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| lunes diciembre 23, 2024

El Malware Humano


A todos alguna vez nos pasó que un compañero de clase, de trabajo o algún desconocido en la calle nos insultó o defenestró frente a otros por el simple hecho de ser judío, con tanta creatividad que contagia al resto y se conforma una orquesta en la que velozmente se van sumando los participantes.

Frente a está situación, aparece una mesada con tres pulsadores: El primero es la reacción más fácil y habitual, acompañar el mal trago con un buen risontón y hasta aplaudirlo, acto seguido todos copian la acción. El segundo sería un gancho cruzado al estilo Mike Tyson en sus mejores épocas, pero eso siempre termina de la peor manera y el tercer botón lleva el título «continuar con el juego», entonces empieza la réplica de agravios a ver quien se cansa primero, otra situación que al único lugar que lleva es al odio sin pausa.

Desde hace mucho se cuenta la anécdota de un chico en edad primaria o ya más avanzado, con tiza en mano dibuja una esvástica para ofender la memoria de la profe que es judia, así cuando entra comienza la canción de la chiva… ¿Quién fue?… Silencio. Entonces la profesora llama a la directora y la directora hace la misma pregunta pero con un tono más elevado de voz, nadie contesta. La profesora no contenta con esto denuncia esto ante el INADI u otro organismo según el país, la respuesta son dos tildes azules en el WhatsApp o un mail que termina en la papelera.

Para no perder tiempo, la solución es simple, o no tanto. Exigir como materia obligatoria que se cuente la historia de ese símbolo, uno de los tantos momentos fatídicos de la historia, la matanza indiscriminada de 6 millones de almas. Ir hacia atrás y contar que hacían en la época de las cruzadas con las personas que no profesaban el catolicismo en vez de festejar el famoso carnaval cada año como un rito alegre.
Y si vamos más atrás podríamos llenar horas y horas infinitas de esas páginas que deben ser leídas, pero, ¿Para qué? ¿Para perturbarlo al niño que pinta una simple esvástica? Pobrecito.

Otros ejemplos a la vista son los políticos de turno, en Chile mandan a eliminar del mapa sistemáticamente al supuesto hacedor de todos los males, Israel.

Venezuela, el mejor aliado de Irán a través de uno de sus históricos presidentes de facto, Hugo Chavez, hace un tiempo proclamó una famosa frase: «A mí me acusan de patrocinar el terrorismo. Son ellos los que patrocinan el terrorismo. Aprovecho para condenar de nuevo desde el fondo de mi alma y de mis vísceras al Estado de Israel. Maldito seas, Estado de Israel», descontando que tiempo después padeció cáncer de Colón, quien heredó el mando se encargó de igual manera de seguir diseminando el mismo odio. En fin podríamos hacer un libro sobre políticos, agrupaciones o individuos con el mismo pensamiento antisemita.

No hay casualidad en que haya un solo Estado judío en todo el mundo, la realidad de hoy, de ayer y de mañana es que siempre habrá alguien que se ponga la cinta del capitán del terror.

El antisemitismo es ese malware humano que se inmiscuye en el sistema y actua sin piedad pero nosotros como seres pensantes, algo que nos diferencia de los animales, deberíamos pararnos a pensar aunque sea un poco lo que estamos haciendo. Nosotros somos el antivirus, el antídoto de ese mal que atraviesa y parte en mil pedazos a una sociedad.

 
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