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| jueves diciembre 26, 2024

Y Putin fue a Teherán


Pese a haberse pasado cinco meses tachando de «neonazis» a los líderes ucranianos, empezando por el presidente judío del país, Volodímir Zelenski, el dictador ruso, Vladímir Putin, no pestañeó al abrazar a un auténtico simpatizante nazi y negador del Holocausto, el «Líder Supremo» de Irán, ayatolá Ali Jamenei.

Putin visitó Teherán la semana pasada en su primer viaje fuera de las fronteras de la antigua URSS desde que lanzó la invasión de Ucrania, el pasado 24 de febrero. El motivo inmediato no era la guerra en Ucrania sino en Siria, ese otro baño de sangre alimentado por Rusia. El encuentro principal reunió a Jamenei y a Putin con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que busca el apoyo ruso e iraní para una nueva embestida contra las fuerzas kurdas en Siria. Putin se abstuvo de comprometerse formalmente con su homólogo turco, pero le habrá tranquilizado que Erdogan le llamara «mi querido amigo», y le habrá gratificado la vergonzosa payasada turca de frenar las solicitudes de adhesión a la OTAN de Suecia y Finlandia por el respaldo de ambas a los kurdos.

La visita a Teherán fue una oportunidad para que Putin exhibiera su condición de líder internacional que cuenta con la confianza de dos de los principales actores de la región. También fue una ocasión para abordar la grave situación de las economías rusa e iraní, que bregan con el peso de las sanciones internacionales. No por casualidad, el día en que Putin aterrizó en Teherán el gigante energético ruso Gazprom anunció un acuerdo de desarrollo y exploración por valor de 40.000 millones de dólares con la estatal Compañía Nacional Iraní del Petróleo (CNIP). Según el director ejecutivo de CNIP, Mohsen Joyastehmehr, la de Gazprom representa la mayor inversión extranjera registrada en la historia del sector energético iraní. Además, es un movimiento que estrechará aún más los profundos lazos entre Irán y Rusia: en uno impera un régimen autoritario que dice tener sanción divina; en el otro, un régimen autoritario que promueve el chovinismo nacionalista. Ambos son enemigos jurados de la democracia occidental.

Es muy poco probable que nadie fuera de Rusia –donde la machacante propaganda oficial a través de los medios de comunicación estatales ha convertido a gran parte de la población en «zombis», como les gusta decir a los ucranianos– haya sido persuadido por la grandilocuencia de Putin. La pobre actuación militar de Rusia, especialmente en las primeras fases de la guerra, ha hecho un roto a la idea de que las fuerzas rusas pueden competir con los ejércitos combinados de la OTAN. Ahora, es cierto, la situación se está volviendo más compleja, con Rusia manteniendo su poderoso asalto en el este del país y preparando las regiones escindidas de Luhansk y Donetsk para la independencia. El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lávrov, ha llegado a sugerir que Rusia profundizará en la guerra en territorio ucraniano como consecuencia del suministro por parte de Estados Unidos de sistemas de cohetes de artillería de alta movilidad (Himars) a las fuerzas ucranianas. «Si Occidente entrega armas de largo alcance a Kiev, los objetivos geográficos de la operación especial en Ucrania [el eufemismo orwelliano de Rusia para su guerra de agresión] se ampliarán aún más», dijo a los medios estatales la semana pasada.

La entrega del sistema Himars a Ucrania ya ha dado resultados en el campo de batalla, permitiendo la destrucción de unos 30 centros de mando y depósitos de munición rusos, según el Ministerio de Defensa ucraniano. Los comandantes ucranianos están pidiendo más ayuda y entrenamiento para tratar de revertir la situación frente a los rusos, que ya han perdido 15.000 soldados en la invasión, según una evaluación de la CIA: más de siete veces el número de militares estadounidenses que murieron en Afganistán en todo el período posterior a 2001. Pero, por muy vulnerable que se haya mostrado Rusia y por muy despectiva que sea hacia las vidas de sus propios soldados, y de los asediados ucranianos, no hay señales de una derrota inminente ni indicios de que Putin esté planeando dejar el cargo. Estar maltrecho y magullado no es lo mismo que estar derrotado, como  han aprendido los rusos tantas veces a lo largo de su historia.

La cuestión, sin embargo, es que un estancamiento prolongado, en el que los rusos tienen el control de gran parte del este de Ucrania pero son repelidos en nuevos avances por las fuerzas ucranianas respaldadas por Occidente, no es sostenible. Mientras Rusia ocupe territorio ucraniano e impida al Gobierno de Kiev acceder a sus puertos del Mar Negro, el resto del mundo se verá arrastrado a una crisis energética y alimentaria, con una recesión acechando a la vuelta de la esquina. Internamente, la única opción de Rusia es volverse más represiva, ahogando las fuentes alternativas de información y llevando a cabo detenciones masivas de activistas antiguerra y disidentes políticos. Así que, si el precio de asegurar una victoria ucraniana parece demasiado alto, vale la pena recordar que estos son los costes de no hacerlo.

Muy a menudo los judíos rusos han sido el proverbial canario en la mina de la represión estatal en Rusia. Junto con sus constantes burlas propagandísticas sobre los neonazis en Ucrania, los líderes rusos han abusado y distorsionado el Holocausto en su intento fallido de persuadir al mundo exterior de que la invasión de Ucrania es la asignatura pendiente de la Segunda Guerra Mundial. La semana pasada, el Ministerio de Justicia ruso anunció que solicitaba una orden judicial para poner fin a las operaciones locales de la Agencia Judía, alegando que ha violado la ley rusa al mantener una base de datos de ciudadanos rusos que querían hacer aliá a Israel.

Existen algunos paralelos ominosos entre la medida contra la Agencia Judía y el notorio Complot de los Médicos en la Unión Soviética (1953). Cuando la URSS de la posguerra se volvió tóxica para su comunidad judía, un grupo de médicos –principalmente judíos– fue acusado de intentar envenenar al dictador soviético Iósif Stalin. El Comité de Judío Americano de Distribución Conjunta (JDC), una organización humanitaria que había estado ayudando a los judíos soviéticos necesitados desde la revolución de 1917, fue identificado como la «organización de espionaje sionista» que estaba detrás de la supuesta conspiración.

Hoy, casi 70 años después de que el Complot de los Médicos expusiera el antisemitismo soviético, las historias inventadas de «espías sionistas» permean de nuevo el sistema legal y los medios de comunicación estatales de Rusia. Mientras tanto, los representantes rusos en Israel han estado diciendo en tono relajado que el cierre de la Agencia Judía es culpa de Israel por tener la temeridad de hablar en defensa de la soberanía de Ucrania; si acaban con eso, nosotros haremos lo propio, enfatizan.

Una vez más, un régimen gobernante en Moscú utiliza a sus judíos como herramienta de negociación; esta vez, sólo un grave revés militar les obligará a tomar un camino diferente.

© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio

 
Comentarios

El éje del mal, úne sus fuerzas, movido por un propósito comun, el de derribar todo poder que ante el se alce , impidiendole extender sus domínios mas allá de sus limites territoriales, para lo cual no repara en médios, ni tiene empacho en vulnerar tratados y normas internacionales, o en pisotear derechos humanos, como vemos en Ucrania y en otros rincones del mundo …su fuerza y su impétuo se acrecentaran a medida que nadie óse enfrentárle ni plantárle cara, asi fue en el pasado con el nazismo , y asi será tambien en el futuro inmediato, con el totalitarismo comunista e islamista que asédia y amenáza al aún llamado mundo libre, sin que éste por ahora parezca en disposicion de dárle réplica …

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