden de captura internacional. Pero, mientras algunos lo perseguían, otros lo protegían. El “Führer croata” contaba con el apoyo y la complicidad del gobierno argentino. Según detalla el centro Wiesenthal, el comandante tenía acceso directo a la Casa Rosada y era consejero de diversos ministerios.
Junto a un grupo de croatas exiliados en la Argentina, Pavelic fundó, primero, el Gobierno Croata en el Exilio y, luego, la Agrupación Croata del Movimiento Peronista para los Extranjeros. En todo momento, el dirigente contó con la protección del gobierno nacional. La primera evidencia de esta complicidad data de 1951, durante el gobierno de Perón, cuando Yugoslavia pidió su extradición y la Cancillería argentina la negó, alegando que no había ningún Ante Pavelic en el país. La situación se repitió seis años después, durante el gobierno de Pedro Eugenio Aramburu.
“Estuvo en el país hasta mediados de los ‘50. Sobrevivió a tres o cuatro atentados por parte de antinazis croatas, serbios y otros yugoslavos que vivían en la Argentina. Y terminó yéndose a España, donde murió dos años después debido a las heridas que le dejó el último intento de homicidio”, cuenta Gelblung, considerado uno de los mayores expertos a nivel mundial de la historia de los nazis en la Argentina.
Un cámara oculta al “buen vecino” de Santa Teresita
La captura, el proceso de extradición y el juicio de Dinko Sakic y su esposa conmocionaron al país entero en 1998. El matrimonio croata y sus hijos vivieron bajo el amparo de una identidad falsa en un chalet de la ciudad balnearia de Santa Teresita durante años. El padre de familia había sido director del campo de concentración de Jasenovac, y era considerado responsable de la ejecución de 2000 personas, algunas asesinadas por él mismo. La sede israelí del Centro Wiesenthal había recibido información de su paradero.
“Cuando Croacia se declara democracia y declara que quiere formar parte de la Comunidad Europea, dijimos: ‘Este es el momento de ponerlos a prueba’. Le dijimos al nuevo gobierno: ‘¿Ustedes quieren mostrar que son democráticos? Bueno, juzguen su propia historia, pidan la extradición de Sakic’. Y eso hicieron”, detalla Gelblung.
Sin que el criminal nazi lo sepa, el centro Wiesenthal pidió su detención en la Argentina y colaboró con la tramitación de su causa en el juzgado de Dolores. Al mismo tiempo, le comunicó a Telenoche Investiga sobre el caso, y el programa televisivo organizó una cámara oculta. A días del inicio del Mundial de Fútbol en Francia, en 1998, un móvil de televisión llegó a Santa Teresita y tocó el timbre de la casa de Sakic. La excusa que le dieron al dueño del hogar para que los dejara pasar era que estaban buscando a croatas, japoneses y jamaiquinos que vivieran en el país para hacerles unas preguntas sobre fútbol, porque esos eran los países que coincidían con la selección argentina en la fase grupos del mundial.
Después de hacer unas preguntas sin importancia, en el living de su casa, el camarógrafo simuló que apagaba la cámara. Entonces, el periodista le preguntó sobre la Segunda Guerra Mundial en Croacia. A medida que la conversación avanzaba, Sakic empezaba a contradecir su propio relato. Al principio, dijo que no había estado en ningún campo de concentración. Después, que estuvo dos meses en uno y, finalmente, que fue director de Jasenovac, durante unos años. Sin embargo, en todo momento destacó que los guardias ni siquiera tocaban a los prisioneros.
El programa televisivo transmitió la cámara oculta la misma tarde en que se llevó a cabo la detención de Sakic. En todos los videos de su arresto, se lo ve sonriendo a cámara. La justicia croata lo condenó a 20 años de prisión. Meses después, el mismo país pidió la extradición de su esposa, Nada Luburic, acusada de torturar y asesinar a mujeres, también en Jasenovac.
Una búsqueda eterna: las andanzas argentinas del “Ángel de la muerte”
Hay una gran espina que Simón Wiesenthal nunca logró quitarse. La herida tenía nombre y apellido: Josef Mengele. Pese a sus esfuerzos, y a los del Mossad, el médico de Auschwitz, que durante la guerra se dedicó a hacer experimentos genéticos con los prisioneros de ese campo de concentración, logró escapar de la Argentina y morir en libertad.
Mengele ingresó al país a principios de los ‘50 bajo el nombre de Friedrich EdIer von Breitenbach. “En un reportaje que dio hace pocos años Isser Harel, primer director del Mossad, cuenta que ellos habían identificado a Mengele en la Argentina. Pero que tenían que elegir si hacían la operación con Eichmann o con Mengele o con los dos. Sabían que si algo salía mal con la captura de uno, se ponía en peligro la captura del otro. Entonces tuvieron que elegir. Y eligieron a Eichmann, con el peligro que Mengele se enterase y se escapase, que fue lo que finalmente sucedió”, dice Gelblung. Según confirma el Centro Wiesenthal, el médico genetista escapó a Paraguay, bajo la protección del gobierno militar de Alfredo Stroessner, y luego viajó a Brasil, donde finalmente falleció en libertad.
Según afirmó durante una entrevista con la BBC el doctor Efraim Zuroff, coordinador de los cazadores de nazis del Centro Wiesenthal y director de su oficina en Jerusalén, se calcula que todavía hay centenares de nazis prófugos en distintas partes del mundo. Cada vez que alguien le cuestiona qué sentido tiene seguir buscándolos, teniendo en cuenta su edad (de 90 en adelante) él siempre responde lo mismo: “En todos estos años nunca me he topado con un criminal nazi que expresara remordimiento y buscara reparar lo que hizo”.
Actualmente, la sede latinoamericana del centro Wiesenthal, ubicada en Buenos Aires, se dedica principalmente a confrontar el racismo, la xenofobia, el antisemitismo, la discriminación y el terrorismo. Una de sus actividades tiene que ver con la búsqueda y la denuncia de organizaciones neonazis y cuentas o usuarios que compartan en sus redes sociales contenido discriminatorio o xenofóbico de todo tipo. Hace un tiempo, recibieron información sobre un supuesto criminal nazi oculto en una provincia del noroeste argentino. El equipo local está buscando la forma de confirmar el caso.
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