Hace poco, The New York Times publicó un artículo basado en un informe supuestamente del Mossad, el cual no ha salido a la luz, acerca del ataque terrorista que destruyó el edificio sede de la AMIA, dando algunos datos diferentes a los ya esclarecidos, por ejemplo: sobre el explosivo dice que entró en frascos de champú; sin embargo, está comprobado que se trató de amonal, sustancia que comúnmente se usa como abono y era de venta libre en Argentina. En realidad, un texto en un periódico que ya ha tenido numerosas fallas al anunciar datos errados (sea de forma accidental o intencional), no se puede equiparar con las profusas pruebas contrastadas y fuentes reconocidas que conforman el expediente del caso AMIA.
Sebastián Basso, jefe de la unidad de investigación argentina para el ataque al centro comunitario, dijo que Irán “fue el autor intelectual. La fiscalía considera que hay pruebas suficientes para que altos funcionarios del gobierno iraní tengan que dar explicaciones”. Independientemente de la “novedosa publicidad”, el hecho es que el 18 de julio de 1994, un carro-bomba hizo estallar el predio de la institución judía, asesinando a 85 personas. Se ha demostrado que la ejecución del ataque fue del Hezbollah y que las directrices, financiamiento y logística estuvieron a cargo del régimen de Irán. Un funcionario de la Cancillería israelí, Lior Haiat, señaló que Irán eligió los objetivos de ambos atentados, refiriéndose al de la AMIA y dos años antes, al de la embajada de Israel en Buenos Aires.
Al día siguiente, el 19 de julio de 1994, fue derribado un avión de pasajeros de la línea Alas Chiricanas que cubría la ruta Colón-Ciudad de Panamá, con 21 pasajeros asesinados, entre los que se encontraban 12 miembros de la comunidad judía panameña. Uno de los pasajeros, el libanés Alí Hawa Jamal fue el terrorista suicida que introdujo el explosivo, haciéndolo estallar en pleno vuelo.
El 18 de julio de 2012, cerca del aeropuerto de Burgas, estalló un autobús que transportaba a 42 israelíes, tras arribar en un vuelo charter de Tel Aviv. La explosión mató a 5 israelíes y a 2 búlgaros, el conductor y la guía turística. Las investigaciones de las autoridades búlgaras confirmaron la autoría de Hezbollah, con el apoyo de Irán, detallando que el general Qasem Soleimani, jefe de la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria iraní, fue responsable. Según las pesquisas, los informes de los testigos, las imágenes de las cámaras de seguridad y las pruebas de ADN, el autobús explotó por una bomba de nitrato de amonio colocada en el maletero por un militante de Hezbollah, Mohammad Hassan el-Husseini, quien la detonó y murió en el acto.
Podemos conjeturar que la arremetida en Burgas corresponde a una especie de conmemoración de los 18 años de los ataques en Buenos Aires y Panamá. Estos tres actos terroristas son sólo ejemplos de los embates alrededor del mundo del organismo auspiciado por Irán. Cabe destacar que, en estos tiempos en que el antisemitismo ha degenerado en antisionismo, vemos a diversos antisemitas (incluyendo al régimen de los ayatolas), que afirman no serlo, que “el problema es Israel”; no obstante, con estos casos de extrema violencia, nos queda claro que esas expresiones son una excusa y que el objetivo de su odio es, indistintamente, el Estado y el pueblo judíos.
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