El símbolo de la impotencia de una causa que pierde, a pasos acelerados, cada vez más adeptos en el mundo islámico quedando solo reducida a la agenda de la izquierda y la derecha más radicalizada. Desde las negativas a la paz por parte de los palestinos hasta la virulencia de un discurso antisemita y judeófobo que buscan borrar la historia de Israel.
El Mundial de Qatar se convirtió, como se esperaba, en una vitrina del antisemitismo con muchos grupejos que celebran el hostigamiento a los periodistas israelíes, que sufren una persecución solo por su procedencia, y otros grupos que toleran la simbología palestina en nombre del evento deportivo de mayor trascendencia global que se realiza cada cuatro años.
Hace muy pocas horas, se difundió un video que mostró a un omaní diciendo en cámara que se comería la carne de los judíos. Esta fue una de las tantas expresiones de este calibre que hemos visto, especialmente en redes sociales, desde que la pelota comenzó a rodar en Qatar.
A fin de cuentas, el país anfitrión es un destacado promotor del terrorismo y cajero de Hamas, la agrupación terrorista que gobierna la Franja de Gaza desde hace muchos años.
También fue la selección de Marruecos, la única selección árabe que ha llegado a la semifinal, quien ha mostrado la bandera palestina y ha dado lugar a la retórica que, con solo escarbar un poco, demuestra su verdadera intención que no es la coexistencia pacífica de los dos estados sino la eliminación del Estado Judío.
Sin embargo, lo que hay detrás del activismo palestino en Qatar no es más que la frustración y la impotencia de no poder sostener el apoyo que la causa sostuvo en los últimos años y que hoy no es más que una piedra en el zapato para los propios árabes que buscan y necesitan normalizar sus relaciones con Israel.
La frustración por el abandono de la causa
Para los líderes palestinos, como para Irán, quienes normalizan sus relaciones con Israel son infames traidores a la causa.
Desde hace bastante tiempo que la causa palestina dejó de ocupar un lugar primordial en la agenda política de las casas reales y los gobiernos de los países árabes. Esto quedó demostrado, especialmente, desde los Acuerdos de Abraham firmados en septiembre de 2020 y donde los países del Golfo logran desanclar sus políticas exteriores del destino palestino.
Existe, es verdad, una solidaridad discursiva hacia ellos, pero en la práctica a los países del Golfo les es más rentable una normalización con Israel antes que sostener algún berrinche de Ramala. Una política exterior pragmática no los convierte en sionistas, sino que define un nuevo cambio de mentalidad como ocurrió con Sadat, ex presidente egipcio, cuando en 1979 llegó a Jerusalén, la capital israelí.
Quien más ha destacado en su cambio de postura frente a Palestina ha sido la Liga Árabe, esa entidad conformada en 1945 y que tuvo un rol importante en la guerra que los árabes lanzaron contra el reciente formado estado de Israel en 1948.
Ese año, poco después de que Ben Gurión declarara la independencia del Estado Judío, Azzam Pacha, el entonces secretario general de la Liga, lanzó una guerra de exterminio contra los judíos. En los 74 años que pasaron desde entonces, en Oriente Medio han pasado muchas cosas y una de ellas ha sido el convencimiento de gran parte de la clase gobernante árabe de que una guerra contra Israel es imposible de ganar y así la historia lo ha demostrado.
Un cambio en el contexto de la región permite comprender porque el mundo asiste hoy a una etapa de distensión que permite la normalización y, en el mediano y largo plazo, la pacificación.
Si pudiéramos resumir este cambio en dos de las características fundamentales, diría que está la retirada de Estados Unidos de Oriente Medio, con la última escena de Kabul y la escapatoria frente a la llegada de los talibanes, y una situación económica en el Golfo que exige la resignificación de la producción económica para diversificarse. Quienes han comprendido esto en el 2020 fueron Emiratos Árabes Unidos y Bahréin: si el petróleo se acaba, la economía se va a resentir y el país puede entrar en la siempre latente convulsión que caracteriza a Oriente Medio desde las revueltas árabes de 2011.
Ubicado geográficamente frente a Bahréin, el caso de Irán comienza a ser un disciplinante para los países árabes: saben que los pactos, aun impuestos por la fuerza, pueden amenazarse si los comensales aumentan y la torta no alcanza. Las protestas en Irán comienzan a incomodar a la teocracia inaugurada en 1979 y los árabes más próximos, especialmente los del Golfo, no están cómodos con la idea de que las protestas se repliquen en sus territorios.
Esta distensión logró que Arabia Saudita, quien es el hermano mayor en el Consejo de Cooperación del Golfo, permitiera abrir su espacio aéreo a Israel. Esto demuestra que el Estado Judío ya ha avanzado mucho en su relación con los más grandes y poderosos de la zona, marginando por el momento a otros actores de carácter secundario.
Esa Liga Árabe que en 1948 casi destruye a Israel, en el 2020, poco antes de firmar los Acuerdos, negó un respaldo a los nuevos rechazos palestinos a un proyecto de paz presentado por el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Tanto Arabia Saudita como Egipto, el segundo acechado por la presencia de los Hermanos Musulmanes, consideraron un sinsentido sostener una causa cuyos líderes no saben bien qué deben reclamar.
Irán: el factor perturbador en la región
Las políticas exteriores se comienzan a desanclar de la causa palestina por un principio ordenador en el nuevo equilibrio de poderes en Oriente Medio: la amenaza expansionista de Irán, que puede ser también nuclear, acecha a Israel y a los árabes, especialmente a Arabia Saudita, por el liderazgo del mundo islámico. Irán, que es mayoritariamente chiita, cuestiona el poder de la Casa Saúd, los gobernantes saudíes, en defensa de los Santos Lugares del islam: la Meca y la Medina.
Sumado a la presión económica y a la carrera por la diversificación económica, los países del Golfo están convencidos de que Irán no perdonará al momento de acceder a las armas nucleares y que sus redes, que se extienden bajo una política intrusiva hasta América Latina, se potenciarán. Las actividades terroristas de los Hutíes en Yemen y de Hezbollah en el Líbano son ejemplo de ello.
Hacia el 2023, los países árabes deberán comprometerse y trabajar, mediante la educación, para que el efecto de la normalización no quede entre las élites, es decir entre los gobiernos árabes e israelíes, sino que logre filtrarse a los ciudadanos de a pie. El histórico resentimiento al pueblo judío persiste en parte de la población islámica porque estamos hablando de 74 años en donde la propaganda antisemita fue muy fuerte y con el mero objetivo de enquistar el relato de la ocupación palestina y justificar de esa forma los proyectos de aniquilación del Estado y del Pueblo Judío.
Los cambios generacionales y apostar por la educación para la paz en las nuevas generaciones árabes ayudará a extinguir el terrorismo árabe-palestino que durante este año golpeó con fuerza a los israelíes. La causa palestina es hoy un obstáculo contra cíclico a los procesos de normalización que ya han comenzado y que serán imparables.
Luciano Mondino
Periodista
Analista de política internacional-seguridad-terrorismo y crimen organizado
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