Hace una semana, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ordenó la eliminación del jefe de Al Qaeda, Aymán al Zawahiri, en Kabul. Unos días después, el primer ministro israelí, Yair Lapid, ordenó la eliminación de Taisir al Yabari, comandante de la Yihad Islámica Palestina (PIJ), en Gaza. Zawahiri y Yabari eran dos asesinos de masas con el único objetivo de infligir dolor, muerte y destrucción a gente corriente y decente por mor de su afán islámico de conquista.
Al comentar el asesinato de Zawahiri, el portavoz del secretario general de la ONU, Stéphane Dujarric, dijo que la ONU estaba «comprometida con la lucha contra el terrorismo y el fortalecimiento de la cooperación internacional para hacer frente a esa amenaza».
Por supuesto, las cosas fueron muy distintas cuando Israel actuó contra Yabari. El coordinador especial de la ONU para el Proceso de Paz en Oriente Medio, Tor Wennesland, se mostró «profundamente preocupado» por «el asesinato selectivo (…) de un dirigente de la Yihad Islámica Palestina en Gaza».
Cómo no. No importa que el golpe contra Yabari y su equipo evitara la muerte de civiles inocentes; eso no es nada para una organización institucionalmente predispuesta contra Israel. Prueba de ello es Miloon Kothari, uno de los comisionados de la última farsa montada por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU para investigar a Israel, que hace sólo unos días se vio obligado a presentar lo que el director de UN Watch, Hillel Neuer, calificó de disculpa-no disculpa por sus comentarios antisemitas del mes pasado. La presidenta de la comisión, Navi Pillay, que también tiene un largo historial de tendenciosidad antiisraelí, afirmó previamente que los comentarios de Kothari fueron «deliberadamente tergiversados».
No habrá investigación de la ONU sobre el asesinato de Zawahari, pero sí sobre el de Yabari. Esta vez, sin embargo, no será necesaria una nueva caza de brujas del Consejo de Derechos Humanos; simplemente se perpetrará en la comisión permanente de Pillay, que no tiene fin y se remonta a la recreación del Estado de Israel en 1948.
La «profunda preocupación» de Wennesland se vio agravada por los comentarios de Francesca Albanese, relatora especial de la ONU sobre los «Territorios Palestinos Ocupados», que consiguió en un tuit condenar a Israel y a la vez tergiversar sus acciones para pergeñar una oscura parodia maligna de la realidad. Así se las gasta ONU. Albanese afirmó que las acciones de Israel tenían como objetivo «disuadir a la Yihad Islámica de posibles represalias por la detención de su líder» y describió sus ataques como una «agresión flagrante» violatoria del Derecho internacional.
Es pura ficción. Israel no ha dicho que su operación en Gaza -denominada Amanecer– sea para disuadir. Su Gobierno ha dejado claro que los ataques eran para prevenir una amenaza inminente sobre la población israelí. Disponía de información sólida de que la YIP, dirigida por Yabari, planeaba ataques al otro lado de la frontera de Gaza. Proteger a la población propia de ataques violentos externos no sólo está permitido por el Derecho internacional, sino que es un deber de todo Gobierno. Si la disuasión de tales ataques fuera posible, Israel habría tomado las medidas oportunas.
Los ataques ilegales de Yabari serían una represalia por la detención por parte de las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel) de Basam al Saadi en Yenín, la semana pasada. Saadi es el líder de la YIP en Judea y Samaria, y desde mayo del año pasado ha estado consolidando sus bases terroristas en la zona amalgamando a toda una serie de entidades terroristas, como Hamás, la Brigada de los Mártires de Al Aqsa -vinculada a Fatah- y el Frente Popular para la Liberación de Palestina.
Esto hizo que los bastiones urbanos de la YIP, principalmente en el norte del territorio, fueran en gran medida ingobernables para la Autoridad Palestina (AP); sus kalashnikovs mandaban y las fuerzas de seguridad de la AP temían acceder a ellos. El deterioro de la situación contribuyó en gran medida a la oleada de ataques terroristas contra israelíes de marzo y abril, que se saldó con 19 muertos. Las FDI y el Shin Bet [el FBI israelí] lanzaron hace unos meses la operación Rompeolas en Judea y Samaria, intensificando la acción antiterrorista contra esa amenaza en desarrollo, y la detención de Saadi fue parte de ese esfuerzo.
La YIP es un proxy iraní, dirigido y financiado con cientos de millones de dólares por los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI). Su líder, Ziad Najaleh, ha estado en Teherán en los últimos días, reuniéndose con sus pagadores de los CGRI y con otros funcionarios del régimen iraní, empezando por el presidente del país, Ebrahim Raisi. Mientras el capo terrorista Najaleh se codeaba abiertamente con la élite de Teherán, el principal negociador nuclear de Raisi se paseaba por Viena en un Mercedes, en un intento desesperado de la UE por salvar un acuerdo que allane el camino hacia un Estado terrorista iraní con armas nucleares.
Mientras la YIP y sus colegas yihadistas disparaban indiscriminadamente unos 400 misiles (en el momento de redactar este artículo) contra objetivos israelíes, desde Sderot hasta Tel Aviv, las FDI lanzaban ataques de precisión por tierra y aire para detener esos ataques contra la población israelí. El casus belli de Israel para atacar objetivos de la YIP era legal, y Jerusalén ha puesto el máximo cuidado para garantizar que sus ataques sean legales, designando únicamente objetivos proporcionados y necesarios para sus objetivos militares y emitiendo advertencias en los casos en que podrían producirse víctimas civiles. A pesar de estas precauciones, las FDI han informado de que se han registrado algunas bajas civiles. Aunque trágico, esto es a menudo inevitable cuando se ataca a terroristas que utilizan a su propia gente como escudos humanos; y, siempre que se respeten las leyes de los conflictos armados, no es ilegal, a pesar de las inevitables acusaciones de los desinformados y los malintencionados.
La YIP ha dicho que seguirá luchando, sin treguas ni negociaciones. Por mucho que su capacidad militar quede mermada y sus terroristas mueran a manos de las FDI, la organización terrorista palestina tendrá que seguir luchando hasta que sus patronos iraníes se den por satisfechos. Ahora bien, la YIP carece de capacidad para una campaña sostenida como la de la guerra de mayo del año pasado, y, por el momento, Hamás no se ha unido a la campaña asesina.
Israel está evitando atacar objetivos de Hamás, para limitar el alcance y la duración del conflicto, y el grupo terrorista que detenta el poder en Gaza no parece dispuesto a dejarse arrastrar, a pesar de la plañidera petición de Najaleh desde Teherán de que «los combatientes de la Resistencia palestina deben permanecer unidos para hacer frente a la agresión». Hamás aún no está preparada para un nuevo enfrentamiento con Israel, pues el territorio que controla aún se resiente del último asalto y no está dispuesta a enemistarse con Egipto. A pesar de que han pronunciado palabras de solidaridad, los dirigentes de Hamás no se sentirán decepcionados al ver a sus rivales de la YIP diezmados por Israel. No obstante, los acontecimientos y las presiones de las próximas horas y días podrían obligarles a hacer uso de su propio arsenal.
Dure lo que dure la campaña, prepárese para que los sospechosos habituales se unan a la ONU en su rencor, manipulación y condena. Cabe esperar que organizaciones no gubernamentales como Human Rights Watch se sumen al coro. Amnistía Internacional quizá se muestre más prudente, ya que anda tambaleante tras el amplio reproche internacional a su reciente informe de condena de las acciones defensivas de Ucrania, en el que volvió a mostrar la total incomprensión de la guerra y de las leyes de la guerra que suele exhibir en sus denuncias contra Israel.
Tanto el Reino Unido como EEUU han expresado su apoyo a las acciones de Israel, aunque la Administración Biden no pudo evitar trazar una falsa equivalencia moral entre Israel y la YIP en su llamamiento a la calma «a todas las partes». Josep Borrell, responsable de la política exterior de la UE, aparentemente inmune a cualquier distinción entre un país democrático que defiende legalmente a su pueblo y una entidad terrorista internacionalmente proscrita que viola todas las leyes, también ha pedido «la máxima moderación a todas las partes». Como si fueran al unísono, las palabras de Borrell fueron secundadas por Rusia, implacable en su violenta agresión contra Ucrania, que ha exigido que «todas las partes implicadas muestren la máxima contención».
Los medios de comunicación que se oponen inveteradamente a Israel, como la BBC, la CNN y el New York Times, ya han publicado titulares deliberadamente sesgados que pintan a Israel como el agresor. La mayoría de los medios señalaron inmediatamente a Israel, sin la menor prueba, por la trágica muerte de siete personas, entre ellas cuatro niños, en el campamento de Yabalia. Sin duda lo intentarán, pero a los periodistas y a los investigadores de la ONU les resultará difícil refutar la confirmación de las FDI de que no atacaron el lugar y de que tienen pruebas concluyentes de vídeo y radar de que las muertes fueron causadas por un cohete de la YIP mal disparado, lanzado como tantas veces desde una zona con población civil. No sería de extrañar, ya que aproximadamente una cuarta parte de los cohetes terroristas lanzados durante esta campaña han caído dentro de Gaza, no en Israel.
Si no estuvieran de vacaciones, estaríamos viendo la habitual basura sobre el apartheid israelí floreciendo en el campus; pero seguro que los agitadores vuelven con ello en cuanto estén de regreso a las aulas.
Toda esta complacencia con los terroristas, especialmente por parte de la ONU, genera más terrorismo, más huidas a los refugios antibombas, más ataques con misiles con riesgo de muerte de civiles y más privaciones para los civiles de Gaza, ya que las condenas y las falsas equivalencias estimulan a Irán y a organizaciones como la YIP y Hamás. También alimentan el creciente antisemitismo en Occidente, dado que el odio a Israel encubre cada vez más el odio a los judíos, que está menos de moda.
© Versión original (en inglés): Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio
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